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Información General |OCURRIÓ EN LA PLATA

El inolvidable Cine Roca y una verdad que estuvo 40 años escondida

Refugio de almas perdidas, faro de la noche misteriosa e interminable de 1 y 44. A más de cuatro décadas se revela el misterio de sus famosas ánimas en pena

El inolvidable Cine Roca y una verdad que estuvo 40 años escondida

Marcelo Arce, inolvidables momentos de juventud en la cabina de proyección del Roca

Hipólito Sanzone

Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com

29 de Agosto de 2021 | 02:11
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“Te volvés a reír y voy y te cago a trompadas”.

La historia que se cuenta es que el Cine Roca fue concebido para “gente bien”, si por eso se permite para aquella clase media y alta de los años 50. “A inaugurarse mañana, el Cine General Roca está destinado a satisfacer necesidades técnicas y de comodidades”, señalaba una crónica periodística de entonces, como parte de la cobertura del acto de presentación de la “nueva sala familiar”, que se hizo un día antes, ante un selecto grupo de personalidades de la Ciudad.

“El Roca”, como generaciones y generaciones de platenses lo llamarían en adelante, abrió en julio de 1950 como extensión del próspero negocio de los dueños del Cine Mayo, de la calle 48 entre 7 y 8. A pesar de que se habían anunciado “funciones de estreno” en la inauguración pasaron “Tempestad”, una película de amores contrariados dirigida por Marc Allégret con la pareja estelar de Charles Boyer y Michèle Morgan y que tenía ya 12 años dando vueltas por los proyectores de Buenos Aires. Ese fue el “estreno”.

FARO DE LAS RATEADAS

Habrá sido por el influjo mágico de la estación, los aullidos de la fauna que bajaba de los trenes, el pesado olor a brea caliente y a tabaco negro o el perfume dudoso de las damas que merodeaban las esquinas, bajo la filosa mirada de los “fiolos” y los policías que muchas veces no se sabía si no eran los mismos. Habrá sido eso y un poco de otras cosas más, pero la cuestión es que el Roca quebró su destino y definió su propia identidad. Al principio lo calificaron con discreción: “sala de caballeros”. Después, hacían cola para hablar pestes del “ambiente” que lo frecuentaba, aunque la realidad haya sido que en sus butacas duras se sentaron miles y miles de platenses de toda clase y condición.

La sala abría a las 13.30 y por eso era ideal refugio de los estudiantes del turno tarde que se rateaban. Uniformes de todos los colegios podían verse desfilar cuando se prendían las luces hacia la salida. En el Roca nadie pedía documentos y por ende, no había películas prohibidas para menores de 18.

“Los de cuarto y quinto año entraban seguro, pero a los de más abajo, que se veía que eran más nenes, los frenaban en la boletería”.

En ese marco de travesuras estudiantiles, hay quienes juran haber sido testigos de una ola de rateadas en los colegios platenses que por más de dos semanas preocupó a las mismísimas autoridades de la Educación bonaerense. Fue en 1970, cuando dos años después de su estreno en “Buenos Aires”, como todavía le seguimos diciendo a la CABA, desembarcó en La Plata, “Carne”, acaso La Gioconda del inmortal dúo que hacían Armando Bo, detrás de cámara, y la Coca Sarli adelante.

LUCES EN LA OSCURIDAD

Pero el Roca tenía algo más que el sello de incorrección, desenfado y hasta marginalidad que le daban sus películas. Sus espectadores le habían dado una vida propia, acaso prolongación de las suyas. Por eso era refugio de burreros empedernidos, punguistas profesionales y aprendices, solitarios de toda laya. Almas en sombras buscando luces en la oscuridad. Pero en medio de esa sordidez, florecía la risa, eso que hace al ser humano único e irrepetible, eso que algunos definen como el toque final y maestro que el de Arriba le dio a la mejor de sus obras.

“La dama de la bolsa apenas saludaba, pegaba media vuelta y se metía en un Fairlane negro”

 

Podría decirse que eran carcajadas nacidas de asuntos baratos o poco inteligentes, como cuando alguien revoleaba algún objeto a la pantalla, lanzaba un insulto a caballo de un grito desaforado o simplemente dejaba salir un cuesco lo suficientemente sonoro como para sacar de trance a una audiencia enfrascada en la película de turno. Como sea, eran risas.

Cualquiera fuese el género de la película que estaban proyectando, en algún momento la sala del Roca estallaba en gritos y zafadurías. Era una ley inquebrantable.

El Roca vio pasar las épocas y en sus noticieros entre película y película aparecieron el peronismo, la muerte de Evita, el bombardeo a Plaza de Mayo, el ascenso de los dictadores y los tumbos que le provocaron a los gobiernos civiles de Frondizi y de Illia. Y sintió el vértigo de los 70 en el tránsito por sus peores momentos.

En 1976 Marcelo Arce tenía 21 años cuando consiguió, como un buen segundo empleo, el puesto de proyectorista en el Cine Roca. Tiene recuerdos imborrables de momentos dramáticos, desopilantes, bizarros, imposibles de concebir hoy en día, como la llegada, todos los primero de mes, de una mujer mayor, impecable, peinada de peluquería que se paraba frente a la boletería y esperaba que del otro lado le alcanzaran una bolsa que a veces era de papel madera y otras de plástico. La mujer apenas saludaba, pegaba media vuelta y se metía en un lustroso Ford Fairlane negro, donde la esperaba un chofer.

LA DAMA DE LA BOLSA

“Era la dueña del cine, mejor dicho la dueña de la propiedad, que todos los meses pasaba a cobrar el alquiler y se llevaba la plata así, en una bolsa”.

Pero la mujer de la bolsa no era la única curiosidad en el Roca donde solían andar otras bolsas con otros personajes de novela negra. Cuentan, por caso, que un cuarto secreto detrás de la boletería albergaba a una especie de agencia de apuestas, obviamente clandestinas y poco cuesta imaginar cómo eran el movimiento y los personajes que por ahí pululaban.

Marcelo cumplió este año 66 pirulos y fue camarógrafo de la corresponsalía La Plata de Canal 13, productor de TV y hacedor, con la querida Susana González, de “Sobre Tablas”, el primer programa de la televisión por cable dedicado a la actividad legislativa, con recordados periodistas como Carlos Campolongo, Julio Grassi y el Chato Aronín.

De entre esos recuerdos lindos pero al mismo tiempo duros que tiene de su juventud en el Roca, Marcelo recuerda que a poco de haberse asentado como proyectorista, le tocó un rol impensado que supo cumplir durante mucho tiempo: darle refugio a “las chicas” perseguidas por la policía que a veces se le daba por reprimir el “ejercicio de la prostitución”. Ellas entonces buscaban las negras bocazas de las puertas del Roca para esconderse.

LAS PERSEGUIDAS

“Yo las dejaba esconderse en la sala de proyección porque ahí nunca las iban a buscar. La policía entraba a la sala, a veces hacía prender las luces y parar la película pero nunca subían al cuarto de arriba. Y ahí se quedaban hasta que pasaba el peligro. Una vez eran como diez, yo casi ni me podía mover para accionar el proyector”.

En un invierno previo al Mundial 78, en el Roca se vivió el desbande de gente más grande y dramático que se recuerde. Como parte de un combo caliente protagonizado por la eterna Coca Sarli, estaban pasando “Desnuda en la Arena”, una película que al exterior se vendió como “Furia Sexual” y que, entre otras curiosidades, tuvo a Jorge Porcel en el elenco y marcó el final de la carrera como actriz de cine de Fanny Navarro, la amiga de Evita. Montada en el entrecejo de los dictadores que asaltaron el poder en 1955, Fanny Navarro no sólo sufrió persecuciones sino que, se cuenta, debió pasar por el horror de que en un interrogatorio le fuera mostrada la cabeza cadavérica de quien había sido su pareja: Juan Duarte.

Pero lejos de todo aquello, esa noche la Coca Sarli se desnudaba en la arena cuando dos sujetos irrumpieron en el Roca. Hay dos versiones del hecho. En una se asegura que los tipos estaban borrachos y que cuando abrieron fuego de pistolas hacia la pantalla no dijeron palabra alguna. La otra es que antes de disparar gritaron “son todos unos degenerados”.

Marcelo Arce no convalida ninguna de las dos porque en ese momento él estaba en la sala de proyección. Solo puede dar fe de los tiros y de lo que pasó después.

BALAZOS A LA PANTALLA

“Entraron, le apuntaron a la pantalla y empezaron a tirar. Enseguida se prendieron las luces y entró la policía que siempre andaba por la zona. Al escuchar los estampidos se mandaron para adentro”, recuerda Marcelo.

Cuando la policía abordó a los tiradores todavía se percibía el olor a pólvora y por los pasillos buena parte del público empezaba a trotar, ligerito y en silencio hacia la salida. Cuando los quisieron detener, uno de los tipos empezó a gritar y a amenazar “no me toquen, ustedes no saben quiénes somos”.

“Y la verdad es que nunca supimos quiénes eran porque no se los llevaron presos. Decían que eran dos tipos de lo que se conocía como ‘la pesada’. La cuestión es que agujerearon la pantalla a balazos y se fueron como si nada. Al tiempo vino uno a decir que efectivamente eran de la pesada y que se habían jugado una apuesta: que entraban al cine y baleaban la pantalla”.

De balas y balazos no es la única historia en el Roca. Después de las funciones era habitual hacer una recorrida por las filas de butacas porque algún espectador siempre alguna cosa dejaba olvidada o no tanto, como restos de algún sánguche o una petaca de licor que habían logrado meter clandestinamente. Pero Marcelo nunca imaginó que en la segunda fila de la platea alta, encontraría una pistola automática.

“No dije nada, la puse en una bolsa y la escondí en la sala de proyección. Me dije: ‘el dueño va a volver a buscarla’. Y el dueño no vino, pero dos días después vinieron dos policías a pedirla”.

DE VALIJEROS Y OLVIDOS

La pistola era de un comisario que se había sentado en la platea alta con una chica como compañía y en esa fragorosa situación el hombre no percibió que algo más se le había deslizado.

La platea alta del Roca, cuenta Arce, era un lugar poco conocido y frecuentado. “Con una propina, el acomodador te habilitaba el paso y era casi exclusivo para parejitas y prohibido para los valijeros”.

“Por error nos mandaron una copia sin censurar y la dimos completa. Casi vamos todos en cana”

 

En esa suerte de Corte de los Milagros, los “valijeros” eran protagonistas de la vida cotidiana del Roca. Se los llamaba así porque llevaban portafolios que se apoyaban en las rodillas y que al apagarse las luces del cine eran una trinchera desde la que podían darse a la autosatisfacción. Cuentan que algunos acomodadores, de puro aburridos nomás, esperaban los momentos más calientes de las películas eróticas para irrumpir con la linterna prendida y pasear la luz entre las filas para cortarles el mambo a los valijeros.

“Había de todo pero la mayoría eran tipos grandes, de más de 45 años y las valijas, los portafolios en realidad, tenían que ver con que muchos eran viajantes de comercio, gente que venía en el tren desde Buenos Aires a hacer corretajes a los comercios. Hoy ya casi no se ven, todo se maneja por internet, por Mercado Libre”, reflexiona Marcelo.

Las peleas en medio de las proyecciones ocupan otro capítulo lleno de matices. Las había porque sí, entre hombres de mala bebida y otras que se disparaban por los motivos más insólitos, como que unos podían leer los subtítulos más rápido que otros y, por ende, reírse de chistes que otros no habían llegado a captar.

Cuando tocaba proyectar una película extranjera con alguna que otro escena de humor, Marcelo decía: “hoy, se arma”.

Y era sí nomás. Florecían los “shhhh” ante alguna que otra risa y había también quienes lanzaban carcajadas solo para buscarle roña a los que se molestaban por no haber alcanzado a captar los chistes.

“Te volvés a reír y voy y te cago a trompadas”, era la amenaza más oída antes que empezaran a volar los proyectiles.

“Han tirado de todo, sobre todo zapatos”, recuerda Marcelo.

LOS FANTASMAS

El aquellos años, recuerdan los memoriosos, el cine que funcionaba en el Coliseo Podestá ofrecía el ciclo “Martes de Terror”, pero el Roca no se quedaba atrás y en su cartelera ofrecía también ese género.

El Exorcista, emblema del cine de miedo de esos años, no se dio en el Roca. Después de su estreno en La Plata que algunos aseguran habría sido en el Cine Rocha, pasó por el Belgrano de diagonal 80. Pero en el Roca había muy buenas películas de terror, de esas que hacían salir pálido a buena parte del público.

¿Las películas de terror daban más terror que ahora? Es la pregunta. Hay quienes creen que en el camino de la evolución, hemos ido perdiendo capacidad de asombro y que los efectos especiales, la posibilidad de ver toda la sangre y las tripas posibles, le han quitado espacio a esa imaginación que galopaba al ritmo de los corazones. Tanto, que en algunas mesas de café en El Rayo, La Querencia o el Bar Iruña, se decía que en el Roca había fantasmas que irrumpían en medio del clima tenso, los silencios interminables y la música tenebrosa llena de órganos, trompetas, tubas y tambores que ponía la piel de gallina.

“Yo creo que nos fuimos volviendo insensibles, la realidad nos fue cambiando. Imaginate, mi generación vio la Guerra de Vietnam por televisión. Yo llegaba a mi casa a almorzar para entrar al segundo turno en el Colegio Vergara y la TV me mostraba los muertos, los quemados, los bombardeos. ¿De qué nos vamos a asustar?”, reflexiona.

A 45 años de aquel tiempo de las películas de miedo que realmente lo daban, Marcelo confiesa, hace una revelación histórica: “Los fantasmas del Cine Roca éramos nosotros”.

En semejante confesión pone a salvo a compañeros de entonces que, dice, “no participaban, eran gente muy seria, yo era un pibe”, y se ríe. Recuerda a sus colegas de proyección Antonio Rabasa, Italo Borgo y Eduardo Collar; al acomodador Jorge Stofer, al boletero Ismael Fluxa y al dueño del kiosquito, Miguel Unzué.

La aparición de los fantasmas se traducía en inesperados estruendos que hacían saltar de las butacas a los más concentrados.

“Hacíamos ruido con cualquier cosa. Yo le daba un golpecito al proyector y era como un trueno. O accionábamos el mecanismo del techo corredizo, porque el Roca tenía techo corredizo y con el ruido de la máquina había gente que casi se desmayaba del susto”.

Cuentan que una noche, los fantasmas del Roca apilaron en un rincón, cerca de la pantalla, como diez latas vacías de aceite de auto. En medio de la proyección de “Seddok, el Heredero del Diablo”, una italiana de 1960 que ya había pasado por los Martes de Terror del Podestá, y en el momento en que el doctor Levin avanzaba sobre la doncella para inyectarle su suero diabólico, alguien hizo rodar una naranja hacia la pila de latas.

“Hubo gente que se levantó y salió corriendo”.

En carnavales nadie se quería sentar de la mitad de la sala hacia adelante. Es que en algún momento desde el fondo empezaban a volar bombitas de agua.

“Una tarde se largó a llover y alguien abrió el techo corredizo, imaginate”, recuerda Arce.

Las razias del Ejército y la censura están impresas en la hoja de vida del Roca que una vez estuvo a punto de la clausura.

“Nos habían mandado Juegos de Verano, una película con Linda Peretz que tenía 15 cuadros cortados por la censura. Nunca supimos qué pasó pero nos mandaron una copia sin cortar y la dimos completa, con unas escenas en una conejera, porque transcurría en una granja, que para esa época era para que fuésemos todos en cana. Por suerte alguien de la distribuidora se avivó y ese mismo día nos trajeron otra copia”.

El Roca soportó como un espartano el avance de los nuevos tiempos y de ese enemigo en alquiler que se dio en llamar “el cine en casa”. Aguantó hasta donde pudo y cerró en 1989. En 2011 los dueños, acaso herederos de aquella misteriosa mujer que iba a buscar la bolsa con la plata, decidieron demolerlo.

Con el también se fueron yendo otros entrañables reductos de esa jungla misteriosa que era la noche de la zona de la Estación. Cerraron El Rayo, La Querencia, la disquería del Negro Amaro, un entrañable personaje que se declaraba inventor de los cubitos de hielo en colores.

Poco a poco aflojaron las rateadas, los valijeros cayeron de rodillas ante el influjo de la internet, “las chicas” se mudaron bastante lejos, a lo que hoy llaman Zona Roja. Las películas de miedo dejaron de darlo, las de sexo de escandalizar. Y las de tiros, hoy poco tienen que envidiarle a lo que pasa en algunas calles de La Plata cuando cae la noche.

En la demolición, cuentan, encontraron un enorme proyector abandonado y nunca se supo qué pasó con aquellas butacas duras, sin acolchado que eran parte de su identidad. Una fila entera de ellas forma parte del Museo del Automóvil, en la zona de 1 y 36.

El Roca no tendrá el rango de los sitios ilustres de la ciudad capital, no integra la lista de lo que algunos consideran que se le debe contar y mostrar a los visitantes, pero aunque ya no se ve, ese cine sigue ahí, clavado en el corazón de la Ciudad, en su historia, y será por siempre un manojo de recuerdos entrañables para muchísimos platenses.

Y así será, aunque sus fantasmas de carne y hueso ya no hagan travesuras.

Y aunque la Coca Sarli ya no pregunte, como si no supiera lo que iban a contestarle: “¿Qué pretende usted de mí?”.

 

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