Cita en el calabozo

Edición Impresa

Alejandro Castañeda

afcastab@gmail.com

Los amores de calabozo encontraron en Comodoro Rivadavia un capítulo inolvidable. El Superior Tribunal de Justicia de Chubut (tierra de exploraciones) salió al cruce de una jueza a domicilio que puso a la Justicia, tan enmarañada últimamente, a la altura de una telenovela de la tarde. Con el pretexto de escribir un libro sobre los infortunios de un asesino amigo, la jueza Mariel Suárez decidió apelar al mano a mano con el condenado para hacer realidad sus desvelos de académica apasionada por casi todo.

Fueron unos Romeos y Julietas enrejados que se valieron del mate y arrumacos para darle otro vuelo a la cultura del cariño. La doctora Suárez integró el Tribunal que había condenado a cadena perpetua a Cristian Omar Mai Bustos, un viejo conocido del servicio penitenciario. Su señoría había pedido una pena más leve. Quizá entrevió que ese tipo que estaba en el banquillo, tenía un atractivo especial para sus ansias, académicas o no.

El video muestra que, en plena época de distanciamiento, sin distancia saludable ni barbijos, ella llevó al límite los riesgos del contacto estrecho para indagar a un forajido seductor que a su manera supo poner a la justicia de rodillas. Se sabe que los caminos del deseo son misteriosos y que ni Netflix se hubiera animado a tanto.

Acosada por otros deslices que la tuvieron contra las cuerdas en el 2003, esta vez la doctora Suárez abrió diligencias románticas sobre un asesino que seguramente se habrá sentido inocente, apreciado y quizá hasta reivindicado al poder ser parte de una charla literaria en ese calabozo donde la penitencia se desdibujó entre apretones, chupadas de bombillas y miradas poco inocentes.

La idea de recuperarlo a puro beso es una nueva estrategia sanadora de un tribunal que a la hora de sondear caminos de reinserción social ha sentado un método revolucionario. Si esta intentona hace escuela, los condenados podrán recibir a los jueces que los sentenciaron y quizá hasta podrán perdonarlos por no haberlos defendido mejor en algunas acordadas.

El castigo encontró en Chubut nuevas aplicaciones y le dio consuelo a este reincidente descarriado y comprador al que una jueza mimosa lo halagó con algunas caricias en plena celda. ¿Hubo besos? Ellos se ubicaron para que la cámara no los delatara. Hay juezas besadoras, claro que sí, que tienen derecho a buscar pruebas donde sea y de enseñarle a su corazoncito a saber guardar, más allá de la jurisprudencia, un poco de ilusiones confusas. Pero no se necesitan besos para que el deseo se configure.

Ella jugó con fuego, aunque las intenciones del prisionero hayan quedado en grado de tentativa. A veces el amor entrevisto alcanza a sostener un anhelo a larga distancia al que la cadena perpetua le da un aire extra de encanto imposible. Si lo eligió, es toda una precursora.

Su plan quizá fue facilitarle un manual que lo vaya educando en las posibilidades del olvido y del recuerdo. Mientras sigue juntando apuntes para su remoto libro, Mariel Suárez contó que fue allí a buscar el testimonio directo de un encausado que desde el banquillo, a pura mirada, le había hecho mover sus convicciones y que ahora, después de este encuentro íntimo, quizá la haya ilusionado con poder imaginar una apelación que se desplegará más cerca de la cama que de la biblioteca.

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