Volvió “Casablanca”: clásico del cine romántico, a una cartelera sobrada de violencia

La película protagonizada por Humphrey Bogart e Ingrid Bergman regresó a la pantalla grande a ochenta años de su estreno

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Alejandro Castañeda

Cumbre del cine romántico, “Casablanca”, con su encanto intacto, viene a desafiar un mundo que cree cada vez menos en los renunciamientos. Volvió a la pantalla grande 80 años después de su estreno (en junio de 1942). Y por encima de sus tropiezos, que los tiene, sigue imponiendo la energía de su sencilla emotividad. Es la crónica de un fracaso que sin embargo no deja derrotados, la exaltación de uno de esos amores que no pudieron ser y que por eso mismo no se extinguirán nunca.

El tema es conocido: La guerra resuena, pero lo que importa es hasta donde esa desquiciada realidad general ha dejado en sombras y sin futuro a esta pareja de enamorados que en París había arañado el cielo. Después, como una alegoría de esa matanza que todo daña, suspendieron su pasión a la espera de alguna paz que los cobije.

Y allí está Rick regenteando en Casablanca un bar repleto de héroes y traidores. Desde su exilio podrá evocar el verdadero espíritu de un amor condenado al que sólo le quedan recuerdos. Pero llega Ilse y se revive la ilusión de un reencuentro que al menos sirva para sostener la evocación más que la esperanza.

La historia del film, su producción, se fueron mimetizando con los cambiantes avatares de una historia romántica plagada de incidentes. Hubo cambio de director, de elenco, de libretistas. Y esa inestabilidad acabó quizá dándole el verdadero carácter a un film que desde su inolvidable melodía -“Según pasan los años”- le avisaba a todos los amantes que “el enamoramiento no es más que un suspiro, que el amor ignora el futuro, que todo pasará”.

El film se fue escribiendo a medida que se iba rodando. Hay una anécdota que ilustra mejor que nada el espíritu cambiante de un libro que, a la par del enamoramiento que pretendía describir, se iba rehaciendo constantemente. Dicen que Ingrid Bergman le preguntó una tarde a los hermanos Epstein, los libretistas, a quién tenía que amar, si a su esposo o a su amante, para ir preparando su ánimo y su mirada. Y la respuesta fue fantástica: “te lo diremos cuando lo adivinemos”, confirmando sin querer que el amor (y el film) es una fuerza desobediente capaz de aniquilar cualquier plan y que, como las grandes pasiones, se fue haciendo y deshaciendo a medida que avanzaba.

La mirada de la Bergman al ver a Rick es uno de los mejores planos del cine romántico

Ochenta años después, la mirada de la Bergman, cuando reencuentra a Rick al borde de ese piano que trae la melodía inolvidable, sigue siendo uno de los mejores planos del cine romántico. Hay algo más que tristeza y pasión en esos ojos hermosos: está lo deseado y lo imposible, una mirada de perdón y de esperanza que transmite ruego, nostalgia y desafío.

La pareja protagónica luce perfecta: Bergman, bella, etérea y casi inalcanzable, le suma emoción y nobleza a este film tan básico y tan duradero; y Bogart, que junto al director John Huston “En el tesoro de Sierra Madre” había aprendido que el fracaso es parte del destino y que nada hay al final de todo, deja aquí que su rostro –como dice Robert Lechenay- “evoque irresistiblemente el rictus de un cadáver alegre, la última expresión de un hombre triste que se desvanecerá sonriendo”.

“Casablanca” reúne las tres facetas del cine romántico: la presentación realista de una pasión amorosa, el sentido de un contexto histórico y el cariño por lo héroes fracasados. Su final nos toca de cerca: todos tenemos algún amor que se nos ha perdido en la niebla. Y todos, como Bogart, quizá esperamos que esa misma niebla alguna vez lo traiga de vuelta. El film, más allá de sus flaquezas, juega con una decisión extrema: hay que renunciar al gran amor, para que no se gaste nunca y para que siempre tenga la fuerza de un sueño imposible. El final es concluyente: el avión espera; llega el marido, Ilse y Rick se cruzan la mirada. “Bienvenido a la lucha” dice el esposo. ¿Contra la guerra o contra el olvido? Se marchan. Y Rick, más solo que nunca, ve partir ese avión que le lleva todo. Es que el amor, nos recuerda, siempre está llegando. Pero siempre está partiendo.

Despedida sin desesperación ni promesas. Entre la niebla, Rick parece preguntarnos: ¿No hay demasiados adioses en este mundo?

 

Casablanca

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