La tormenta perfecta

Edición Impresa

Raúl Martínez Fazzalari

Abogado especialista en nuevas tecnologías

La pandemia potenció las transacciones electrónicas, el uso de las redes y la adaptación de las formas de trabajo y estudio a estos entornos. Esto también impulsó a los estafadores a cometer los delitos sobre plataformas de home banking, chats o directamente llamando a celulares.

Diversas modalidades de engaño han tenido lugar: acceso a cuentas bancarias utilizando las claves de clientes, cargar servicios en tarjetas de créditos, o pedidos de trasferencias de dinero con falsas identidades, entre otros. En muchos casos, la apropiación de las claves personales ya sea por torpeza o engaño, ha sido la puerta de acceso para la apropiación indebida del dinero a adultos mayores. Fechas próximas de cobros de jubilaciones o pensiones, excusas de sistemas informáticos caídos, dieron lugar a los artimañas.

Nuestro Código Penal en el artículo 172 establece penas de un mes a seis años para quien defraudare a otro con nombre supuesto, calidad simulada, falsos títulos, abuso de confianza o valiéndose de cualquier otro ardid o engaño. También el artículo 173 incisos 15 y 16, fijan esa misma pena para el que, defraudare mediante el uso de una tarjeta de compra, crédito o débito, cuando la misma hubiere sido falsificada, adulterada, hurtada, robada, perdida u obtenida del legítimo emisor mediante ardid o engaño, o mediante el uso no autorizado de sus datos, aunque lo hiciere por medio de una operación automática.

Solo la denuncia hace posible formular el reclamo correspondiente. La delimitación de la responsabilidad de la entidad bancaria o de terceros será materia de debate posterior. El debido cuidado es la piedra angular para evitar estas acciones: no revelar claves, documento de identidad o nombres de usuarios.

Todo esto ha sido el caldo de cultivo para que se surja una tormenta perfecta. Mientras tanto, cientos de damnificados esperan pagar deudas que no contrajeron, recuperar sus ahorros o mitigar su pérdida de dinero. La que no desapareció en el mundo virtual sino que está en los bolsillos de los delincuentes.

 

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