BAFICI: "El pa(de)ciente", una odisea entre camas de hospital
| 29 de Abril de 2022 | 01:43

Al médico y experto en ética Sergio Graf se le da vuelta la mesa cuando descubre que padece el síndrome Guillain-Barré: la falta de empatía que él defendía incluso como parte del trato a sus pacientes se le vuelve en contra cuando comienza a navegar un kafkaesco sistema de salud que lo trata con fría, burocrática distancia a pesar de su creciente y desesperante deterioro.
Esa es la premisa de “El pa(de)ciente”, película de la realizadora chilena Constanza Fernández, que se verá hoy por última vez en el BAFICI (a las 15.50 en el porteño Centro Cultural San Martín) y que está basada en un libro autobiográfico del oftalmólogo chileno y eminencia en el campo de la bioética Miguel Kottow.
“Mi primera película trataba sobre la relación madre-hija: luego de esa película tenía ganas de retratar la relación madre-hijo, y así recordé este libro, que escribió el abuelo de mi hijo”, explica, en diálogo con EL DIA, la realizadora. Y en el libro de Kottow, cuenta, encontró algo más que un relato sobre las relaciones familiares. “Es la voz de alguien que tiene todas las oportunidades y fortalezas para enfrentar un problema así: tiene el conocimiento, tiene la familia, tiene el dinero, y sin embargo igual la pasa mal durante una hospitalización. Entonces, ¿qué queda para el resto?”
Así comenzó a escribir para el cine un relato sobre el trato deshumanizante del sistema médico chileno, aunque, claro, es una historia que resonará en cualquiera que haya caminado los pasillos hospitalarios en busca de un poco de información y contención. “Tenía la intención”, dice Fernández, “de retratar algo más universal que el sistema médico chileno. La despersonalización de los servicios médicos, creo, es bien occidental, no es un pecado únicamente del sistema chileno, que quizás es más mercantilista que en otros lugares: en Chile, la privatización de todo que ocurrió en la dictadura, contamina también estos procesos, pero yo apuntaba a algo con lo que pudieran sentirse identificados en otros territorios”.
Se trata de una temática densa, dolorosa, pero Fernández elige retratarla lejos de la solemnidad, salpicando con humor e ironía distintos momentos de la odisea de Graf. “Eso es parte de lo que me pareció interesante del libro: él tomaba cierta distancia, era capaz de reírse de algunas situaciones, y ese era el tono que quería para la película. Una enfermedad, tan grave, un dolor tan existencial, que para mi la manera de procesarlo era agregando una cuota de humor. Es lo que pasa cuando hay enfermedades en la familia: durante los momentos duros se sueltan carcajadas, uno trata de salvar el momento con el humor. La capacidad de reírnos de nosotros mismos nos permite sobrellevar cuestiones dramáticas”, analiza.
Claro que no es solo una película de enfermedades y hospitales, sino también la historia de cómo Graf, a medida que empeora, se acerca a algo que había desestimado, dado por sentado: su familia. “En el libro, él no hablaba sobre su familia: que no haya contado qué le pasaba a su familia me parecía llamativo, algo a desarrollar, algo que esconde cierto conflicto. Y yo había visto cómo la había pasado la familia”, cuenta Fernández, que en ese sentido se propuso, en la película, “hablar de estos hombres del siglo XX que ya nos están dejando, con sus cosas luminosas y sus grises, criticarlos también un poco”.
Lo curioso, señala la cineasta, es que en el trayecto festivalero de la película ha encontrado que “mientras en Chile y en otros territorios latinoamericanos, consideraron a la familia como una familia fría, en públicos del hemisferio norte le parecía una familia excesivamente cariñosa, la familia durmiendo en la sala, festejándole el cumpleaños, les parecía que no es posible, que no se debía hacer, es meterse con la intimidad del enfermo…”
Rodada durante el estallido social en Chile, “muy cerca de la zona cero”, la experiencia “fue filmar como en una ciudad sitiada, llevar a los actores era complejo, filmábamos y se escuchaban las cacerolas, las bocinas, había jaleo todos los días”. Sin embargo, “fue una fortuna hacerlo así”, cuenta la directora, “porque al mes se dictó la cuarentena, y desde ahí, grabar dentro de un hospital es imposible. Incluso, quise regrabar una escena… y fue imposible, ya no se podía”.
La circunstancia pandémica marcó también a la audiencia, y Fernández reconoce que “tenía miedo” al mostrar una película de hospitales en la pospandemia, “pensé que la gente iba a estar aburridísima del tema hospitalario, ahora deberían venir los años locos, la gente no quiere saber nada más de sufrimientos…”
Pero, dice, “hasta ahora me he ido forjando como opinión es que la gente quiere un relato mediatizado de algo que le entró en forma brutal, majadera, poco estética, por la televisión. Creo que el público necesitaba un retrato elaborado, artístico, del enfermar, de lo que nos amenazó como sociedad”.
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