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El jueves llega a Netflix “Blonde”, la biopic sobre la trágica vida de la rubia que ya despertó polémica por su alto voltaje erótico y visión del mito en su estreno en el Festival de Venecia
Han pasado poco más de 60 años desde la muerte de Norma Jeane Morteson, mucho más conocida como Marilyn Monroe, símbolo sexual del cine, estrella legendaria de Hollywood e ícono pop, a quien hallaron muerta en su casa de Brentwood, Los Ángeles, por sobredosis de pastillas, según dictaminó la autopsia oficial, aun cuando al día hoy no dejan de sobrevolar teorías conspirativas sobre su deceso que incluyen a los hermanos Kennedy y Jimmy Hoffa, entre otros. Y desde aquella desgraciada muerte, su presencia se ha engrandecido, fantasmal, etérea: quizás nunca haya habido alguien que fotografiara tan bien.
Pero no todo lo que brilla es oro, y eso es lo que plasma “Blonde”, la polémica biopic filmada por Andrew Dominik y protagonizada por Ana de Armas que llega a Netflix el jueves para retratar la historia de una infancia entre orfanatos y abusos, y una vida adulta no mucho más afortunada, entre el peso de la fama, la asfixia de la imagen perfecta, un afán ardoroso de ser amada, un tendal de amantes impiadosos y una creciente adicción a las sustancias. Cuando murió, la blonda estrella tenía 36 años y estaba en la cumbre del éxito. También, estaba extraviada en varios sentidos.
La película de Dominik (”El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford”) no es tímida en ese sentido. Al contrario: como la novela que adapta, escrita por Joyce Carol Oates, “Blonde” recorre la vida de la diva entre 1950 y 1962, el año fatídico, recibió una calificación de “no apta para menores de 17” (en Estados Unidos) debido a su alta carga sexual y la violencia de varias situaciones que atraviesa Norma Jean. Ana de Armas, que se pone en la piel del mito, trabajó para llegar a ese punto en el que “se muestran las vulnerabilidades y los lados más oscuros de la fragilidad” de una estrella de la talla de Marilyn Monroe.
LA PELÍCULA
Así es que “Blonde” es a la vez una película que alimenta el mito y lo desacraliza, lo deconstruye. Es más “sobre el significado de Marilyn Monroe, sobre cómo se supone que debemos pensar en ella” porque, al igual que los libros que escribieron Gloria Steinem o Norman Mailer, el filme “es como una fantasía de rescate, es ese sentimiento de que si hubiera estado allí, la habría entendido, podría haberla salvado”, explica Dominik.
Una película que se articula a través de momentos íntimos de la actriz, de sus matrimonios con Joe DiMaggio y Arthur Miller -se obvia el primero, con James Dougherty, con quien se casó con solo 16 años solo para escapar del orfanato- o de su supuesta relación a tres con Charlie Chaplin Jr. y Edward G. Robinson jr. Sin olvidar a su amante más famoso, Kennedy. Quizás, la razón de su final.
Pero Kennedy, el hombre que como casi todos la usó y se rehusó a quererla bien, que alimentó como casi todos sus inseguridades, es en realidad apenas el último de una larga línea de relaciones frustradas, tóxicas, para la rubia: su madre sufría problemas de salud mental y no podía hacerse cargo de ella, por lo que la actriz pasó un tiempo en un orfanato y fue acogida por diferentes familias; con solo 16 años, Monroe se casó con James Dougherty, cinco años mayor que ella, para escapar de las casas de acogida. Así comenzó su vida romántica.
Meses antes de pasar por el altar, abandonó los estudios. “Esta educación interrumpida la atormentó después, causando un complejo de inferioridad que otros estuvieron encantados de explotar”, escribió Donald Spoto en la biografía de la rubia. A finales de 1946, obtuvo los papeles del divorcio. “Yo me mudé a una habitación en Hollywood para vivir sola. Tenía 19 años y quería averiguar quién era”, escribió. Por aquel entonces, Monroe llevaba ya tiempo trabajando como modelo de fotografía y ese mismo año había firmado un contrato de corta duración con 20th Century Fox.
NACE EL MITO
Comenzaba el mito. Aparecía el nombre. “El director de casting me había sugerido que pensase en un nombre más glamuroso que Norma Dougherty”, contó la actriz en sus memorias. Hablando con Grace Goddard, una amiga de su madre a la que llamaba tía, le comentó que un hombre del estudio le había sugerido Marilyn. “Es un nombre bonito”, le dijo esta, según recordó, “y encaja con el apellido de soltera de tu madre”.
Y la fama comenzaba a llegar: un día, sentada en una oficina de la agencia William Morris, contó la actriz, conoció a John Hyde, uno de los cazatalentos más importantes de Hollywood, que se convirtió en su agente. También se hizo amiga de Lucille Ryman, de M.G.M., la que le ofreció un papel en “Mientras la ciudad duerme”, de 1950. La cámara se enamoró perdidamente de ella: vinieron luego “La malvada”, donde fue protagonista del furioso enfrentamiento artístico y generacional, tanto en lo cinematográfico como en la vida real, de Bette Davis y Anne Baxter, ambas nominadas al Oscar como actrices principales, pero su tarea no pasó inadvertida; y “Almas desesperadas”, de Roy Baker, su llegada definitiva al panteón de Hollywood.
Trabajó con Howard Hawks, enloqueció a Billy Wilder, quien la encumbró como actriz con las inolvidables “La comezón del séptimo año” (una de las primeras películas donde se vuelve evidente que la fantasía, el mito de la rubia, y la realidad, comenzaban a mezclarse) y “Una Eva y dos Adanes”. Pero incluso si las comedias donde actuaba eran livianas, pasatistas, Marilyn elevaba con su gracia las películas. Y vendía boletos.
“Nunca estuve acostumbraa a ser feliz, no era algo que diera por sentado”
En los días de “Una Eva…”, Marilyn estaba casada con Arthur Miller, otro de sus romances turbulentos. Fue su último esposo, con el que se casó un año después de separarse del jugador de baseball Joe DiMaggio, tras solo diez meses de matrimonio. En 1961 protagonizó “The Misfits”, escrita por Miller, del que se divorció ese mismo año. Un año, según informó un medio estadounidense, en el que ingresó en dos ocasiones en un hospital bajo observación psiquiátrica y para descansar.
En 1962, Monroe estaba involucrada en el rodaje de “Alguien tiene que ceder”, de la que fue despedida y recontratada, aunque nunca llegó a terminarla. Norma Jeane Baker murió el cinco de agosto de 1962, a los 36 años, por sobredosis de barbitúricos. “Nunca estuve acostumbrada a ser feliz, así que no era algo que diera por sentado”, dijo en una entrevista publicada el día tres en la revista Life.
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