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Mientras crecen las especulaciones científicas sobre lo que implicará la evolución de las computadoras, el cine lleva años brindando sus respuestas. Y muchas son apocalípticas
No ha pasado mucho tiempo desde que la comunidad científica se despertó con una noticia sorprendente: el ingeniero Blake Lemoine, miembro del equipo de Google que desarrolla una inteligencia artificial conocida como LaMDA (en español Modelo para Aplicaciones de Diálogo), aseguraba que las conversaciones que mantenía con el sistema demostraban que había alcanzado consciencia de su existencia y tenía sentimientos.
Una atrevida afirmación rápidamente tachada de fantasía por los expertos que consideran las respuestas de LaMDA a su interlocutor humano como las frases repetidas por un loro entrenado. Sea o no cierta esta afirmación, la posibilidad de que una máquina alcance conciencia de su propia existencia ha inspirado, con distintas variaciones, el argumento de muchas películas.
Filmes que muestran la lucha entre el hombre y la máquina en mundos distópicos gobernados por ordenadores superinteligentes. Territorios en los que la consciencia del ser ya no es una cualidad exclusivamente humana y los datos y códigos informáticos sustituyen a los recuerdos y a las emociones.
Las películas que presentamos tienen como escenario mundos imaginados donde se especula con la posibilidad de que la creación supere al creador. Una idea que no es nueva en el arte y que, de alguna manera, muestra a los seres humanos jugando a ser dios.
Treinta y dos años antes del cambio de siglo, Stanley Kubrick enfrentó al superordenador Hal 9000, que controla el funcionamiento de una nave espacial, con los tripulantes humanos en “2001: Una odisea del espacio” (1968). Los errores en su funcionamiento aconsejan desconectarlo. Algo que no gusta a Hal 9000 que, como si fuera un ser vivo, luchará por su supervivencia.
Un duelo con tintes metafísicos y estética psicodélica, muy acorde con cierta filosofía de la época que buscaba la transcendencia y ampliación de la mente más allá de sus límites físicos. Pero, aunque 2001 es una obra maestra del cine, falló en la predicción del mundo que íbamos a encontrar en el año que le da título.
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“He visto cosas que vosotros no creeríais (...) Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Hora de morir”. Este monólogo pronunciado por el androide Roy Batty (Rutger Hauer) antes de ser desconectado en “Blade Runner” (1982, Ridley Scott) es uno de los más recordados de la historia del cine.
Unas hermosas palabras pronunciadas antes de sucumbir a la “obsolescencia programada” a la que los androides de esta película son condenados por sus fabricantes para evitar que tomen decisiones peligrosas. Frases que jamás pronunciarán lavadoras, frigoríficos y otros electrodomésticos, destinados también a una corta existencia, en este caso a mayor gloria del consumo.
James Cameron dirigió “Terminator” en 1984. Con un tono más moralista que las anteriores, nos avisa del peligro del desarrollo tecnológico descontrolado. El villano es un androide enviado desde el futuro por un sistema informático que se ha hecho con el poder. Interpretado por un hierático e inexpresivo Arnold Schwarzenegger, su objetivo es matar a quien de adulto liderará una rebelión humana que amenaza el “statu quo” impuesto por las máquinas.
Una clásica película de persecuciones, con trasfondo apocalíptico, que tiene como punto de partida lo que se conoce como “singularidad tecnológica”. O lo que es lo mismo, el momento en el que el desarrollo de la tecnología haga superior a la inteligencia artificial y deje a los humanos en inferioridad frente a su creación.
En 1999 las hermanas Wachowski estrenaron “Matrix”. La película no fue solo un gran éxito de taquilla. En sus cómodas butacas, los espectadores pudieron especular sobre una de las grandes preguntas filosóficas de todos los tiempos: ¿es real el mundo que nos rodea o solo una fantasía?
Si Platón habla de la dualidad entre el mundo de las ideas y el de los sentidos y Descartes fantasea con la existencia de un genio maligno que mantiene a los seres humanos en la ignorancia, en Matrix programas informáticos crean la ilusión del libre albedrío. Todo es real excepto la misma realidad, recreada por computadoras que utilizan a los humanos como fuente de energía.
Spike Jonze firmó en 2013 su opera prima, “Her”, en la que plantea como la tecnología interactúa con las emociones. En este caso se trata de un novedoso sistema operativo con voz femenina (Scarlett Johansson) programado para dar satisfacción a las necesidades del usuario. Para el protagonista (Joaquin Phoenix) supone recuperar el amor tras un divorcio complicado.
La película se pregunta si es posible desarrollarnos como personas y tener experiencias individuales a partir de las líneas de un código matemático escrito para satisfacer a millones de usuarios al mismo tiempo.
Una metáfora de cómo la tecnología puede reducir al amor y los sentimientos a simple materia de consumo y al amante a consumidor de una experiencia que percibe como única y personal.
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