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Veinte años después de su estreno, la película del surcoreano Park Chan-wook, que encabezó la primera oleada global de cine coreano y marcó tendencia en lo visual, regresa a los cines a partir de hoy
Antes de “Parasite”, estuvo “Oldboy”: la primera ola de cine coreano a nivel global y en Argentina la encabezó la película de Park Chan-wook, sobre un hombre que pasa 15 años encarcelado sin saber por qué, y al escapar busca venganza de manera brutal.
La película se estrenó hace 20 años, en 2003, y volverá a los cines a partir de hoy, para celebrar el aniversario de aquellos días donde el cinéfilo local descubría a Kim Ki-duk, Hong Sang-soo, Lee Chang-dong, Bong Joon-ho y Jee-woon Kim, cineastas con propuestas que parecían hablar un nuevo idioma cinematográfico, fresco, exótico para nuestro ojo. Hoy, varias oleadas coreanas después (las series coreanas componen un buen porcentaje del catálogo de Netflix, el k-pop domina Spotify y Tik Tok y “Parasite” ganó el Oscar a mejor película), el ojo ya se ha acostumbrado a ese vértigo juguetón y desaforado de aquellos cineastas coreanos, cuya propuesta se ha vuelto parte del mainstream: desde el cine de Tarantino a series de Marvel, la industria ha tomado aquellos recursos y los ha vuelto propios. Mainstream.
Sin embargo, “Oldboy”, la historia de Oh Dae-su, un hombre de negocios coreano que un día es secuestrado y confinado durante años en una celda en la que sólo hay una televisión, sin saber por qué lo han encerrado, sostiene su efecto impactante aún 20 años más tarde, gracias a la crudeza con la que retrata su historia de “ojo por ojo”, a la tensión enrarecida que construye gracias a un misterio lleno de delicadas pistas, a una música hipnótica, leit motiv sonoro de la tragedia que inexorablemente se desenmaraña frente a nuestros ojos, a ciertas ideas visuales impactantes todavía hoy, desde un hombre que come un pulpo vivo, metáfora de la brutal crudeza del filme, a la célebre “escena del pasillo”, copiada mil veces pero que nunca alcanzó, en sus variaciones, el nivel de impacto de la original.
Antes de “Parasite”, “Oldboy” encabezó la primera oleada del cine surcoreano a nivel global
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La pelea en cuestión se desarrolla en un angosto pasillo, pero la cámara hace de cuenta que la cuarta pared que confina los movimientos de nuestro héroe, Oh Dae-su, no existe: la escena está filmada “como un cuadro medieval”, según el director, y la cámara, en un virtuoso plano secuencia, se mueve de manera horizontal a medida que Dae-su va liquidando a los enemigos que se interponen entre él y el escape a su libertad. Sin armas de fuego, prohibidas en Corea del Sur: todo es mano a mano y con palos.
El plano dura tres minutos, pero llevó dos días de rodaje: 15 tomas se realizaron en total, y Park resaltó siempre que el agotamiento del actor Choi Min-sik no es actuado, sino fruto de tener que repetir la toma, de corrido, varias veces. “Cuando ves al personaje cansado y sin aire, no estaba actuando, Choi estaba así. Se sentía como si se estuviera muriendo, ves al actor tratando de recargarse”, se regocija Park.
La secuencia se construyó en contra de las expectativas del espectador en torno a las escenas de acción, de ayer y de hoy: “En las secuencias de acción esperan primeros planos, coreografías rápidas y secuencias dinámicas. Lo que a mí me gusta es sorprender al público”, explica Park sobre su decisión de usar un plano secuencia que, lejos de cortar mil veces para reflejar el vértigo de una pelea, mostraba de manera descarnada la longitud de la batalla.
Es, además, un momento clave de la película: la lucha del protagonista por escapar “es una lucha con el destino”: según explica el director, es un enfrentamiento abstracto, porque los hombres a los que se enfrenta no tienen nombre ni personalidad. “Desde que alguien nace hasta que muere, en cierto modo la vida es un proceso de lucha sin fin. Si visualizas la lucha de la vida, esta escena del pasillo es simplemente una metáfora de la lucha”.
Basada en un manga (historieta japonesa) publicado en 1996 (y editado recientemente en Argentina por Distrito Manga), la película es en ese sentido un thriller de acción y venganza en sus espectaculares superficies, pero una tragedia sobre la lucha por vivir y sobrevivir en medio del sinsentido, la culpa y la soledad en el fondo. El epígrafe utilizado por el filme, “ríe, y el mundo reirá contigo, llora y llorarás solo” (del poema Soledad, de Ella Wheeler Wilcox), resume el sentimiento trágico de la pieza de Park: la venganza que propulsa al protagonista será la causa misma de su degradación total y perdición final.
Park explicó las razones de su atracción por contar una tragedia y explorar la culpa y la redención. “Posiblemente esté relacionado con mis amigos, los de mayor y los de menor edad que yo, que se levantaron y lucharon contra la dictadura militar durante mis años de estudios universitarios. Yo era débil y cobarde y no pude luchar de manera activa, y los corajudos fueron quienes terminaron sacrificándose ante esa violencia intensa. Fue entonces cuando comencé a interesarme en temas como la culpa, la venganza y la redención”, recordó. “La venganza es un tema clásico, mitológico. También lo es el incesto. Como ya había tocado el tema de la división de la península coreana en Joint Security Area y el conflicto de clases en Sympathy for Mr. Vengeance, no quería abordar otra cuestión social coyuntural. Me interesaba narra una historia más fundacional, primordial y universal. Y quería volcarme al romanticismo, no tanto al realismo. Quería contar una historia sobre el destino, la fatalidad”.
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