Suben las tarifas del estacionamiento y siguen los trapitos y cuidacoches

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El nuevo contexto que acompaña al estacionamiento medido en nuestra ciudad –como se sabe, la Municipalidad anunció que aumentará las tarifas entre un 42,8 y un 45,4 por ciento una vez que empiece a regir desde hoy el horario pleno, luego del receso de enero- seguramente volverá a exponer, una vez más, el fenómeno de la proliferación de cuidacoches y trapitos en calles de la Ciudad. De esta manera, se recreará el manifiesto descontrol que existe en el uso de la vía pública

Si bien no es correcto vaticinar que volverán a registrarse transgresiones como las aquí descriptas, el hecho es que en el mes pasado y en horarios centrales los trapitos y cuidacoches siguieron “compitiendo” en la zona céntrica con el sistema público de estacionamiento medido. De esta manera, en la práctica los automovilistas se vieron y, como se dijo, se seguirán viendo virtualmente compelidos a pagar una doble imposición: la que fija la Municipalidad como tarifa horaria y, como añadidura, la que se paga “a voluntad”, según lo determinan estos espontáneos e ilegales administradores de los espacios públicos.

En realidad, antes que voluntario, este segundo pago es, claramente, el resultado de una actitud extorsiva, ya que ningún automovilista ignora los riesgos que puede correr si se niega a entregar la “colaboración” que le demandan los cuidacoches y trapitos. Algunos de ellos, además, se ocupan de reservar espacios para quienes forman parte de su clientela fija, mediante la colocación de baldes o caballetes. La tarea de los espontáneos suele verse acompañada, como se sabe, del servicio de lavado de los vehículos, abasteciéndose de agua en canillas cercanas.

Tal como se señaló reiteradamente en este diario, en la materia rige una ordenanza que prohíbe la actividad de los cuidacoches y limpiavidrios en el partido de La Plata. La normativa incluye la exigencia al Ejecutivo comunal para que se envíe en forma bimestral al Concejo Deliberante copias de las infracciones realizadas a quienes infrinjan la norma.

A grandes rasgos debe decirse que –al margen de que no pocas personas acuden a estas tareas informales por no contar con un trabajo fijo, como una manera de obtener ingresos y superar así sus penurias económicas- no existe justificación alguna para que algunos limpiavidrios o trapitos apelen a comportamientos violentos y extorsivos.

Tampoco debiera dejar de sopesarse que existen verdaderas organizaciones mafiosas -como ocurre con las que actúan en torno a algunos estadios, en donde los barrabravas “administran” los espacios de estacionamiento- ocupadas de ejercer en forma sistemática este tipo de presiones para así aumentar sus ganancias

El problema, que es complejo, se nutre de la angustiante situación socio-económica en la que se encuentran muchas personas, pero eso merece otras respuestas por parte del Estado. Las autoridades no pueden dejar hacer y permitir la consolidación de actitudes intimidatorias, claramente delictivas en algunos casos, que degradan la calidad de vida de todos los ciudadanos.

En nuestra ciudad, esta cuestión, con todas sus complejidades, debe ser abordada con decisión y voluntad firme. Pero, además, con urgencia. Porque se trata de un fenómeno que crece en forma alarmante y cada vez se tornará más difícil erradicarlo si no se cambia la actitud de indiferencia que ha imperado hasta ahora. Cabe esperar que, alguna vez, el reclamo aquí planteado tenga una respuesta distinta a la indiferencia.

 

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