El problema de los trapitos no es menor, se agrava y afecta a toda la Ciudad

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Opinión Editorial

Con la vuelta de la actividad plena en la Ciudad llegó también el retorno de la violencia protagonizada por los “cuidacoches” espontáneos y, con ella, los incidentes graves con automovilistas a quienes literalmente extorsionan para que les den dinero a cambio de vigilar sus vehículos. Pero también reaparecieron las rencillas entre los propios “trapitos” que usaron armas blancas para agredirse y defender así lo que, según consideran, son sus espacios propios. Y, además, no faltan ahora amenazas a los comerciantes y otros delitos por parte de algunas de estas personas.

Los vecinos afincados en la zona céntrica del exMercado, delimitada por las calles 2 a 5, desde 47 a 51, pidieron la urgente toma de medidas para erradicar la presencia de estas personas, ante el aumento de las peleas en la vía pública, el consumo de alcohol y las amenazas a comerciantes.

Estos incidentes cotidianos se registran en horarios centrales en un barrio ubicado a dos cuadras de la Casa de Gobierno y del ministerio de Seguridad, entre otras reparticiones de la administración provincial y municipal. Sin embargo, no se advierte en esa zona, desde hace ya muchos años, ningún control preventivo, sea por parte de la Policía o de inspectores municipales.

Tanto allí como en otras zonas céntricas –todas con el sistema municipal de estacionamiento medido-, tales como la de diagonal 74 en cercanías de plaza Moreno o las de 58 desde 7 a diagonal 73; diagonal 73 de 8 a 10; 46 de 9 a 11 y 8 de 44 a 45, entre otras- se puede comprobar que los trapitos “ordenan” el movimiento vehicular.

Es así que ofrecen privilegios a determinados automovilistas que les pagan una suerte de abono y entonces para ellos reservan lugares con caballetes o baldes de plástico, lavan algunos autos y se ponen violentos con quienes no quieren darles dinero. Las amenazas de represalia están al orden del día: se trata, por lo general, de una extorsión tácita o traducida luego en rayones o espejos faltantes.

Los vecinos aseguran que la mayoría de los trapitos llegan desde otros distritos y que se registran no sólo casos de peleas y borracheras, sino de amenazas a comerciantes, ofrecimientos de protección a cambio de no romper las vidrieras y hasta de algunas usurpaciones de locales vacíos.

Como se ha dicho, los trapitos actúan sobre espacios que son públicos y además en las zonas regidas por el sistema de estacionamiento medido por parte de la Comuna, de modo que hay automovilistas que no se resignan a esa suerte de obligada “doble imposición” que imponen, aún a sabiendas de que no responder a sus demandas podría originar graves consecuencias.

Lo cierto es que la presencia de los trapitos convierte al estacionamiento en centro de La Plata en una suerte de riesgosa ruleta rusa para los automovilistas, por los eventuales peligros que estas presencias suelen generar.

El problema se nutre de la angustiante situación socio-económica en la que se encuentran muchas personas, pero eso merece otras respuestas por parte del Estado. Las autoridades no pueden dejar hacer y permitir la consolidación de actitudes intimidatorias, claramente delictivas en algunos casos, que degradan la calidad de vida de todos los ciudadanos.

Acaso para excusarse por su absoluta inoperancia, algunos funcionarios sostienen que se trata de una cuestión menor. Aún si fuera así, que no lo es, la no resolución de los problema menores suele convertirse, a la corta y a la larga, en la aparición de gravísimos problemas para la calidad de vida de la Ciudad.

Y hace ya mucho tiempo que el de los trapitos es uno de ellos.

 

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