Infancias sin etiquetas

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Por TAMARA SPARTI (*)

“El hilo de la infancia tiene muchos hilos dentro. Se confunden en los animales grandes, se tejen y destejen una y otra vez...”.

Noche de Reyes. Juan Gelman

En una sociedad que no deja de demandar (producción, rendimiento, éxito, eficiencia) y de ofrecer (clasificaciones, diagnósticos, remedios, soluciones) madres y padres observan con preocupación a sus hijos.

Cuando a partir de esta observación, hay algún rasgo, alguna característica que llama nuestra atención, suele haber al menos dos caminos posibles. Uno, al que parece empujar la época, que es la rápida clasificación: un rótulo como respuesta. Rótulo que puede llevar incluso al forzamiento de la observación, ubicando al niño como “enfermo”. El otro camino, es el de abrir preguntas en relación a aquello que nos preocupa: ¿desde cuándo ocurre?, ¿en qué ámbitos?, ¿qué puede decir el niño acerca de esto que le pasa?, ¿hay un padecimiento por parte del niño?, ¿hay algo que lo alivia?.

En el primer caso, puede tratarse de lo que llamamos Patologización o Medicalización. Estos términos refieren a un proceso social, que ubica en el campo de la Medicina, la biología o la salud características o eventos vitales. Así, por ejemplo, un niño puede presentar situaciones de angustia, estrés, preocupación excesiva. Estos son síntomas a los que, por supuesto, es necesario atender. Sin embargo, para cada niño, serán diferentes el origen, los recursos con los que cuentan, tanto él como su grupo de crianza, los tiempos, los modos. La patologización tiende a suprimir el síntoma, la tristeza por ejemplo, muchas veces no haciendo lugar a la expresión necesaria de este afecto.

Cuando pensamos desde un enfoque subjetivante, justamente intentamos encontrar eso propio de este niño, que no entra en el diagnóstico. Desde una mirada hacia lo singular no hay “recetas para todos”, no hay respuestas de antemano. Hay una apuesta a lo subjetivo, a lo que este niño puede hacer, acompañado amorosamente y orientado, con esto que le pasa.

Nos encontramos en un tiempo de infancias con etiquetas (ADD, TDH, TEA, y muchos más).

Creemos que las etiquetas, tantas veces prematuras y superficiales, aplastan toda posibilidad subjetiva de arreglárselas con todos los hilos con los que cuenta el hilo de la infancia.

En una cultura en la que no hay lugar para la espera, proponemos precisamente una pausa, un tiempo para ver, para preguntar y preguntarse, para ensayar respuestas. Ese tiempo, puede ser una apuesta al surgimiento de lo propio, a la tramitación de lo que está sucediendo, a la interpelación de los adultos respecto de ese niño, que nos dice algo, a veces sin palabras, a veces en acto.

 

(*)Profesora y Licenciada en Psicología
Escritora. Docente de Nivel Terciario. Miembro del Departamento de Orientación Educativa de la Escuela Graduada Joaquín V. Gonzalez de la UNLP.

 

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