Cuando comer se convierte en un lujo

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Milo Milfort

La miseria y el hambre ganan terreno en Haití, un país en el que comer lo suficiente se convirtió en todo un lujo y donde la inseguridad alimentaria afecta a 4,9 millones de personas de una población de algo más de 11 millones.

En medio de una crisis sociopolítica y económica sin precedentes, cada vez más personas viven en extrema pobreza y ello se traduce en una mayor inseguridad alimentaria que se ensaña con dos grupos: los niños y quienes han tenido que irse de sus casas y alojarse en campos de refugiados ante la violencia de las bandas armadas.

Este es el caso de Rouseline Cénat Joseph, quien vive junto a su marido en un campamento en la comuna de Delmas, en Puerto Príncipe.

“Alimentarnos es muy difícil. Si tenemos suficiente comemos los dos, si no, compartimos lo poco que tenemos. A veces pasamos un día entero sin tomar nada. Es mediodía y aún no hemos comido. No sabemos si vamos a poder hacerlo”, se lamenta Rouseline, quien afirma que tampoco es fácil encontrar agua en este lugar.

Esta mujer prefirió separarse de su único hijo para evitar traerlo a este campo de desplazados, abandonado por las autoridades y prototipo de los que abundan por todo Haití.

La miseria allí es palpable. Más de 300 personas viven en condiciones inhumanas y una precariedad extrema, en medio de chinches y víctimas de la sarna, el sarampión... ante lo que Rouseline pide que las autoridades hagan algo.

De ello también se queja Chrispin Jean Ewil, cooperante en Delmas: “En términos de seguridad alimentaria, la situación es realmente difícil. Están desesperados. Ningún responsable se ocupa de proporcionarles comida. Duermen en malas condiciones”.

“En Haití es imposible comer lo suficiente, por no hablar de comer de forma sana. La situación es difícil, de miseria. La gente pasa hambre”, subraya Ewil.

Otro grupo de la población especialmente vulnerable es el de los niños: el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) asegura que se ha disparado en un 30 por ciento la desnutrición aguda severa entre ellos respecto a 2022 y, en su forma crónica, afecta a casi uno de cada cuatro menores. Alerta de que muchos morirán si no se toman medidas urgentes.

UN PROBLEMA MULTICAUSAL

El hambre en Haití no es algo nuevo, la situación ha ido degenerando desde hace al menos cuatro décadas en un país bastante agrícola, pero en el que las autoridades nunca se han preocupado en hacer de la agricultura una prioridad.

Ahora las familias están reduciendo la ingesta de alimentos, cientos de personas subsisten gracias a la solidaridad y algunas sobreviven con trabajos esporádicos en las calles. Otros consiguen comer con el dinero enviado por una diáspora que mantiene viva la moribunda economía haitiana.

Las causas de que cerca de la mitad de la población viva en situación de inseguridad alimentaria (1,8 millones de personas en extrema falta de alimento) son muchas, variadas y, en numerosos casos, profundas.

“Tenemos una situación cíclica derivada de un problema estructural. Hay inversiones necesarias que no se realizan. Tenemos un problema de gobernanza”, dice Harmel Cazeau, responsable de la Coordinación Nacional de Seguridad Alimentaria estatal.

Junto a la crisis incluso y una inflación cercana al 50 por ciento que hace que los precios se dupliquen e tripliquen, la inseguridad ha presionado exponencialmente y así “es imposible que las personas y las mercancías circulen libremente”.

Además, en los últimos meses Haití se enfrenta a una sequía sin precedentes que hace que en regiones como Grand’Anse, considerado el granero del país, la gente y los animales se mueran de hambre. “Faltan inversiones en el sector agrícola”, denuncia.

En opinión de Cazeau, se precisan medidas urgentes, estructurales y profundas, “necesitamos programas mucho más meditados que tienen en cuenta también el medio y largo plazo (...) Hay que sentar las bases de algo sostenible en términos de lucha contra la pobreza , la degradación medioambiental y la inseguridad global”.

Las recomendaciones de este especialista son múltiples: ayudar a los productores a valorar más sus productos, políticas públicas sostenibles, creación de empleo y programas que garanticen la tan necesaria seguridad. (EFE)

 

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