Deben atacarse de raíz los actos de violencia que ocurren en las escuelas

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Los reiterados ataques que sufre una estudiante por parte de sus compañeras, registrados en un colegio del casco urbano platense, así como los enfrentamientos a golpes entre alumnos de un colegio Normal ubicado en la zona céntrica, en los que también habrían participado escolares de otros establecimientos, en cruces callejeros a piedrazos, con corridas y daños para terceros –además de que se conocieron otros casos similares en distintas sedes escolares- debieran obligar tanto a los padres como a los docentes a tomar conciencia de la gravedad de estos episodios.

En el primero de los episodios, la madre de la víctima aseguró que su hija se encuentra en el contexto de una situación de bullying permanente y afirmó que “cuando fui a la escuela a pedir explicaciones, como respuesta me dijeron que saque a mi hija del colegio. Es una locura. Deben expulsar a quien casi mata a mi hija. Me la dejaron con cuello ortopédico y los directivos no hicieron nada”.

Luego de detallar que radicó la denuncia en la comisaría Novena, expuso su impotencia ya que no sabe a quién más recurrir, sin dejar de reclamar que actúen las autoridades educativas con incumbencia en estos temas.

En el caso de la secundaria ubicada en la periferia, una fuente sostuvo que “el consejo escolar y los inspectores deben saber que es necesaria una intervención. Los alumnos de esa escuela se pelean todos los días y los directivos no ponen límites”.

A su vez, en los últimos días y por peleas entre alumnos en un colegio del Barrio Norte debieron acudir patrulleros policiales e iniciar una investigación, ya que alcanzó a verse a una persona que portaba un arma de fuego, hablándose también de que otra abría sido vista con un arma blanca.

Bien se conoce que, lamentablemente, las escuelas –concebidas, obviamente, para instruir, educar e inculcar sólidos principios de convivencia- suelen ser escenarios centrales en los que se desatan con frecuencia episodios violentos, que tienen a los adolescentes como víctimas y victimarios.

En ese marco, seguramente, un principio para comenzar a encontrar soluciones a este problema, signado por las agresiones de los jóvenes entre sí, y colateralmente hacia los demás, sería advertir que existe una generación que crece y que está necesitada de valores y principios que la alejen, con claridad, sin relativismos, de todo aquello que resulte ser parte de una cultura de la violencia.

Se habla también de una cultura difusa, que alcanza a todas las franjas sociales y que, además, encuentra no sólo en las falencias educativas sino en la expansión de las drogas un terreno cada día más propicio para la anarquía y la anomia.

Está cada vez más claro que tanto los padres como los educadores y el conjunto de la sociedad deben tomar debida nota de las crecientes expresiones violentas que signan en este tiempo las relaciones entre los jóvenes, para encontrar el modo de que esa tendencia comience ya a ser revertida.

También sería oportuno no pasar por alto, con ligereza y desmemoria, situaciones que parten de rencillas menores y que, al no ser atacadas de raíz, se convierten en gravísimos problemas sociales.

 

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