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La construyeron en 1936, en el triángulo cercano a Plaza Moreno. En 1944 la compró un Puleston y ya van por la tercera generación
La vista actual, como vivienda familiar, de lo que empezó como un proyecto comercial hotelero /dolores ripoll
Única. Sola en una pequeña manzana. Sin medianeras ni vecinos. Esa “isla” en medio del fragor de una diagonal 74 que en doscientos metros toca Plaza Moreno y llega a la Catedral, ha despertado, por décadas, la curiosidad de quienes pasan por el lugar.
La “casa de la manzanita”, de sobrias líneas rectas, bien característico de la corriente racionalista, que sin ser de grandes dimensiones se adivina funcional, cómoda y a medida para el buen vivir de cualquier familia, está enclavada en diagonal 74 entre 15 y 56. Desde 1944 es propiedad de un Puleston. Fue Sidney Arturo Puleston quien la compró al doctor Eugenio Alsina.
Había sido construida en 1936 como petit hotel y quien era el abuelo del actual dueño la mandó a refaccionar, no bien la adquirió, y le hizo agregar un ala a la planta superior.
Desde el punto de vista arquitectónico, la propiedad pertenece, dentro de la vertiente racionalista propia del auge de la Modernidad, al estilo Internacional, una tendencia en la construcción que comenzó a tomar forma a partir de 1920 en Europa y que para 1932, con una exposición celebrada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, ya estaba cabalmente consolidada en más de una parte del mundo. Esos diseños, entre cuadrados, rectángulos y escuadras, fueron los representantes estéticos de la industrialización, la mecánica, la ingeniería y la ciencia de los materiales, es decir, del ideario de la época.
Se trató de toda una vanguardia que buscaba, después de un largo período de eclecticismo y exceso de ornamentación en la arquitectura, espacios “vivibles”, libres de incomodidades, funcionales más que vistosos y que obedecieran, sobre todo, a la relación entre forma y utilidad. Se siguió por entonces la concepción ahora tan convocada del “menos es más”.
La casa de diagonal 74 fue una de las expresiones locales de aquella perspectiva, que se resolvió sobre el espacio de una geometría triangular y con 216.32 metros cuadrados cubiertos.
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Pero volvamos a la historia familiar y su influencia en los movimientos que experimentó el emblemático inmueble.
Fallecido aquel primer dueño de apellido Puleston, heredó el inmueble su hijo, Ricardo Wykeham Puleston, -Dick-, quien ya había formado su propio hogar en otra propiedad.
Durante largos años la vivienda se alquiló, no sin sufrir algunas reformas internas que ayudaron a sacarle el jugo de más de una renta. Y así los recibió, dividida en dos unidades funcionales, a Juan Miguel - “John”- Puleston (hijo de Dick y nieto de Sidney) y a Andrea Mazzoni cuando la pareja se casó, hacia fines de los años 80, y decidió armar su historia en la parte de abajo de la casa que ya hacía tiempo disparaba entre la gente algunas preguntas.
Desde el punto de vista arquitectónico, se enmarca en un estilo que cobró vigencia en 1920, en Europa
La flecha del tiempo, entonces, sería así: la construcción se concibió como un hospedaje y la levantó, a pedido de Alsina, en 1936, el ingeniero civil Juan Urrutia; Sidney Puleston la adquirió en 1944 y encaró la primera de las reformas; pasados unos años, Dick Puleston la puso en alquiler después de convertirla en dos departamentos (uno en cada planta); y en 1987, al ocuparla “John” y Andrea, volvió a reestructurarse, con la modificación de la cocina, para adaptarla al nuevo proyecto familiar que allí se iniciaba.
La familia conserva, junto a las fotos que muestran la historia de la casa, un panfleto del remate a cargo del agente “J.B. Brachi & Cia.” fijado para el domingo 17 de diciembre de 1944.
Allí se describe, con puntillosidad, la propiedad, con sus características de diseño y equipamiento. Todo un catálogo del confort y de materiales de los que se disponía en la primera parte del siglo pasado.
Hacia mediados de los 90, John y Andrea eran ya eran padres de Brenda y Mora.
La familia se había agrandado y las “chicas” (así le sigue diciendo el matrimonio a las jóvenes independizadas de 34 y 31 años) crecían. Surgió la necesidad de ampliar el espacio hogareño, hasta entonces reducido al piso inferior.
A cualquiera podría parecerle una obra titánica el hecho de convertir en una unidad lo que eran hasta entonces dos departamentos. Sin embargo, regresar al punto de partida no resultó tan traumático.
Sidney Puleston encaró una primera reforma. Dick la transformó en dos departamentos
Andrea, que además de ser profesora de Educación Física especializada en Pilates, tiene la afición de remodelar los espacios que habita, se dio cuenta de que para recuperar la casa original hacía falta nomás tirar abajo una pared y reformular algún que otro ambiente.
La división de las plantas estaba dada por la ubicación de la escalera y no fue complicado volver a poner cada cosa en su lugar.
Desde entonces y hasta ahora se produjeron más cambios al interior y al exterior de la casa: se incorporó una piscina en la porción del espacio verde disponible, se reorganizó la segunda planta con nuevos usos en superficies que no se utilizaban, se rediseñó la terraza y se levantó el cerco perimetral, entre otros detalles.
“Una casa en la que además de los sentimientos personales está la familia desde hace tantos años...”
“John” Puleston Propietario
Los Puleston son, también, como la casa de la “isla”, una familia peculiar: todas las personas que portan ese apellido en el mundo descienden de un único matrimonio, de origen normando y con antecedentes apenas pasado el año 1000 en Inglaterra.
De linaje con escudo heráldico, un abuelo y un tío abuelo de Dick llegaron a este país en 1866 para dedicarse al comercio marítimo, de lo que también se ocupó él, quien fue, además, representante de Noruega en esta ciudad durante más de 40 años.
John, ya la tercera generación propietaria de la curiosa obra, es abogado, socio en una tradicional cervecería y lleva una larga trayectoria en el campo de la política y la gestión. Se instaló, como se dijo, junto su mujer, hacia fines de octubre de 1987 en la que había sido “la casa de los abuelos” y la que visitaba durante su infancia y adolescencia, cuando la diagonal, dividida con una rambla ancha, era adoquinada, y apenas levantado del piso el muro perimetral de la propiedad.
“Una casa -dice John ahora, evocando aquellos años 60 y 70- en la que además de los sentimientos personales está la familia desde hace tantos años y en donde vivieron mis abuelos, mi padre y después yo junto a mi mujer y mis hijas, y por la que siento el orgullo de que sea una vivienda del casco urbano edificada sobre el triángulo de diagonal 74 entre 15 y 56”.
La vista actual, como vivienda familiar, de lo que empezó como un proyecto comercial hotelero /dolores ripoll
La vista original, en el afiche que promovía la venta del petit hotel/el dia
“john” puleston y andrea mazzoni llevan 36 años en la casa / el dia
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