Estrés económico: cómo afecta la inflación a la salud
Edición Impresa | 27 de Enero de 2024 | 04:41

El supermercado que todavía tiene café a un precio razonable, cargar nafta con la tarjeta el fin de semana para conseguir un descuento, encontrar una lata de atún, hacer compras comunitarias en el Mercado Central o llamar al servicio de cable para amenazar con cortarlo para acceder a un plan más barato son algunas de las experiencias cotidianas que por estos días no sólo dominan la charla de sobremesa de los platenses, los intercambios durante los cumpleaños y los diálogos en el trabajo sino que hacen mella sobre la salud de la población.
Así lo advierten tanto sociólogos y especialistas en comunicación -quienes observan una creciente presencia de la inflación como tema en los escenarios familiares y redes sociales,- como médicos y psicólogos, testigos del efecto que tiene el estrés económico en la salud de muchos de sus pacientes.
Que el Indec diera a conocer semanas atrás que el Índice de Precios al Consumidor de diciembre trepó a 25,5% y cerró el año en 211,4% sólo confirmó en números algo que los argentinos tienen muy presente en la experiencia diaria y en la conversación cotidiana alrededor de lo que pareciera ser el monotema del momento: todo está muy caro.
Como señala Ingrid Sarchman, licenciada en Comunicación, docente, investigadora y escritora, el espíritu catártico tomó las redes sociales, cuyos “intercambios aparecen colonizados por la realidad más inmediata”. “Un mayor número de usuarios hoy ´se dan permiso´ para referirse al impacto de la inflación. Las redes son un lugar de catarsis donde las personas arman comunidades y, en ese marco, estos discursos se potencian”, reflexiona.
Si bien “en Argentina estamos acostumbrados a hablar de inflación”, Eugenia Mitchelstein, profesora en Ciencias Sociales en la Universidad de San Andrés, señala que lo novedoso es su intensidad.
“El salto de diciembre por ahora parece de grado pero no de tipo -asegura-: las conversaciones sobre precios existen hace varios años, lo que tal vez cambió ahora es la frecuencia de esas conversaciones y la sensación de que todos nuestros consumos de productos y servicios están sujetos a esta incertidumbre: no solo aumenta el pan o la carne: aumenta la nafta y las prepagas, van a aumentar las tarifas de gas y luz y las cuotas de las escuelas privadas”.
Para Mitchelstein, “la pregunta no es entonces si va a haber inflación, sino hasta dónde van a llegar los precios, y si nuestros ingresos van a acompañar. No es nada sorprendente que frente a la incertidumbre tratemos de protegernos pasándonos datos sobre cómo intentar gastar menos”.
¿Y qué efectos tiene estar tan atados a lo básico y coyuntural respecto de “los grandes temas”? “Los precios son una señal súper importante de la economía, y a veces, la ventana más directa que tenemos los ciudadanos a las decisiones de los gobiernos. No creo que nos impidan pensar en ´los grandes temas´, primero porque ´llegar a fin de mes´ es un gran tema en sí mismo y segundo porque los precios nos dan información útil como ciudadanos y consumidores respecto a las políticas públicas implementadas”, advierte Mitchelstein sobre los efectos del corrimiento de la conversación pública.
“Puede que alguien no mire noticias, no siga la actualidad en redes, pero esa persona viaja en transporte público, o paga peajes, y compra leche, pan, carne, etc. Esa información le permite evaluar al gobierno con datos. ¿Estoy mejor o peor que antes?”, analiza.
Claro que este tipo de conversaciones que ahora están tan presentes en el día a día de la clase media no son tan nuevas para los sectores populares, para los cuales la inflación y el precio de los alimentos es ya desde hace años determinante para sus ingresos.
“En el período que se abrió en las fiestas y lo que va del año, la conversación comenzó a estar casi exclusivamente tomada por el aumento de precios. Es como si el debate sobre los grandes ejes y personajes de la política nacional hubiera dejado lugar a lo más inmediato de los alimentos: en los barrios, todo es stockearse porque se sabe que mañana va a ser peor”, cuentala antropóloga Sofía Servián.
Los efectos de esa carrera no se limitan con todo al terreno de lo discursivo, también impactan fuertemente sobre la salud de la población, observa la médica endocrinóloga Laura Maffei, quien se especializa en estrés.
“El estrés financiero, vinculado a preocupaciones como deudas e inflación, desencadena una concentración de cortisol en el organismo, manteniéndolo en alerta constante y afectando la calidad del sueño y la salud en general”, explica.
“Ese nerviosismo crónico, generado ante situaciones de angustia e incertidumbre, tiene consecuencias en el cuerpo y el cerebro, como infartos, arritmias, alergias, gastritis, depresión y falta de motivación”, detalla Maffei al afirmar que “Argentina es una fuente constante para esa forma de estrés”.
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