Woody Allen: culpable o no

La última película del director llega a los cines locales, aunque el público argentino parece haberle dado la espalda

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Cuando Woody Allen terminó de filmar su película número 50, “Golpe de suerte en París”, dijo que tal vez era el retiro. Para entonces, los escándalos del pasado lo habían alcanzado en el presente, y atrapado entre denuncias mediáticas de sus hijos adoptivos, sufrió una especie de cancelación: ya nadie le financiaba las películas, y el público se iba alejando cada vez más de sus estrenos.

Para muestra, un botón: su anterior estreno “Rifkin’s Festival”, fue vista por muy poca gente en un país como el nuestro, profundamente alleniano. “Match Point”, de 2006, había llevado casi medio millón de personas a las salas, casi 100 mil en su primera semana; “Rifkin” cortó 5 mil tickets en su primer fin de semana.

La prolífica y exitosa carrera de Woody Allen, ganador de cuatro Oscar, se ha visto empañada por la denuncia de abuso sexual de su hija adoptiva, Dylan Farrow. Las acusaciones nunca probadas de manoseo sexual a Dylan cuando ésta tenía siete años frenaron su carrera y obligaron al cineasta, que siempre ha negado los supuestos abusos, a estar a la defensiva mientras veía cómo se le cerraban puertas, sobre todo, a raíz del movimiento #MeToo.

Una historia que comenzó en en 1992: su entonces pareja Mia Farrow, protagonista de 13 de sus grandes películas, como “Hannah y sus hermanas”, lo denunció después de encontrar en el apartamento del cineasta unas fotos en las que aparecía desnuda Soon-Yi, la hija adoptiva de la actriz y de su anterior marido André Previn. La joven, de origen coreano, tenía 21 años y el cineasta 56. La pareja se casó en 1997 y hasta hoy siguen juntos.

En medio de la tormentosa separación, Mia Farrow le acusó de haber manoseado sexualmente a la hija adoptiva de ambos, Dylan, cuando tenía 7 años. Las investigaciones de dos agencias de protección de menores nunca pudieron probar las denuncias contra Allen y aunque un juez neoyorquino dictaminó que las acusaciones no eran concluyentes, en junio de 1993 concedió la custodia de Dylan a la madre y restringió los derechos de visita al padre, al que tildó de “egocéntrico, indigno de confianza e insensible”.

En sus memorias, “A propósito de nada”, en las que se extiende sobre este hecho, el cineasta asegura que si fueran verdad dichas acusaciones, nunca las autoridades le habrían permitido adoptar a sus dos hijas con su actual esposa.

Desde entonces, ha vivido a la defensiva pese a que en su autobiografía dice que “al no creer en el más allá, le es indiferente que la gente me recuerde como cineasta o como pederasta”. Varios actores se negaron a trabajar con el cineasta. Y en 2018, Dylan concedió su primera entrevista en televisión, en la que describió entre lágrimas a su padre como un mentiroso.

Allen contraatacó y acusó a la familia de su expareja de “aprovechar cínicamente la oportunidad que brinda el movimiento Time’s Up para repetir esta acusación sin fundamento”. Pero fue criticado por decir que se sentía “triste” por Weinstein y hablar de una “atmósfera de caza de brujas” en la que “cada tipo en una oficina que guiña un ojo a una mujer de repente tiene que llamar a un abogado para defenderse”.

CANSANCIO Y ¿FINAL?

Allen acusó de todos modos el golpe. Declaró antes de filmar “Golpe de suerte” que filmar “ha perdido gran parte de la emoción”, y que esa película, rodada en París “en agradecimiento al público francés”, quizás sería su último proyecto antes de dedicarse a escribir.

“Probablemente haré esta película más, pero he perdido gran parte de la emoción, porque no tiene el mismo efecto cinematográfico, no es como cuando comencé a filmar”, dijo el director entonces. Hoy, prepara una nueva película en Roma, pero tiene 88 años, ya no rueda una película por año y no consigue fondos tan fácil para filmar. Además, filma en Europa porque allí lo financian, pero hace rato no puede filmar en su querida Nueva York: vive lejos de casa. Está cancelado, cansado, y ya veterano.

“Golpe de suerte en París” bien podría ser, entonces, su última película. Es su primera película rodada en francés - una lengua que él no habla - como “una película policíaca, una historia seria de crimen y castigo. Con una dosis de romance, por supuesto”. Es decir: los temas habituales en el cine de Woody.

La película sigue a Fanny (Lou de Laâge) y Jean (Melvil Poupaud), dos que parecen el matrimonio ideal: ambos son profesionales consumados, viven en un precioso apartamento en un exclusivo barrio de París y parecen tan enamorados como cuando se conocieron. Pero cuando Fanny se cruza accidentalmente con Alain, un antiguo compañero de instituto (Niels Schneider), cae rendida a sus pies.

 

Woody Allen

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