Ocurrencias: ladrones y crédulos

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Alejandro Castañeda

afcastab@gmail.com

Cinco parejas fueron asaltadas en un hotel alojamiento de Junín, en Mendoza. Meterse en esos cuartos, robar plata, teléfonos, expectativas y autos, sin resistencia a la vista, enseña que hasta los instantes deseados ahora son peligrosos. La justicia debería articular un código extra para atender estos robos con víctimas escurridizas y denuncias benevolentes. El contencioso amoroso exige para estos casos otra forma de negociar con la vergüenza, la bronca y el anonimato. Los damnificados sin querer terminan encubriendo a los delincuentes para poder poner a la pasión fuera de escena. Son historias particulares las que allí suceden. La idea de ponerse lejos del alcance de otros ojos y la necesidad de recrearse en un ámbito especialmente preparado para ese único y suficiente fin, son una vieja atracción que se fue marchitando por las crisis, los precios y por la existencia de padres que prefieren saber que sus hijos debutan en cancha propia. Pero siempre, más allá de modas, los albergues fueron un ámbito bien vestido, reservado y cauteloso, lejos del alcance de cámaras y alcahuetes, un sitio acogedor que te deja seguir jugando a las escondidas. Son espacios con mala prensa y buenas recompensas. Integran el grupo que reúne los más dichosos. Andan de capa caída pero nadie se atreve a echarles una mano. Sus clientes más empecinados han perdido la esperanza de poder recuperar ese placer contra reloj que se fue quedando sin practicantes. Trampa hay siempre, pero existen otros recovecos para alcanzarla. Encima, en plena ola de inseguridad, no se puede exigir más guardias en esos albergues, porque precisamente es un terreno medio subrepticio que tiene algo de aguantadero placentero y que enseña, como parte de su desafiante embeleso, a saborear que nadie los pueda descubrir.

La crisis ha diezmado el plantel de infieles. Hay muchas cámaras delatoras y el turno de los hoteles cuesta tanto que hasta la libido se arruga. Pero la trampa es presencial o no es. Y los usuarios del sexo por turno venían escapando a una ola delictiva que al parecer también hace caja a costa de metejones de extramuros. Una bala más contra el viejo mano a mano que necesita aislarse para afianzarse. Y un riesgo maldito para esa ardiente clientela.

Habría que articular un código extra para atender estos robos con víctimas escurridizas y denuncias benevolentes

Lo que pintaba como una velada a tenedor libre, se pinchó en el primer trago

En nuestra ciudad también hubo despojos en pleno precalentamiento. Esa viuda negra que supuestamente venía de Caballito a calmar el apetito de este chef de la calle 46, apeló a un truco que sigue dando resultado: cuando él la dejó sola y fue a preparar la comida, ella hizo un trago para brindar. Él lo bebió y no se acuerda más de nada. La chica de Caballito tenía todo organizado, hasta un taxi flet de amigos para llevarse todo. Los encuentros a ciegas son de los pocos juegos que conviene disputarlos de visitante, sin exponer una localía que puede ir más allá del saqueo total. Los estafadores/as adquieren distintos atajos y cualquier exceso de recelo parece legítimo. El cocinero se confió en su olfato, hasta le pagó el Uber para que llegara descansada. Lo que pintaba como una velada a tenedor libre, se pinchó en el primer trago.

Esta semana se conoció otro caso de ingenuidad más trabajada. Una señora que vive en calle 12, 71 y 72, fue estafada por culpa de un falso chaman que primero había embrujado al amigo de ella, otro crédulo que andaba medio enfermito y había acudido a un manosanta de emergencia. El amigo le pidió a su amiga que encendiera una vela, porque el ritual sanador así lo indicaba. Ella lo hizo. Más tarde amigo y brujo llegaron al domicilio de calle 12 para continuar con el tratamiento curativo. El hechicero chanta les dijo que bebieran una pócima extraña (las copas se han convertido en armas de saqueos) y al final, cuando la dueña de casa y su amigo se quedaron somnolientos y extraviados, ella, medio perdida, entregó todos sus ahorros: 8.500 dólares y 500 mil pesos. Ya con la plata en el bolsillo, el curandero reveló un inesperado costado creyente. Con buenos modales, los tres fueron hasta la iglesia de calle 12, 68 y 69. Les habló en tono bíblico y bendijo la ingenuidad de este par de crédulos semi dormidos. Al final se fue, sin persignarse, con algún pecado a cuesta y bastante plata.

Tenía razón Cantinflas. “No sospecho de nadie, pero desconfío de todos”.

 

 

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