Ocurrencias: esculturas malogradas y sobrinas denunciadoras
Edición Impresa | 9 de Junio de 2024 | 03:02

Alejandro Castañeda
afcastab@gmail.com
Lo de las esculturas polémicas, viene de lejos. Algunas se quiebran, algunas son desplazadas, otras son archivadas o negadas. Lo peor son las que homenajean a seres vivos, porque los destinatarios siempre imaginan que en realidad son más presentables que esa réplica. El riesgo para el artista, es que los modelos deben aceptar si realmente esa muestra se les parece. Y se sabe, nadie nos ve como uno quiere que lo vean. Ahora volvió Mirtha Legrand a poner en capilla a los escultores de sus pagos. Ella ya había desalojado una alegoría que pretendía homenajearla en la plaza de su pueblo natal, Villa Cañas. Todo estaba muy lindo, pero cuando a Mirtha le mostraron la escultura, dijo que era una vergüenza, que esa no era ella y al pobre artista no le quedó otra que maldecir seguramente a la doña verdadera y mandar a la Mirtha de alambre al archivo. Pero los homenajeadores no se dieron por vencidos: a la pieza rechazada la mejoraron, pero tampoco fue aceptada por la diva original. Así que, bueno, la plaza Villa Cañas sigue aguardando una obra que ella elija, aunque a esta altura seguramente es Mirtha la que se niega a verse como es y por eso prefiere que la que se quede allí para siempre sea una señora más saludable y menos añosa.
Los parecidos son esenciales. No se puede honrar a ningún famoso si los que pasan no identifican más o menos de quién se trata. Aunque el vandalismo se encargue de retoques despiadados, es indudable que por estos pagos los destrozos y las identidades falseadas son tan extendidos y tan continuos, que las esculturas no están al margen de convertirse en dobles malogrados.
Y se sabe, nadie nos ve como uno quiere que lo vean
Por eso fue archivado nuevamente ese esqueleto de metal que alardeaba en medio de la plaza de su pueblo. La estrella se enojó otra vez ante ese muestrario de ferretería mal dispuesta que al parecer no se asemejaba a los gustos de la estrella comilona. Mirtha prefirió que a la plaza de su pueblo no se la castigue con esta alegoría, y el autor de estas réplicas se llamó a sosiego, doblegado por las pretensiones de una famosa que se niega a envejecer hasta en las reproducciones.
Más allá de las exigencias, las obras mal o bien muestran las huellas de las figuras que las inspiraron. Aunque no sufren el paso del tiempo, terminan admitiendo cansancio, como su modelo. Porque si es verdad eso de que el cuerpo tiene memoria, puede que esa memoria sea la escultura, maltrecha o lograda, que, como la estrella, no tiene otra ilusión que durar a toda costa y sin envejecer más.
SEXO A LOS 70
El senador tucumano José Alperovich está contra las cuerdas por presunto “abuso sexual agravado con acceso carnal” en seis oportunidades contra su sobrina y ex colaboradora entre 2017 y 2018, tal como aseguró en su fallo el juez en lo Criminal Osvaldo Rappa.
Hace tres años, Beatriz Rojkes, la esposa del acusado, salió a escena y no le quedó otra que asumirse como engañada aplomada y tolerante. No negaba que hubiera existido infidelidad, lo que expresaba es que la sobrinita confianzuda seguramente participó gustosa de las nostalgias tucumanas del tío empleador. Si Beatriz lograba convencer al jurado de que el sexo fue consentido, entonces don José dejaba de ser violador. Por eso doña Beatriz cargó contra esa pariente desagradecida que no ignoraba que los fueros sirven para casi todo y que las asesoras bien pagas deben saber gestionar cualquier proyecto que se le pase por la cabeza o por donde sea a los congresistas.
Para algunos congresistas, escotes y culos de sus colaboradoras siempre son parte del orden del día
Pero como nadie le creyó, el abogado cambio la estrategia. Los senadores no sólo tienen mano larga para reperfilar sus dietas, sino también para poder toquetear a las asesoras y secretarias bien trabajadas que andan cerquita. Para algunos, los escotes y culos de sus colaboradoras siempre son parte del orden del día. Y se regocijan por andar a mano alzada merodeando por esos santos lugares. Las declaración final de Alperovich es para recuadrar: “¿Cómo voy a violarla si soy un hombre de casi 70 años?”. A los 65, ¿lo haría? Es decir, no violaba porque no tenía con qué. Un descargo destinado a demostrar que su sexo ya tiene mandato cumplido y que además desmiente a su mujer, quien lo prefiere culpable antes de confesar que está al lado de un marido que no se puede usar.
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