Y finalmente descendió: la SAD de Foster Gillet en Uruguay perdió la categoría y dejó de ser profesional

Rampla Juniors, uno de los clubes más tradicionales del fútbol uruguayo, escribió este fin de semana la página más oscura de su historia. Tras perder 1-0 frente a Atenas de San Carlos, el equipo del Cerro descendió a la Primera División Amateur, conocida como Divisional C, y abandonó el profesionalismo por primera vez en más de cien años. Un golpe que no solo marca un hito deportivo negativo, sino también el fracaso de un modelo de gestión que había despertado expectativas y terminó dejando ruinas.

El proyecto que prometía modernizar y potenciar a Rampla comenzó a gestarse en diciembre de 2024, cuando el club se transformó en Sociedad Anónima Deportiva bajo la conducción del empresario estadounidense Foster Gillett, el mismo que estuvo vinculado con Estudiantes. El nombre no era desconocido: había intentado invertir en clubes de distintas partes del mundo y llegaba a Uruguay con la idea de convertir al “picapiedra” en un equipo modelo. Con aportes económicos y promesas de profesionalización, Gillett desembarcó con un discurso ambicioso que buscaba un ascenso rápido y una estructura más “eficiente” desde lo empresarial.

Sin embargo, el sueño duró poco. Apenas iniciado el proyecto, los problemas comenzaron a multiplicarse: deudas salariales, conflictos con jugadores y cuerpo técnico, renuncias dirigenciales y un rendimiento deportivo alarmante. En su primera temporada bajo el nuevo formato, Rampla sufrió derrotas abultadas -como el 0-8 que aún resuena entre los hinchas- y terminó inmerso en una crisis institucional que se reflejó en la cancha. Los resultados deportivos acompañaron la caída económica: el equipo terminó último en la tabla anual de la Segunda División, con apenas 28 puntos en 31 partidos.

El descenso es el desenlace de una serie de advertencias que nunca fueron escuchadas. La ilusión por el “salto empresarial” ocultó durante meses una desconexión profunda entre la lógica del negocio y la cultura futbolera de un club de barrio. Rampla es identidad, raíces y pertenencia, valores que difícilmente se traduzcan en un balance contable.La gestión de Gillett terminó siendo “la promesa de un equipo campeón, pero sin decir de qué categoría”. Lo que debía ser una reestructuración moderna se convirtió en un experimento fallido que empujó a la institución al peor lugar de su historia.

Hoy el club se encuentra en una encrucijada. Jugará en la Divisional C, lejos del profesionalismo, con un futuro que exige más reconstrucción que inversión. Los dirigentes que aún acompañan el proceso deberán decidir si mantienen el modelo de Sociedad Anónima Deportiva o si buscan regresar a una estructura tradicional que priorice el vínculo con los socios y la comunidad. En cualquier caso, el desafío será doble: sanear las cuentas y recuperar la confianza de una hinchada que siente que le arrebataron su club.

El caso de Rampla Juniors se convierte así en un espejo incómodo para el fútbol sudamericano, donde los modelos de gestión empresariales se multiplican sin una adaptación real a los contextos locales. La historia muestra que cambiar la forma jurídica de un club no garantiza éxito deportivo ni estabilidad económica. Al contrario, cuando la administración se divorcia del sentimiento popular, el desenlace puede ser devastador.

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