Japón y la “emergencia silenciosa”: el país donde la vejez ya no tiene quién la cuide
Edición Impresa | 26 de Octubre de 2025 | 03:01
Japón envejece, y lo hace a un ritmo que ningún otro país ha conocido. En una nación donde los trenes llegan a horario, los robots sirven sushi y la educación se planifica con precisión quirúrgica, el reloj biológico de la sociedad parece haberse acelerado en dirección opuesta.
Hoy, casi el 30% de la población japonesa tiene más de 65 años, y casi 100.000 personas superan los 100, una cifra récord mundial.
Lo que alguna vez fue motivo de orgullo —la longevidad, el respeto por los mayores, la vida prolongada gracias a la ciencia y a la dieta saludable— se ha convertido, poco a poco, en un desafío estructural. Japón no sólo envejece: también se encoge. Por cada nacimiento hay más de dos muertes. En 2024, el país perdió casi un millón de habitantes, su mayor descenso en más de medio siglo. Lo cierto es que el país asiático atraviesa una crisis demográfica.
El primer ministro Shigeru Ishiba lo llamó una “emergencia silenciosa”. No hay catástrofes ni guerras, pero el país se vacía. En pueblos del norte ya no hay niños que llenen las aulas, y los campos de deporte se transformaron en estacionamientos o huertos comunitarios. En las grandes ciudades, el sonido más común no es el de las obras, sino el de los bastones.
Casi el 30% de la población tiene más de 65 años, y casi 100.000 personas superan los 100
LONGEVIDAD Y NATALIDAD
Durante décadas, la longevidad fue una consecuencia natural de un modo de vida equilibrado. Los japoneses comen menos carne roja, menos sal y menos azúcar que el resto del mundo. Su dieta —rica en pescado, vegetales y té verde, entre otras—, junto con una cultura del movimiento y el trabajo, redujo las tasas de enfermedades cardíacas y de algunos tipos de cáncer. Pero, sin embargo, la buena salud de los cuerpos no garantizó la salud del tejido social.
A medida que la esperanza de vida creció, la natalidad se desplomó.
Hoy el país registra solo 686.000 nacimientos por año, la cifra más baja desde que existen registros. La tasa de fecundidad —1,2 hijos por mujer— está muy por debajo del nivel necesario para sostener la población.
Las razones se repiten en cada encuesta: salarios estancados, costo de vida alto, jornadas laborales extenuantes y la persistencia de roles de género tradicionales.
Adem{as, las mujeres japonesas enfrentan el dilema ético de elegir entre la maternidad y la carrera profesional; muchas optan por postergarla o directamente renunciar a tener hijos.
El resultado es un desequilibrio que afecta todos los planos.
Con menos jóvenes y más ancianos, la fuerza laboral se reduce, los sistemas de salud y pensiones se saturan, y el modelo de familia tradicional se desmorona.
En este escenario, el Estado intentó responder con incentivos: subsidios, guarderías gratuitas, permisos de paternidad. Pero la curva demográfica en descenso no se detiene.
LAS CÁRCELES
El envejecimiento también se siente en lugares inesperados: las cárceles. En Tochigi, una prisión al norte de Tokio, una de cada cinco reclusas tiene más de 65 años.
Muchas mujeres mayores cometen delitos menores —como robar comida— no por necesidad, sino por soledad. La cárcel les garantiza techo, comida y compañía. Algunas incluso confiesan que preferirían no salir.
Fuera de los muros, la situación no es muy distinta. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), uno de cada cinco mayores japoneses vive en la pobreza, y la red familiar, antes sólida, se ha debilitado. Los ancianos viven solos, en departamentos minúsculos o en pueblos abandonados. En muchos casos, la única visita diaria proviene de los servicios de asistencia social o de los robots cuidadores que el gobierno ha empezado a promover.
Japón necesitará 2,7 millones de cuidadores adicionales para 2040, una cifra que el propio gobierno reconoce difícil de alcanzar sin abrir las puertas a la inmigración.
La longevidad es un desafío demográfico en Japón / Freepik
UNA CUESTIÓN CULTURAL
En Japón, la inmigración sigue siendo un tema tabú: solo el 3% de la población es extranjera, pese a las visas especiales para trabajadores de la salud o nómadas digitales. La resistencia cultural persiste: un país acostumbrado a la homogeneidad se enfrenta a una realidad que exige apertura.
En los medios locales, los sociólogos hablan del “gran intercambio generacional”: una sociedad que se apaga lentamente mientras se aferra a su disciplina, su cortesía y su orgullo. Las consecuencias económicas son claras —menos consumo, menos innovación, más gasto público—, pero el problema más profundo es humano.
Japón se pensó durante mucho tiempo como una nación que dominaba el futuro. Hoy parece estar aprendiendo a convivir con su pasado. Sus ancianos, que crecieron entre guerras y reconstrucción, viven ahora más tiempo que nunca, pero en muchos casos sin compañía ni propósito.
En 2024, se perdieron casi un millón de vidas, la mayor caída en más de medio siglo
En los barrios de Tokio, cada septiembre se celebra el Día de las Personas Mayores, una festividad nacional en la que los recién centenarios reciben una copa de plata y una carta de felicitación del primer ministro. Este año fueron más de 52.000 nuevos centenarios. El país los honra, los celebra, pero también los teme: representan la belleza y la fragilidad de una sociedad que ha conseguido extender la vida, pero no necesariamente mejorarla.
EN TODO EL MUNDO
En un informe reciente, Naciones Unidas describió el envejecimiento global como “una tendencia definitoria de nuestro tiempo”. Japón, con su experiencia, podría ser el laboratorio del mundo: el primer país en demostrar cómo se gestiona (o no) una sociedad donde la juventud se convierte en minoría.
El desafío no es solo biológico, sino político y cultural. Requiere replantear el trabajo, los cuidados, la familia, incluso la idea misma de comunidad. Mientras tanto, en las calles de Tokio, una anciana de 90 años toma el subte sola, rumbo al parque donde hace cada mañana los ejercicios de “Radio Taiso”, una tradición que existe desde 1928.
Ella se mueve con lentitud, pero con precisión. Como si su cuerpo recordara algo que el país entero parece haber olvidado: que la verdadera longevidad no está solo en vivir más, sino en seguir teniendo un lugar en el mundo.
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