“Misterio insondable”: desde la madriguera

A un año de su muerte, la Galería Aldo de Sousa presenta una impactante muestra curada por Ángeles Ascúa con “Pasajes, agujeros, aventuras de Lido Iacopetti”

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Por MARÍA VIRGINIA BRUNO

vbruno@eldia.com

Entrar a la Galería Aldo de Sousa, tras caminar las calles grises de un martes caluroso de noviembre en pleno horario pico de Retiro, se siente como haber atravesado la madriguera en la que Alicia, tras perseguir al Conejo Blanco, cae. El contraste es fuerte y hermoso. El mundo fantástico que se esconde detrás de una vidriera en la que cuelgan salamines, es el que Lido Iacopetti imaginó durante toda su vida.

Ubicada en Paraguay 675, la galería fundada en 1972 acaba de inaugurar “Misterio insondable. Pasajes, agujeros, aventuras de Lido Iacopetti”. Con la curaduría de Ángeles Ascúa, se podrá recorrer hasta fines de febrero con entrada libre y gratuita.

Tomando el nombre a partir de un interrogante que inquietó a Lido (“¿De dónde venimos, qué somos y hacia dónde vamos? Misterio insondable de todo ser imaginante”, escribió en 1982), se trata de una de las muestras más ambiciosas del espacio de arte porteño, que trabajó con una arquitecta el montaje, modificando su entrada, levantando paredes, abriendo aberturas y pintando las salas de manera conceptual: a puro exceso, casi desbordante, de color. Una de las características propias de la obra de Lido, “el pintor del color”, que, vaya paradoja, era daltónico.

Integrada por treinta piezas, la muestra propone un recorrido por la obra del artista con foco en la producción de los 70 y 80, “su etapa más disruptiva”, aclara Ascúa; una época en la que, con el impulso de su observación por lo cotidiano, se sintió más cercano a espacios no convencionales para exponer obras que “convivían con corbatas, salames o latas de tomate”; no como una forma de provocación sino, sobre todo, como una “manera de amplificar la resonancia de su trabajo más allá de los espacios legitimados del mundo del arte”.

Tras una vidriera llamativa, en la que latas de conserva y otros alimentos de almacén comparten espacio con almanaques, stickers, gorras, remeras y buzos con estampas de diferentes artistas y otras inspiradas en algunas formas y figuras de Lido Iacopetti que se ofrecen a la venta, un portal celeste impacta por su intensidad.

Es la primera sala de las cuatro en las que se desarrolla la muestra, en la que se pueden observar obras de las series “Ensambles de auros y ejos” (1985-1986) y “Picunimot” (1985).

Explica Ascúa que Iacopetti, en 1970, presentó su “Homenaje al agujero” en una boutique, y desde entonces el “auro” se convirtió en un signo persistente de su obra, “un eje visual que estructuró su pensamiento”. Ya en los 80, “los huecos reales se transformaron en ilusiones ópticas a través de mirillas, pupilas, nubes que evocaban aperturas hacia otras dimensiones”.

Un concepto que la galería incorporó en su estructura, habiendo construido una pared solo para abrir una ventana con forma de nube “cósmica” , y a través de la que se puede espiar la segunda sala en la que sigue vibrando la misma paleta de color cielo. Aquí, a la par de fotografías que documentan las primeras muestras de Iacopetti en comercios de barrio, penden del techo los “Postes pictográficos” (1969-1972), óleos sobre chapadur de grandes dimensiones.

La muestra continúa en la planta alta. El primer espacio, pintado de verde (aunque el naranja se apropia de la escalera), es uno de los grandes hallazgos. Por primera vez, se muestra un costado no tan conocido de la obra de Lido, que tiene que ver con su vida personal. “Teldylido, familia y planchas irregulares” muestra cómo a través de soportes que se oponían a la opulencia del lienzo, el “pintor popular” -como le gustaba ser reconocido- plasmó a los grandes motores de su vida: sus afectos.

Su compañera de vida y devoción, Teldy, y a quien desde sus inicios incluyó en su sello artístico (firmaba como Lido); los hijos que planeaba tener con ella; y hasta el dibujo de uno de los dos varones (Valerio y Flavio) que finalmente tuvo incorporado en la pieza “Multiplicidad Cosmo” (1977), son protagonistas de este espacio.

Detrás de un muro, el cuarto espacio presenta obras que grafican “Evocaciones y Rescates” (1986-1989), con piezas que dialogan con grandes artistas (Vermeer, Gambartes, Xul Solar o Rembrandt, etc.) de una manera particular: “esas imágenes irrumpían en sus telas como injertos, trozos arrancados de su contexto original y reubicados en su propio ecosistema”, se explica.

Además, en una mesa, se exponen folletos, manifiestos y críticas, como la del historiador Ángel Osvaldo Nessi, quien, en 1963, escribió: “La pintura de Iacopetti evita la distancia. Ingenua e inmediatamente apresa su motivo: su dimensión no es medida espacial, sino instauración lírica. Se atiene a la figura, no porque el objeto deba ser reproducido o descrito. Los suyos son ‘objetos ideales para un empleo espiritual’”.

Durante la inauguración de la muestra, Ascúa, que conoció a Lido en 2018 y que desde entonces no dejó de trabajar con él ni de admirarlo, estaba emocionada y feliz por lo que habían logrado: una impactante muestra que todavía olía a recién pintado. En su texto curatorial, la joven artista habla sobre los gestos comunes que atraviesan las diferentes etapas de una trayectoria que “en conjunto, se ofrece como una constelación más que como una secuencia lineal”: una orientación que busca “desbordar los límites del arte como institución para estar más cerca de la vida”.

Nacido en 1936 en San Nicolás de los Arroyos, de adolescente se mudó a La Plata, y aquí desarrolló toda su vida personal, profesional y artística hasta octubre de 2024. A un año de su muerte, los deseos de Lido Iacopetti, que su obra sobreviva y que sirva para hacer del mundo un lugar más bello, se están cumpliendo.

 

“¿De dónde venimos, qué somos y hacia dónde vamos? Misterio insondable de todo ser imaginante”

 

Galería Aldo de Sousa
Ángeles Ascúa

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