El SIBO y la dieta para el equilibrio intestinal
Edición Impresa | 9 de Noviembre de 2025 | 04:45
En los últimos años, el SIBO —sigla que significa Small Intestinal Bacterial Overgrowth (Sobrecrecimiento Bacteriano en el Intestino Delgado)— se convirtió en un diagnóstico cada vez más frecuente entre quienes sufren hinchazón, gases o digestiones pesadas. Se trata de una proliferación anormal de bacterias en el intestino delgado, una zona donde, en condiciones normales, la carga bacteriana debería ser baja. Esa alteración interfiere con la digestión y la absorción de nutrientes, generando síntomas que pueden confundirse con intolerancias alimentarias o con el síndrome de intestino irritable.
El intestino delgado es una pieza clave en la maquinaria digestiva: allí se mezclan los alimentos con los jugos intestinales y se absorben los nutrientes esenciales. Cuando el tránsito intestinal se enlentece o la acidez estomacal se reduce, se crean condiciones que permiten que las bacterias proliferen más de lo debido. Los pacientes suelen experimentar distensión abdominal, dolor, diarrea o estreñimiento, pérdida de peso y, en algunos casos, deficiencias vitamínicas como la de B12. El diagnóstico más habitual se realiza mediante un test de aliento que mide la cantidad de hidrógeno o metano exhalado tras ingerir lactulosa o glucosa.
El tratamiento combina medidas médicas y nutricionales. En la mayoría de los casos se indican antibióticos para reducir el exceso bacteriano y, en paralelo, un cambio de alimentación que limite el tipo de nutrientes que las bacterias utilizan como fuente de energía. Allí aparece la llamada dieta baja en FODMAP (por las siglas en inglés Oligosacáridos Fermentables, Disacáridos, Monosacáridos y Polioles), una estrategia temporal que restringe los carbohidratos fermentables presentes en alimentos como cebolla, ajo, trigo, legumbres o frutas como manzana y pera. El objetivo es reducir los síntomas y facilitar la recuperación del equilibrio digestivo.
En contrapartida, se promueve el consumo de proteínas de buena calidad —como carne, pescado y huevos—, verduras menos fermentables como calabaza o zanahoria, frutas de baja carga fermentable y grasas saludables como aceite de oliva o de coco. El propósito no es eliminar alimentos de por vida, sino reducir momentáneamente la fermentación intestinal que alimenta a las bacterias. En algunos casos se recurre a la dieta elemental, basada en fórmulas líquidas predigeridas, aunque requiere estricta supervisión médica.
Los especialistas advierten que la dieta por sí sola no cura el SIBO, sino que actúa como complemento del tratamiento médico. Una vez controlada la proliferación bacteriana, se busca reintroducir gradualmente los alimentos restringidos, evaluar tolerancias y evitar recaídas. También se recomienda mantener hábitos que favorezcan la motilidad intestinal, como realizar actividad física, comer en horarios regulares y no abusar de medicamentos que reducen la acidez gástrica.
Más que una enfermedad en sí misma, el SIBO es un desajuste del ecosistema intestinal que afecta tanto la digestión como la calidad de vida. Su abordaje requiere paciencia y acompañamiento profesional.
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