La pulseada de EE UU con China en la órbita terrestre
Edición Impresa | 24 de Diciembre de 2025 | 00:58
Lejos de la vista del público y sin comunicados oficiales, una nueva forma de rivalidad entre grandes potencias se libra a más de 35.000 kilómetros de la Tierra. Estados Unidos y China protagonizan una silenciosa pero intensa competencia en el espacio, donde satélites militares maniobran cada vez con mayor agresividad para obtener ventajas estratégicas. Los especialistas ya hablan de “combate aéreo en órbita”, una expresión que refleja hasta qué punto el espacio dejó de ser un ámbito pasivo para convertirse en un nuevo frente de disputa geopolítica.
Uno de los episodios más ilustrativos ocurrió en 2022, cuando el satélite estadounidense USA 270 se aproximó a dos naves chinas experimentales en la órbita geoestacionaria, una franja clave para las comunicaciones, la vigilancia y la detección temprana de misiles. Lo que siguió fue una serie de maniobras de desaceleración, cambios de posición y juegos con la luz solar que recuerdan a un duelo entre aviones de combate. Aunque el encuentro nunca fue reconocido oficialmente, forma parte de una tendencia creciente.
La razón central de esta competencia es que los satélites son hoy indispensables para la supremacía militar. Permiten guiar municiones de precisión, coordinar tropas, interceptar comunicaciones y detectar lanzamientos de misiles. Controlar el espacio, o al menos impedir que el rival lo haga libremente, se ha convertido en un objetivo estratégico comparable al dominio del aire o del mar.
Durante décadas, los satélites permanecían casi inmóviles una vez colocados en órbita, para ahorrar combustible y extender su vida útil. Esa lógica cambió. Tanto el Pentágono como China y Rusia están desplegando satélites capaces de maniobrar con rapidez, volar en formación, acercarse a otros artefactos y reposicionarse para espiar, interferir o, en un escenario extremo, neutralizar sistemas enemigos.
China juega un rol central en esta transformación. A diferencia de Estados Unidos, que separa las misiones civiles de la NASA de las militares del Pentágono, el programa espacial chino está completamente bajo control de sus fuerzas armadas. En los últimos años, Beijing multiplicó sus lanzamientos, superó los mil satélites operativos y avanzó en tecnologías sensibles como brazos robóticos, reabastecimiento en órbita y vuelo en enjambre. Estas capacidades, presentadas oficialmente como civiles o científicas, generan inquietud en Washington por su potencial uso militar.
La órbita geoestacionaria es uno de los escenarios más codiciados. Allí se ubican algunos de los satélites más críticos de Estados Unidos, lo que explica la creación de programas de “vigilancia vecinal” para observar de cerca cualquier nave extranjera que se acerque. En este contexto, el posicionamiento es clave: incluso el ángulo del sol puede definir quién observa y quién queda cegado.
A diferencia de los misiles antisatélite probados en el pasado, que generan peligrosos desechos espaciales, la nueva etapa del conflicto apunta a acciones más sutiles: interferencias electrónicas, láseres, microondas o maniobras de proximidad que eviten la destrucción directa pero degraden las capacidades del adversario. Con la incorporación de inteligencia artificial y mayor autonomía, los expertos advierten que estas operaciones podrían escalar rápidamente, pasando de enfrentamientos aislados a verdaderas flotas coordinadas. Mientras China insiste en que defiende el uso pacífico del espacio, Estados Unidos busca garantizar lo que denomina “superioridad espacial”.
En ese delicado equilibrio, el espacio se vuelve cada vez más concurrido y hostil. Como advierten los analistas, el talón de Aquiles de las potencias modernas ya no está solo en la Tierra, sino también muy por encima de ella”.
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