“Eisejuaz”: el monólogo que reza y desarma la lengua
Edición Impresa | 7 de Diciembre de 2025 | 04:40
Eisejuaz es una novela hermana de Zama: ambas iluminan un sendero no transitado de la literatura argentina y fundan lectores, más que confirmarlos. Lo que las emparenta no es el argumento sino la sintaxis: frases cortas, diálogos lacónicos, discursos interrumpidos, esa gramaticalidad alterada donde el silencio funciona como puntuación mayor. Si en Di Benedetto hay una arquitectura seca que talla adjetivos con bisturí, en Gallardo el lenguaje es aún más depurado y extraño, casi un conjuro mínimo: “Y nada no pasó. Ni paró la lluvia…”.
El libro sigue a Lisandro Vega, mataco del norte argentino, al que la divinidad se le aparece como mandato y destino. Ese vínculo con lo sagrado —repleto de resonancias bíblicas desde los títulos: La peregrinación, Las tentaciones, El desierto, Las coronas— convierte su vida en una vía crucis local, donde el sacrificio es brújula y trampa. Paqui, un blanco enfermo y marginal, inaugura la novela como “señal del Señor” y también como carga: desde allí, el relato vuelve sobre la infancia de Lisandro, las dualidades que lo expulsan de la misión (choque económico y cultural entre el blanco y el indígena, choque entre cristianismo y cosmovisión nativa), y su marcha: del éxtasis místico al alcohol, de la profecía a la intemperie mental.
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