Horticultores locales, con la “guardia alta” entre el clima, importaciones y desregulación

Alertadas por cambios ejecutivos y contingencias, pymes del sector expresan su preocupación ante un “futuro incierto”

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“Se hacen esfuerzos sobrehumanos con la ilusión de que en algún momento la situación mejorará”

Mediante la resolución 21/25, publicada semanas atrás en el Boletín Oficial, el Gobierno simplificó el marco normativo general para el acondicionamiento y empaque de frutas, hortalizas, aromáticas, hongos, algas y semillas comestibles. La medida buscó “facilitar su integración y permitir una planificación permanente de capacitación, que oriente y fije lineamientos sobre infraestructura, manejo y acondicionamiento, respetando los principios de inocuidad”.

El objetivo declarado del Gobierno fue “unificar la normativa sanitaria de estos productos, contemplando todos los lugares de acondicionamiento donde se realice su procesamiento y previendo la asistencia técnica de especialistas en inocuidad agroalimentaria para la implementación, adopción y establecimiento de prácticas en todas las etapas, con el fin de garantizar la salud de los consumidores”. En efecto, el Senasa es la autoridad de aplicación de esta nueva normativa.

El ministro de Desregulación y Transformación del Estado, Federico Sturzenegger, explicó en redes sociales el origen de la iniciativa: “Todo arrancó cuando me escribió Walter Javier Detzel, contándome que le pedían envases para sus sandías que su cliente externo no aceptaba. La solución: cargaba el barco, y cuando salía, desarmaba los paquetes exigidos y los reemplazaba por los que sí servían. Su caso de Walter resultó ser la punta del iceberg, debajo se escondía una maraña de resoluciones y obligaciones típicas de un Estado militar-kafkiano”.

Sturzenegger destacó el trabajo conjunto con el presidente del Senasa, Pablo Cortese, y reveló que “escribimos una normativa liviana donde los productores sólo tienen que avisarle al Senasa lo que hacen y dónde están, y donde también ponemos al Senasa a disposición para la emisión de certificados fitosanitarios”. Entre las principales desregulaciones, se eliminaron la exigencia de habilitación y revalidación anual de instalaciones, la obligatoriedad de permisos de cosecha, la normativa sobre envases y las restricciones a la exportación por tipología de fruta. “Se exportará lo que demande el mercado. De esta manera los productores van a hacer menos papeleo y el organismo podrá poner más energía en la vigilancia sanitaria, donde agrega valor”, enfatizó el ministro.

Para el productor local Salvador Vides, las modificaciones en esta clase de normativa afectan principalmente a los exportadores, mientras que los pequeños y medianos productores nacionales enfrentan problemáticas más urgentes. “El tema está planteado en términos de los empaques y las regulaciones, más enfocado en el sector agroexportador. A nivel nacional, hay ciertas formalidades que ya están aceptadas, pero no sé hasta qué punto eso podría cambiar para nosotros o los consumidores”, señaló. Y agregó: “En cuanto a nuestra situación, estamos atravesando un panorama complicado. Por ejemplo, el cajón de tomate de 18 kilos no superó el promedio de los 4 mil pesos, e incluso se encuentra por debajo, rondando los 3 mil. Esto nos afecta considerablemente si tenemos en cuenta los costos de alquiler, energía, semillas, fertilizantes, desinfectantes de suelo y otros insumos. O si se trata de arreglar algunos invernaderos, con la esperanza de tener una mejor campaña el próximo año. Pero el problema principal radica en la baja demanda ante un escenario de mucha oferta”.

“Antes, la gente compraba un kilo de tomate; ahora, apenas dos unidades, que a veces ni siquiera llegan al medio kilo. El consumo se achicó significativamente y eso nos perjudica. Además, la apertura de importaciones también va a ser perjudicial; cuando haya un repunte en los precios, los grandes mercados concentradores, como el Central, buscarán abastecerse desde el exterior, ya sea de Chile, Paraguay o Brasil. Incluso, en invierno solía entrar tomate desde Bolivia para abastecer el norte del país. Sin embargo, en este momento lo que más nos afecta es la falta de demanda interna”, evaluó Vides.

“El morrón tampoco supera los 3.000 pesos por cajón, que suele pesar entre 9 y 10 kilos. Para quienes apostaron por este cultivo, también fue un fracaso. La berenjena, por su parte, no supera los 2.500 pesos por cajón de aproximadamente 10 kilos; en el mejor de los casos, ha llegado a 2.000 pesos. La situación es crítica”, advirtió el horticultor. Tras lo cual, sumó: “Desde una perspectiva racional, consciente, cualquier persona que analice esto como un negocio vería que es insostenible y optaría por cambiar de rubro. Sin embargo, el productor sigue adelante como un apostador, con la esperanza de que el próximo año sea mejor. Se hacen esfuerzos sobrehumanos para mantener la producción con la ilusión de que en algún momento la situación mejorará: jornadas laborales de 15 o 18 horas al día, todo por la necesidad de subsistir, de mantener a la familia... pensar en positivo. Si no, no habría este exceso de producción. La actividad ya habría colapsado completamente. Pero aquí seguimos, esperando que el panorama cambie”.

“Los productores seguimos trabajando, en muchos casos endeudándonos, ahorrando en otras áreas e incluso reduciendo gastos en alimentación, todo con la esperanza de un mejor futuro. Esto explica por qué seguimos produciendo, a pesar de la crisis. No hay otra razón lógica que justifique la continuidad de la producción” concluyó Vides.

TIERRAS QUE ALIMENTAN

El Cinturón Hortícola Platense es la mayor de las regiones productoras de hortalizas del país, con más de 70 variedades y un volumen que abastece cerca del 80% de la demanda de verduras frescas del área metropolitana de Buenos Aires. Integrado por decenas de pequeños y medianos productores, este conglomerado enfrenta desafíos constantes relacionados con la variabilidad climática, el acceso a financiamiento, los vaivenes del mercado y la necesidad de modernización tecnológica.

El empresario Héctor Pestrín enfatizó que la crisis económica es el factor que más ha impactado en el sector. “No ha habido grandes problemas climáticos en la Región, en esta ocasión, pero sí con la economía, que se ha cerrado tanto que viene hace cinco o seis meses con precios estancados, y otros que han caído. Una bolsa de papa cuesta entre 4.000 y 5.000 pesos, un cajón de naranja de planta -que, aunque no sea la más estética, es la mejor para el consumo- vale 5.000 pesos, la pera se encuentra en 10.000 pesos y la semana pasada vendimos el cajón de banana también a 10.000 pesos. Ha habido una caída muy fuerte en los valores”, desarrolló.

“La economía cerrada en la que nos encontramos hace que los precios continúen bajando y esto sigue limitando y autodestruyendo la producción. Esta situación ya se ha repetido en los últimos dos o tres años y ha llevado a una reducción progresiva del sistema productivo. La incertidumbre ahora radica en hasta qué punto se reducirá el consumo y cuánto más se achicará la producción. Hasta que no se logre un equilibrio, será difícil determinar cuál será el piso de la producción. En distintas regiones del país, el sector productivo sigue achicándose, lo que afecta también la inversión”, enumeró el productor y comercializador.

“El productor invierte, produce, vende y reinvierte lo que recauda con su trabajo, pero este circuito se está viendo cada vez más afectado. Sin embargo, la productividad en sí no es el problema principal; más bien, hay que estar preparados para los cambios que se avecinan en la comercialización”, manifestó Pestrín. Y remarcó: “Se tendrá que importar fruta, y aunque se suele hablar mal de la importación, no creo que sea algo negativo. De hecho, es una alternativa necesaria porque mantener la mercadería en cámaras frigoríficas es demasiado costoso con los precios actuales de la energía. Hoy en día, resulta más barato un flete para traer fruta desde cualquier parte del mundo que mantener un cajón de manzanas o peras en una cámara por diez meses. Esto implica un cambio en los paradigmas de la actividad. Se va a tener que pensar distinto, y adaptar nuestra mentalidad a una nueva realidad. La fruta de estación va a tener cambios importantes, y durante el resto del año los precios serán más elevados debido al costo de la importación. Esto es lo que se viene y hay que estar preparados para afrontarlo”.

NIÑA O NIÑO, SIN EXCESOS

Todos estos desafíos son enmarcados por las previsiones climáticas para los próximos meses, por ahora bastante “mansas”. Según el pronóstico de consenso para el trimestre febrero-marzo-abril de 2025, se espera una temperatura media superior a la normal en todo el país, salvo en el sur de Patagonia. Además, se prevé que las precipitaciones sean normales o inferiores a la normal en el litoral, el este de Buenos Aires y el oeste de Patagonia.

En cuanto a las condiciones del fenómeno El Niño/La Niña, actualmente el ENOS se encuentra en fase neutral, aunque se ha intensificado el enfriamiento de la temperatura del agua del mar en el océano Pacífico ecuatorial. Esto ha generado un fortalecimiento de los vientos alisios y una disminución del Índice de Oscilación del Sur. Según los modelos climáticos, hay un 59% de probabilidad de desarrollo de La Niña y un 41% de chances de que se mantenga la neutralidad durante el período mencionado.

 

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