Nadie se salva de los escruches: dos vecinos desvalijados por delincuentes

Un hombre, dedicado a la minería cripto, perdió una serie de costosos equipos. En tanto, un joven que participaba de un oficio religioso debió dejar de rezar cuando le avisaron que estaban robando en su casa

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Dos viviendas fueron saqueadas en las últimas horas con una precisión quirúrgica, como si los delincuentes supieran exactamente dónde y cuándo golpear. En menos de diez horas, dos familias vieron vulnerada su intimidad, sus ahorros y su paz. Cada acción fue llevada adelante sin una pizca de violencia y con movimientos fríamente calculados. Si bien se trata de dos sectores distantes entre sí, ambos parecieran estar unidos por una misma sensación: la de estar completamente desprotegidos.

El primer golpe se registró en el corazón del barrio Hipódromo. A las 15:00 horas del viernes, un hombre de 63 años cerró la puerta de su casa en la calle 34, entre 116 y 117, sin imaginar que, mientras él hacía su vida con normalidad, una banda comenzaba a ejecutar lo que, para la policía, fue un robo planificado con escalofriante precisión.

Al regresar, cerca de las 23:30, la escena lo paralizó: la puerta principal estaba forzada, abierta como una herida. Dentro, la vivienda parecía haber sido devorada por un vendaval. Lo primero que notó fue la ausencia de su computadora de escritorio. Luego descubrió que la habitación que utilizaba para resguardar su equipo de minería de criptomonedas -cerrada con llave- también había sido violentada. No quedaba rastro de las costosas máquinas.

El recorrido del espanto siguió en otra habitación, donde la ropa estaba desparramada, los cajones abiertos como si hubieran sido desentrañados por manos expertas. Allí faltaban quinientos dólares y doscientos mil pesos en efectivo. Nada de electrodomésticos, joyas ni otros objetos valiosos a simple vista. Solo tecnología y dinero en efectivo. Para los investigadores, el mensaje es claro: los ladrones sabían perfectamente lo que buscaban. No fue un robo al azar. Fue un escruche con conocimiento de causa, probablemente orquestado por alguien con vínculos con el mundo cripto. “La posibilidad de que se tratara de delincuentes comunes se desdibuja frente a la precisión quirúrgica del robo”, indicó una fuente consultada.

Pero aún faltaba más por conocer.

A las 21:30 -dos horas antes de que el primer damnificado descubriera el robo-, en la zona de calle 229 Bis y 65, otro hecho de extrema gravedad ya se había consumado. La víctima, un joven de 32 años, se encontraba participando de un oficio religioso en una iglesia ubicada en Ruta 36 y 60. En ese momento sagrado, mientras oraba y compartía la fe con su comunidad, un llamado lo sacó de la calma espiritual.

Un vecino, alertado por ruidos extraños, se había acercado a su vivienda precaria y alcanzó a ver una imagen fugaz y estremecedora: dos desconocidos saliendo apresuradamente por calle 229 en dirección a 60, a bordo de motocicletas. Cuando el joven llegó a su hogar, la crudeza del hecho lo golpeó sin piedad. Las maderas que conformaban las paredes de su casilla estaban rotas, como si la casa misma hubiese sido desgarrada. En el interior, todo era caos. Y el botín, cruelmente significativo: su motocicleta Honda Wave -su medio de transporte, su herramienta de trabajo- y 300.000 pesos en efectivo, posiblemente fruto de meses de esfuerzo.

Dos historias distintas, pero unidas por el estado de vulnerabilidad en el que se encuentran los vecinos en materia de seguridad. En ambas, también se puede distinguir el mismo hilo conductor: la certeza de que los delincuentes se mueven con soltura, como si nada los detuviera.

Mientras las investigaciones avanzan y la policía analiza las cámaras de seguridad de la zona con el objetivo de hallar pistas que puedan conducir a la identificación de los implicados, los vecinos continúan reclamando por mayor seguridad.

 

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