El fallecimiento de la platense Gabriela Vigo, figura fundamental en el mundo editorial argentino
Edición Impresa | 5 de Abril de 2025 | 03:42

Este miércoles falleció a los 63 años la editora Gabriela Vigo, una figura fundamental en el mundo editorial argentino, recordada por su talento, compromiso y calidez humana.
Había nacido el 23 de febrero de 1962 en La Plata, en el seno de una familia marcada por el arte y el conocimiento. Hija de Irene Dipangrazio y del médico cardiólogo y artista plástico Joel Vigo, fue hermana de Gustavo Vigo y sobrina del reconocido artista Edgardo Vigo. Sentía un profundo amor por su familia, en especial por sus sobrinos y sobrinos nietos, a quienes acompañó con dedicación y ternura. Junto al amor de su vida, Gabriel, compartió un vínculo de profunda conexión y compañerismo.
Se formó en la Universidad Nacional de La Plata, donde egresó como profesora de filosofía. Hasta la década de los ´90, ejerció la docencia en esa casa de estudios. Luego, se trasladó a Buenos Aires y enfocó su carrera en el mundo de la edición. Trabajó en reconocidos sellos como Planeta, Edhasa y Sudamericana, y durante años fue la editora responsable de la colección “Ciencia que ladra”, de Siglo XXI, dirigida por Diego Golombek. En 2015, se incorporó al equipo editorial de Penguin Random House, donde trabajó hasta semanas antes de su fallecimiento.
También dictaba cursos de corrección ortográfica en España, como “La puntuación”, avalado por la Real Academia Española.
A lo largo de su trayectoria, Gabriela Vigo editó a autores de renombre. Entre ellos, Marta Minujín (“Mis años en Nueva York”), Eugenio Raúl Zaffaroni (“Colonialismo y derechos humanos”), Juan Grabois (“Los peores”, “Argentina humana”) y María Teresa Andruetto (“Como si fuesen fábulas”). Su mirada atenta, su ojo crítico y su compromiso con la palabra dejaron huella en la literatura y el pensamiento contemporáneo.
Pero Gabriela era mucho más que una editora meticulosa. Amaba leer, viajar, cuidar sus plantas, elegir con detalle su ropa, habitar sus espacios con calidez. Sus amigos, su familia y sus colegas la recuerdan como alguien que siempre tenía tiempo para escuchar y una palabra justa para cada momento. Su escritorio era un refugio, un lugar donde las ideas encontraban forma y las personas hallaban comprensión. Su legado en el mundo de la edición y su huella en quienes la rodearon perdurarán más allá de su ausencia.
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