“Más de una vez sentí terror”

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Ana Clara es profesora de educación especial, vive en Magdalena y desde hace un año recorre todos los días más de 70 kilómetros a dedo para ir a trabajar a Verónica, en el partido de Punta Indio. Ella no tiene movilidad ni hay colectivos que la lleven a horario a ese destino.

“Intento estar 10.30 en el cruce, donde no hay ni una garita para las personas que hacemos dedo hacia las localidades de Vieytes (que queda antes) o Verónica”, lamenta. Ella entra a trabajar a las 12.30.

Claro que toma precauciones: “Siempre que salgo a la ruta activo la ubicación real y se la mando a mi hermana o a mi mamá, pero cuando se pierde la señal, no saben por dónde voy”. También, si algo le genera sospechas comparte con su familia las características del vehículo y de quien maneja.

En todo este tiempo acumuló muchas experiencias, “la mayoría muy hermosas, porque todos los días conozco un recorte de una historia distinta”. Pero reconoce que unas pocas la “llenaron de miedo”.

“La que más recuerdo fue un hombre grande que me contó que él hizo dedo de chico y le habían pasado situaciones complicadas. Su hija también hacía dedo y él le enseñó a usar la navaja para defenderse. Sacó una para mostrarme; me pidió insistentemente que le sacara la traba y la usara como me había explicado. En un momento él me señaló el lugar exacto en el que hacer presión con la navaja, pero utilizando mi pierna y me pinchó. Tuve el susto más grande de mi vida”, cuenta. Ana Clara se quedó inmóvil, lo que provocó la inmediata reacción del hombre. “Se dio cuenta y me pidió disculpas. Interpreté que realmente no tuvo intención de hacer nada, pero por mi cabeza me pasaron mil cosas”.

La joven evita subir a coches en los que viajen dos o más hombres, pero una vez, bajo una lluvia torrencial, hizo en la salida de Magdalena lo que hace cada vez que el clima arrecia: “Paraguas, piloto abierto para que se vea el guardapolvo y aguantar hasta que alguien se apiade”. De pronto frenó un vehículo con los vidrios muy polarizados y, a bordo, dos chicos bastante jóvenes.

“El que manejaba iba a más de 120 (km/h), casi sin frenar en las curvas, pasaba los camiones como venía y el auto se le iba por momentos. Yo iba aterrada, porque si nos pasaba algo nadie iba a saber que yo estaba ahí”.

Dos décadas atrás, Vanesa Touzón sintió un terror parecido cuando hacía dedo junto a otra compañera en la ruta 36 y la 66. Era la época de los secuestros extorsivos y la noche anterior había escuchado el caso de uno que terminó muy mal.

“Nos paró un Renault 12 con un hombre con sombrero alado, bien de campo”, recuerda. Ella se sentó adelante e iba conversando con el conductor, cuando de repente escuchó un quejido que llegaba desde el baúl. Miró a su compañera, pero ésta iba atenta a lo que veía por la ventanilla y no la registró. Los quejidos se repitieron, hasta que escuchó un golpe fuerte: “No sé la cara que puse, pero el hombre me dijo ‘no se preocupe maestra, que tengo un ternero en el baúl’”.

Otras veces les han trabado la puerta y sugerido “seguir de largo”.

 

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