“Por favor, no me hagan nada” Las súplicas de una jubilada en City Bell

La víctima, de 77 años, sintió ruidos extraños y al intentar resguardarse fue abordada por tres ladrones que irrumpieron en su pieza. Mientras uno la amenazaba, los cómplices cargaron el botín y huyeron en un auto

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La zona de Belgrano y 460, en City Bell, se convirtió ayer por la madrugada en escenario de una escena de desdén y espanto. Eran pasadas las tres de la mañana cuando una jubilada de 77 años, que descansaba en su habitación, fue arrancada de su sueño por ruidos inquietantes que provenían del comedor. Temiendo lo peor, intentó trabar la puerta para protegerse, pero no llegó a tiempo. Tres hombres jóvenes y decididos a todo, con una frialdad escalofriante, irrumpieron con violencia en la intimidad de su cuarto.

Sin mostrar el menor atisbo de compasión, los atacantes la rodearon y comenzaron a gritarle, exigiendo que entregara todo el dinero. La mujer, desbordada por el terror, solo atinó a suplicar que no le hicieran daño, prometiendo entregar todo lo que tuviera.

“Por favor, no me hagan nada”, suplicó la señora, según pudo saber este diario. Así, mientras los agresores la mantenían amenazada, los otros cómplices recorrían cada rincón de la casa como si les perteneciera, revolviendo cajones, abriendo placares, tirando al suelo todo lo que encontraban a su paso.

Los delincuentes se movieron con una coordinación que evidenciaba experiencia: mientras saqueaban la vivienda, uno de ellos encerró a la mujer en su propio dormitorio, dejándola allí atrapada en plena crisis de nervios. Se llevaron un televisor de 32 pulgadas, un microondas de color gris, varias alhajas y una cantidad de dinero, que la víctima no pudo precisar al momento de dialogar con la Policía, ya que se encontraba embargada por el miedo y la bronca. Afuera, un vehículo los aguardaba encendido, listo para la fuga. Todo había sido milimétricamente planificado, y la impunidad con la que actuaron dejó en claro que no fue un golpe al azar.

La jubilada, luego de varios minutos de silencio y sin saber si aún quedaban ladrones en su casa, logró reunir el valor para salir. Caminó por el pasillo temblando, abrió la puerta y salió a la calle desorientada, buscando ayuda.

Fue un vecino quien la vio en ese estado de desesperación y, sin dudarlo, llamó al 911. En cuestión de minutos llegó un móvil policial y se activó el protocolo de emergencia. Los efectivos constataron el desastre dentro de la vivienda y contuvieron a la víctima, que apenas podía hablar por el estado de shock en el que había quedado.

Las cámaras de seguridad de la zona están siendo clave para la investigación. Lo ocurrido deja al descubierto una vez más la crueldad con la que ciertos grupos delictivos atacan a nuestros mayores. A quienes deberían cuidar, respetar y proteger, los eligen como blanco por su fragilidad, por su lentitud, por la vulnerabilidad con la que los años marcan el cuerpo y la mente.

Los delincuentes saben que un abuelo no va a correr, que una abuela no va a pelear. Y eso, lejos de generar compasión, les sirve como ventaja para avanzar sin freno. Es el lado más oscuro de la inseguridad: cuando la violencia se ensaña con quienes menos pueden defenderse.

 

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