¿Sigo siendo “la pareja de papá” aunque él ya no esté?

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Estuve en pareja con mi marido once años. No nos casamos, pero vivimos juntos, criamos dos perros, alquilamos dos departamentos, compartimos domingos de lluvia y cumpleaños que nunca caían en fin de semana. Hicimos lo que hace cualquier pareja que se quiere: sobrevivir a las cuentas, armar la heladera, celebrar cuando una operación sale bien y acompañarse cuando no.

Su familia, poco a poco, se fue metiendo en mi vida. Y yo en la de ellos. No por imposición, sino por afecto. Él tenía dos hijos de una relación anterior. Ya adultos cuando nos conocimos. Al principio fue distante, educado, casi diplomático. Con el tiempo, se fue volviendo cotidiano. Asados, llamados por cumpleaños, consultas médicas, algún cafecito de esos que se alargan sin querer. Hoy, cuido a un nieto -sí, un nieto- todos los miércoles y viernes. Su mamá es una mujer hermosa con la que tejí una amistad que no me esperaba, y su papá, mi hijastro mayor, me deja la llave de casa como quien sabe que tiene quien le cuide lo más preciado.

Hace un año que él murió. Y si bien el duelo es una ruta sin destino, hay días en los que me siento ubicada, plantada en el recuerdo, sabiendo quién fui y quién soy. Y hay otros días -los más imprevisibles- en los que no entiendo nada, en los que pierdo el control de las cosas. En los que no sé cuál es mi rol ahora que ya no soy “la pareja de”.

¿Qué soy ahora? ¿Qué lugar ocupo en esa familia que ya no es “mi” familia porque él ya no está? ¿Hay un rótulo para ello?

No hay manuales para esto. Nadie te explica qué pasa con los lazos “no oficiales” cuando la persona que los fundaba ya no está. No somos consanguíneos, no hay papeles que digan nada, no hay herencias ni obligaciones. Solo queda lo que cada uno decide seguir sosteniendo.

Pero prefiero decir basta.

Porque si los vínculos se construyen con tiempo, con confianza y con afecto, entonces, ¿no es eso justamente lo que hemos venido haciendo? ¿No alcanza que me llamen para pedirme una receta, dejarme al nene cuando hay paro y preguntarme si lloré viendo la final del Mundial?

Vivimos en un país donde la familia muchas veces se arma con lo que hay a mano: afectos que no siempre vienen en el envase esperado. Abuelas postizas, tíos del corazón, padres que aparecen tarde, madres que no son biológicas pero sí fundamentales. Entonces, ¿por qué no una ex pareja del papá que sigue siendo parte?

No busco reemplazar a nadie. No necesito que me digan “madrastra” ni ponerme en el lugar que no me corresponde. Pero sí quiero habitar este que construimos: el de alguien que cuida, que escucha, que acompaña. Y también el de alguien que, de vez en cuando, se pregunta si sigue estando.

Hay algo que entendí este año sin él: no hace falta que una relación tenga nombre.

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