Cuando Hulk Hogan se achicó ante el Gigante González, histórico ex basquetbolista de Gimnasia
| 25 de Julio de 2025 | 09:07

En un rincón del cuadrilátero, Hulk Hogan, el campeón, el ídolo de masas, el símbolo indiscutido de la lucha libre de los años 80 y 90, levantaba los brazos tras una victoria más. Las luces lo bañaban, el público estallaba en ovación y los comentaristas apenas podían seguir el frenesí de lo que ocurría en el ring. Era junio de 1993, y nadie imaginaba que aquella noche, en medio del estruendo, se viviría un instante tan breve como inolvidable: el encuentro entre dos gigantes, entre dos mundos, entre dos vidas que cruzarían su camino por única vez.
Del otro lado del ring, lentamente, emergía la figura que alteró la calma de Hogan: Jorge González, el Gigante González. Aquel formoseño que había llegado a medir 2,32 metros, que había sido jugador de básquet de Gimnasia y Esgrima La Plata entre 1984 y 1986 -compitiendo en TNA-, que supo ser el primer argentino drafteado por la NBA, y que ahora, disfrazado de una figura casi mitológica con su recordado traje de músculos, hacía su entrada como el nuevo monstruo de la WWF.
Durante años, González había vivido su vida desde abajo, como todos, hasta que su cuerpo comenzó a crecer sin freno. A los 16 ya medía más de dos metros, y aunque la acromegalia marcaría su destino con dureza, durante mucho tiempo fue su motor. Llegó a La Plata midiendo 2,18 y se fue con 2,30 metros. Vivió en un hotel de 2 y 44, caminaba por el centro de La Plata y hasta a veces comía en el Gran Chaparral, pegado al estadio del Lobo. El básquet le dio el primer escenario, la Liga Nacional lo abrazó, la NBA lo miró. Pero fue la lucha libre la que lo volvió un personaje universal. Y esa noche, frente a Hulk Hogan, iba a demostrar por qué.
La batalla campal que se desató tras la pelea de Hogan dejó a todos en el suelo, menos a dos. El norteamericano, robusto y veterano, sabía leer los tiempos del espectáculo. El argentino, imponente e inmóvil como un obelisco, lo miró fijo desde el centro del ring. No hubo golpes a cuerpo. Hubo gritos. Solo una pausa en la locura, un momento suspendido, como si el tiempo se encogiera ante la presencia de los dos colosos.
Hogan, en un gesto más poderoso que cualquier llave, bajó la mirada, se quitó la bandana y optó por retroceder. Se bajó del ring sin dar pelea, como quien reconoce en silencio que no hay victoria que valga ante alguien tan inmenso en todo sentido. El público no entendió del todo. No hubo sangre ni traición. Pero los que estuvieron ahí saben que presenciaron algo diferente: un respeto tácito, una tregua entre gigantes.
Años después, mientras Hogan seguía recibiendo homenajes y reconocimientos en la lucha libre mundial, el Gigante González batallaba en otro ring: el de su salud. Desde 2002 vivía en silla de ruedas por complicaciones de su enfermedad y, finalmente, falleció en 2010 en Chaco, a los 44 años, como consecuencia de una diabetes severa. Vivió alejado de los focos, pero no del recuerdo de quienes lo vieron recorrer el mundo con una dignidad que ningún disfraz podía ocultar.
El reciente fallecimiento de Hulk Hogan reavivó aquella escena. Las redes sociales volvieron a compartir el video de ese momento en el que el héroe americano se topó con un gigante venido del fin del mundo. En esa breve historia sin palabras, González dejó su marca.
No hizo falta que Jorge González ganara campeonatos ni cinturones dorados. Su figura sigue viva porque fue distinto. Porque llevó la bandera argentina a los escenarios más grandes sin cambiar su esencia. Porque dejó el básquet en silencio, transitó la lucha libre con humildad, y enfrentó la vida con una fuerza que ningún rival pudo derribar.
Hoy, el ring eterno los vuelve a juntar. Tal vez, allá arriba, se miren. Y tal vez, esta vez, sí se den la mano.... otra vez.
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