Murió Garrafa Sánchez, el símbolo del potrero

El fútbol argentino llora al ídolo de Banfield y Laferrere

Garrafa Sánchez es el símbolo del fútbol", sentenció el genial Alejandro Dolina, y tal vez no estaba errado en su definición porque José Luis Sánchez, fallecido ayer a los 31 años, tenía una forma de ver el deporte de manera particular, que seguro quedará en el recuerdo.

"Sé que no es usual ponderar así a alguien, pero acaso es para difundir una manera de ver el fútbol que no abunda", había expresado Dolina en una entrevista con un matutino deportivo, en la que conoció personalmente al jugador.

José Luis Sánchez comenzó de abajo, jugando en Deportivo Laferrere, ahí donde volvió el año pasado para sentirse rodeado por el cariño de su gente, luego de quedar libre de Banfield, donde en el último tiempo estuvo perseguido por las lesiones.

Debutó oficialmente en primera el 26 de noviembre de 1993 en un clásico que Deportivo Laferrere disputó frente a Almirante Brown, por el torneo del Nacional "B" 93/94. Por ese entonces tenía 19 años y el entrenador José Argerich lo puso como marcador lateral izquierdo, pero pese al puesto Garrafa se daba los lujos de salir jugando con caños incluidos a sus rivales.

Su primer gol se lo marcó a Jorge Vivaldo, pese a que Laferrere perdió por goleada ante Colón de Santa Fe 6-1.

Garrafa, apodo que había tomado del oficio de garrafero de su padre -lo que él mismo reconoció hubiera sido si no se dedicaba al fútbol-, tenía características bochinescas y algunas maradonianas.

Su zurda, su calva, su paso cansino por momentos y su tremenda personalidad para aparecer en las situaciones difíciles, incluso para pelearse o discutir y recibir una expulsión, fueron sinónimo de su juego.

Luego de Laferrere, pasó a El Porvenir, cuando el club de Gerli transitaba en Primera B Metropolitana y era dirigido por el ex árbitro Ricardo Calabria. En 1998 Garrafa comandó a El Porvenir para adjudicarse el ascenso, tras una goleada que le propinó a Deportivo Armenio por 4-1.

En el primer año en la B Nacional mostró su despliegue dentro del equipo, aunque a veces recibía la reprobación de su público, porque "buscaba la sombra", "se escapaba del partido" o "no ponía lo que hay que poner". A esas críticas las callaba con un gol de tiro libre, una gambeta que desairaba rivales o incluso con la ejecución de un penal, en el que mostraba una especie de paso de baile que siempre precedía al gol.

En 2000 emigró a Bella Vista de Uruguay, que clasificó para la siguiente edición de la Copa Libertadores de América, pero volvió a Argentina por una enfermedad que sufrió su padre y estuvo siete meses sin jugar.

Su llegada a Banfield -en 2001- fue el paso obligado para su crecimiento y su juego volvió a brillar en las finales ante Quilmes, en especial en el definitivo cotejo jugado en el estadio Centenario.

Con Banfield, Garrafa Sánchez logró el sueño de todo jugador, llegar a Primera División, y no cambió sus características en un Taladro que sabía explotar su tremenda pegada.

En su carrera tal vez le faltó haber jugado en un club de los cinco denominados "grandes", y tuvo alguna chance, cuando tras una práctica de Laferrere contra Boca, Carlos Bilardo lo veía con buenas posibilidades para vestir la camiseta "azul y oro".

Sin embargo, un día Garrafa montó en su moto de alta cilindrada y por la Autopista Ricchieri pasó a la camioneta en donde iba Bilardo y su ayudante Nery Pumpido y luego le bajaron el pulgar.

Incluso hasta se rumoreó que Garrafa podía ser jugador de River, algo que quedó en promesa e ilusión.

No fue campeón del mundo. No jugó en la selección argentina. Tampoco viajó a Europa. Solo desplegó su fútbol en el ascenso y en la Primera División de Argentina y Uruguay. Hace unos días, sobre otra moto, Garrafa hizo su última pirueta, le salió mal. La pelota seguramente está triste, como todo el fútbol argentino.

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