Se debiera librar una batalla contra la contaminación visual

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Si bien abundan problemas urbanos de mayor gravedad y repercusión social, existen asimismo deficiencias de tipo estético como, por ejemplo, la profusión de leyendas y pegatinas en las paredes de la Ciudad que la desmerecen gravemente.

Así una nota publicada en el diario de ayer aludió a la tradicional y muy céntrica esquina de 7 y 50, a la que desde hace tiempo se la puede ver lejos de sus mejores días. Alude en primer término al ángulo edilicio del Pasaje Dardo Rocha que da sobre esos frentes, dominado por grafitis y restos de antiguos afiches, en los que conviven consignas políticas y anuncios de pretéritos recitales artísticos.

En esa misma esquina, hace ya mucho que se yergue la columna con el tradicional reloj, que se muestra roto y sin agujas. En cuanto al poste que sostiene a los carteles indicativos de las calles, sirve de sostén a pasacalles y a una extraña guirnalda de banderines multicolores que flamean en el paisaje.

Si bien, como principio general, la limpieza y el buen estado del mobiliario urbano son exigibles en todos los lugares de la Ciudad, aquí se está hablando de una de las esquinas que limitan el perímetro de la plaza San Martín, flanqueada no sólo por el Pasaje Rocha, sino por la sede de la Gobernación y el palacio de la Legislatura, entre otros edificios públicos. Se supondría, entonces, que debiera existir un celo especial, teniendo a la vista tales antecedentes.

Se ha mencionado arriba la profusión de residuos que suele verse en la vía pública, demostrativa, por igual, de un desaprensivo sistema de recolección y, a la vez, de la falta de respeto cívico de muchos vecinos, que no trepidan en arrojarlos en cualquier lugar.

En este sentido, resulta llamativa la permisividad que imperó en las últimas y sucesivas administraciones frente a la poca o casi nula vigencia de las normas que regulan el uso de la publicidad en la vía pública y contra la profusión de grafitis en los frentes privados y públicos de la Ciudad. Es obvio que esas ordenanzas no se hacen cumplir como es debido y es por ello que, virtualmente, no existen posibilidades ciertas de dar la batalla que debiera librarse contra la llamada contaminación visual.

Estas omisiones del poder público municipal generan los desbordes y, además, debilitan el poder de policía que debiera ejercer la Comuna. Una ciudad en la que las normas se dictan pero no se hacen cumplir se termina acercando peligrosamente a un festival de “vale todo” en el que cada uno, en definitiva, termina haciendo lo que quiere.

No se trata de actuar en forma espasmódica y de salir un día con toda la artillería a la calle y después dejar hacer durante largos tiempos. El objetivo, en cambio, debería ser el de promover un sistema permanente de respeto a las normas vigentes, en el que los incumplimientos sean sancionados. De lo contrario, se alienta la sensación de que lo mismo da ajustarse a las normas que no hacerlo.

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