Gritando a calzón quitado
Edición Impresa | 3 de Abril de 2017 | 04:22

Por Irene Bianchi
“Le prénom”, de Matthieu Delaporte y Alexander de la Patellière, en versión de Fernando Masllorens y Federico González del Pino. Elenco: Mercedes Funes, Esteban Pérez, Dalia Elnecavé, Esteban Prol y David Masajnik. Escenografía: Laura Russo y Alejandro Martín. Vestuario: Ximena Puig. Dirección: Arturo Puig. Directora repositora en gira: Selva Alemán. Teatro Municipal Coliseo Podestá.
Cuando una pieza viene a nuestra ciudad respaldada por varias temporadas a sala llena, en variadas plazas teatrales, siendo catalogada como “éxito de taquilla”, quien se disponga a verla para luego emitir un juicio de valor, debe evitar cualquier condicionamiento que tiña su mirada. Trátese de un elenco original o de uno de gira, como en este caso.
Dicho esto, reseñemos brevemente la línea argumental de esta comedia, llevada al cine en 2012, con un guión escrito por los propios autores.
Elisabeth y su marido Pierre han invitado a cenar a Vincent, hermano de la anfitriona, y a Anna, su bella esposa, que está a punto de dar a luz. De la partida también es Claude, amigo de la infancia de Pierre y Vincent, muy amanerado él.
El disparador del caos es el nombre de pila (“prénom”) que supuestamente Vincent y Anna han elegido para su hijo por nacer, nombre que no revelaremos para no “spoilear” el devenir de la trama.
Este dato aparentemente trivial, enfrenta a los amigos-parientes de manera feroz, y pone al descubierto una serie de bajezas, mezquindades y secretos ocultos durante años. Se caen una a una las caretas, los roles preestablecidos, y aparece la cruda verdad, enmascarada por comportamientos políticamente correctos pero hipócritas.
Muchos autores han tomado esta excusa dramática para mostrar el lado oculto de las conductas socialmente aceptadas. Lo hizo Edgard Albee en “¿Quién le teme a Virginia Woolf?”, y por estas latitudes Sergio de Cecco y Armando Chulak, en ese clásico argentino, “El gran deschave”, obras en las que una suerte de tsunami arrasa con lo que parecía estar firme y sólido.
La diferencia en este caso es que “Le prénom” elige el humor para desdramatizar la crisis que se genera en ese living, donde una agradable “cena marroquí”, se convierte en un plato muy difícil de digerir, casi un ring de box.
Nos preguntamos si en un teatro con la excelente acústica del Coliseo Podestá, es imprescindible el uso de micrófonos. Tal vez por un problema de sonido o por el elevado volumen de voz de los propios actores, los diálogos aturdían y, por momentos, resultaron ininteligibles.
El ritmo (que aquí se confunde con velocidad) de la pieza es frenético, no da respiro, con escasos matices y transiciones. Hay sobreactuación en la mayoría de los casos, y se corre el riesgo de restarle verdad a las interpretaciones, que tienden a volverse “machiettas”, perdiendo humanidad y credibilidad.
Se ponen sobre la mesa una serie de temas cruciales tratados con excesiva liviandad. Casi pasa desapercibido, para dar un ejemplo, dentro del fárrago de “confesiones”, el momento en que Elisabeth, la esposa sometida y frustrada, acusa a su marido, Pierre, de haberse “adueñado” de su tesis, para doctorarse como profesor.
¿El espectáculo es efectivo? Sí. ¿El público se ríe? Sí. ¿Llenan salas? Sí.
Más allá de estas innegables verdades, sostenemos lo expresado.
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