“Desde que me robaron frente a las nenas ya no salgo caminando”

Un asalto de unos cuantos segundos puede dejar secuelas duraderas y también algunas irreversibles

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El “¡dale, bajate!” se convirtió en la frase más usada por los ladrones para obligar a alguien a que le entregue su moto. Lo que sigue a continuación puede ser que a la víctima no le hagan nada, que le peguen un culatazo o que le disparen. Ejemplos de esto último abundan en la Región en los últimos años. El más reciente lo sufrió Javier Bava: el martes pasado le pegaron un escopetazo en la pierna derecha, que lo dejó desangrado en la calle y falleció al día siguiente (ver Recuadro).

“Cuando para una moto cerca, tiemblo”. La frase se escucha una y otra vez en entrevistas con gente asaltada de esta forma, aún cuando se trate de un motociclista que usa su vehículo para lo cotidiano. El trauma psicológico, a menudo acentuado por el mal recuerdo de un golpe, una caída al suelo o el amague a disparar del ladrón, suele durar más de lo esperado. Un rugido que ensordece, se calma y se vuelve a encender cuando el delincuente se aleja.

cambiar de rutina

Karina, una vecina de Tolosa, contó en primera persona lo que le pasó en agosto del año pasado, cuando intentaba hacer un mandado en su barrio: “Salía de mi casa con mi hija de 10 años y una amiguita de ella. Aparecieron dos motochorros a contramano, uno se bajó y me puso el arma en la panza. Las dos nenas se quedaron paralizadas y por suerte no gritaron. Me pidió el celular y como era viejo no lo quiso. Plata tampoco tenía porque iba con lo justo. Me terminó sacando la campera. Todo el tiempo con mucha violencia, revoleando la pistola. La consecuencia es que desde esa vez ya no quiero salir caminando más a ningún lado, algo que antes me gustaba hacer. A mis hijos no los dejo salir como antes. Nos cambió la rutina familiar”.

“El ladrón tiene todo el tiempo del mundo para estudiar quién pasa, a qué hora y para dónde va. Y ahí, de golpe, va y sale a robarle al que ya tiene ‘estudiado’”, explican algunos detectives abocados a combatir la problemática.

El antídoto de quien va a trabajar o a dejar a sus hijos a la escuela muchas veces pasa por, nuevamente, modificar los hábitos.

“Trato de hacer siempre caminos distintos entre mi casa y el trabajo, para que no me ‘fichen’. Y a determinada hora, sobre todo desde las 9 de la noche, nunca paro en un semáforo porque sé que seguro pierdo”, reconoce Alberto, de Melchor Romero.

El ya tiene en mente, como muchos, buscar la solución más drástica: “Voy a vender la moto porque es un peligro”.

Contra este fenómeno se han barajado todo tipo de respuestas, pero ni siquiera el alivio llega y es un dolor de cabeza para las fuerzas de seguridad poder desactivar esos mecanismos. Las delegaciones motorizadas, con vehículos igual o más potentes que los que usan los delincuentes, parecen la única posibilidad cierta, aunque tampoco se aplican.

 

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