La periferia y las violencias

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Las periferias de las grandes ciudades de la provincia de Buenos Aires, suelen ser noticia de la mano de hechos de violencia. La Plata no es la excepción. Tiroteos, enfrentamientos, asesinatos. Sin embargo, las noticias suelen trabajar sobre instantáneas, sobre hechos resonantes que constituyen la punta de un iceberg. Lo que suele permanecer oculto tras la sucesión de conflictos y muertes violentas, son las situaciones y procesos de mediano y largo plazo en el marco de los cuales “estallan” estos hechos. Hay un fenómeno imposible de soslayar a la hora de entender la violencia del presente: el aumento de la circulación de armas de fuego y el fácil acceso a ellas. Su tenencia y portación agrava cualquier conflicto interpersonal: entre vecinos, familiares, de género, laborales, hechos de tránsito, entre grupos rivales. Situaciones que décadas atrás se resolvían con peleas de puños o las llamadas “armas blancas”, culminan en la actualidad con muertes provocadas por armas de fuego. Su presencia produce un escalamiento de la violencia, que empuja a la adquisición de nuevas armas. El argumento suele repetirse: “para defender a mi familia, a mi grupo, mi comercio”. Sin embargo, estudios realizados en distintos países señalan que lejos de servir como instrumentos de defensa, en la mayoría de los casos éstas lastiman o matan a los propios familiares. En otros muchos casos son accidentes los que ocasionan las muertes y en muchas otras, son esgrimidas en conflictos en los que no se pensaba utilizarlas anteriormente. La gran presencia de armas también destaca en distintos delitos contra la propiedad y expresa un problema prioritario para prevenir la violencia. Hasta la fecha el Estado ha fallado en controlar este tema e incluso muchas de las armas ilegales, son robadas o “desviadas” (eufemismo para hablar de la corrupción policial y judicial) de arsenales públicos.

También la periferia es noticia cuando aparecen hechos de violencia relacionados con la comercialización de drogas ilícitas. Los espacios caracterizados por la alta vulnerabilidad social y económica son terreno propicio para la expansión de las economías ilegales. Pero esto no debe inducir a confusiones: el consumo y venta de drogas se distribuye por toda la ciudad. Una encuesta del Observatorio de Políticas de Seguridad a jóvenes de la ciudad pertenecientes a distintos barrios, reveló que el porcentaje de consumo de drogas ilícitas es el mismo en barrios populares que de clase media y media alta. Sin embargo, allanamientos, persecuciones y procedimientos policiales de alta visibilidad mediática se concentran en las periferias de la mano de una presencia policial violenta y arbitraria. Y es que esta es una de las claves: en los barrios populares señalan que en estos territorios no existen las mínimas condiciones de seguridad.

Por último, si algo caracteriza la violencia en las periferias es la existencia de problemas estructurales que vulneran el acceso a la tierra y la infraestructura urbana. Desde los hechos de violencia estatal y no estatal relacionados con las tomas de tierras, a los cotidianos incendios producidos por la falta de acceso a servicios básicos.

Aunque la columna está dedicada a la violencia, no quiero cerrarla sin subrayar que la periferia platense es mucho más que un escenario de la violencia urbana. Es un territorio habitado por los y las trabajadores que construyen la ciudad, por los y las productores rurales que alimentan a gran parte del país y el espacio en que clubes, organizaciones sociales e instituciones del Estado desarrollan una intensa actividad educativa, productiva política y cultural. Ignorar, invisibilizar y tergiversar esa laboriosa producción cotidiana de nuestra periferia es también un ejercicio de violencia simbólica.

 

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