La historia de tres nenas que se salvaron de morir en un incendio
Edición Impresa | 7 de Agosto de 2017 | 01:57

Por Diego Dipierro
“Siempre viene a casa y vuelve a donde pasó todo”, dice Miguel Fernández (52), cuando señala a Buqui, un perro labrador parado en la mitad de un predio vacío. El animal todavía espera a sus dueños. El cuadro le aporta algo de ternura a una historia que por sí se presenta como un drama casi completo, que le costó la vida a un hombre y su hijita, en un incendio trágico.
Si existe el destino -o algo parecido- estaba escrito de antemano. Walter Chamorro moriría a poco de cumplir 34 años, lo mismo que su beba de siete meses, ambos carbonizados en un incendio devastador en su casilla humilde. A su pareja, María Emilia Antesana (32) la salvarían sus vecinos, aunque las quemaduras que sufrió la dejaron en coma. La familia de pocos recursos y trabajadora de El Palihue casi desaparece por completo. Pero estaba escrito que las tres nenas -hijas de la mujer- se iban a salvar porque quisieron ir a dormir a lo de Miguel. Una hora después de que se fueran, la vivienda de madera devino en una fogata mortal.
Esta cruda historia está atravesada por un entramado familiar complejo. Miguel crió a Emilia desde sus dos años, cuando se puso en pareja con la madre de ella. Algo parecido pasó con las tres niñas, hijas naturales de la mujer, a las que también cuidó de chiquitas. Para ellas, él es una suerte de abuelo y padre a la vez. Directamente, lo llaman “papi”.
Las criaturas y la pareja -estaban juntos hace dos años- eran solamente una parte entre la enorme reunión que se había armado en esa modesta casilla de 123 entre 98 y 99. Unas 30 personas pasaron el sábado a la noche en esas dimensiones reducidas. Cenaron pollo con papas y después se fueron yendo de manera gradual. “Fue como una despedida”, evalúa ahora Fernández, con un dejo premonitorio.
En una decisión inexplicable -“ella es muy mamera, no viene casi nunca”- una de las hermanas más chiquitas, de cuatro años, quiso irse a dormir a lo de Miguel, a tres cuadras, sobre 120 bis. Después la siguieron las dos más grandes, de 10 y 13.
Ya eran las 2 de la mañana del domingo pasado cuando todos se habían acostado. A las 3.30 apareció un compañero de trabajo de Walter, avisando que la casa se estaba prendiendo fuego. “No lo podía creer, para mí era mentira”, asegura Miguel.
Lo que pasaba se comprobó con tan sólo acercarse hasta ahí. Adentro de esa modesta construcción, la ropa que habían dejado a secarse al lado de una estufa eléctrica “cayó encima” de esa fuente de calor y desató el incendio, explica Fernández.
La casa se transformó en trampa mortal. Miguel estima que el humo adormeció a Emilia y su marido, para complicar todo de manera irremediable. Ella quedó cerca de la ventana de su cuarto, y un vecino que vive al lado alcanzó a sacarla por esa abertura. Estaba viva, pero con lastimaduras terribles que aún la mantienen en coma (ver Recuadro).
Diferente fue lo que pasó con Walter, que alcanzó a alzar a su beba y se arrimó hasta la puerta de entrada. Otra vez el destino entró en juego: “Esa misma tarde habían cambiado la que tenían de machimbre por una de chapa, con dos trabas, por un tema de seguridad, porque trabajaban todo el día y no estaban nunca”, explica Miguel. La decisión de reforzar el acceso tal vez estaba en sus mentes desde hacía tiempo: “Siempre hay robos en el barrio. A la noche parece Año Nuevo, porque se escuchan tiros de pistolas y hasta de ametralladoras”, sostiene.
Lo que se pensó como protección tuvo un efecto inverso. El hombre y su beba no alcanzaron a salir y murieron carbonizados. Tatiana tenía siete meses.
La que continúa aferrándose a la vida es María Emilia, cuyo cuadro no deja de ser crítico.
“Le tuvieron que amputar la pierna izquierda. Pero ya le quitaron el respirador. Eso para nosotros es una buena señal”, concluyó Miguel, que también sueña con que el milagro de la vida se imponga ante tanto dolor.
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