Los colectivos ya pasan “cuando quieren” y los usuarios estallan

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Un clásico de todos los diciembres. Terminan las clases y las empresas de micros reducen las frecuencias drásticamente. Una pésima costumbre a la que nadie le pone límites y, en días como el de ayer o el miércoles, con temperaturas agobiantes y hasta peligrosas para la salud, los adultos mayores y las madres con bebés se exponen a esperas muy pero muy difíciles de sobrellevar, interminables, totalmente injustificadas.

Y, sobre llovido mojado, el 12 de enero aumenta el boleto. Y vuelve a aumentar en febrero y en marzo hasta acumular una suba de casi el 40% (ver nota central).

Volviendo a las “frecuencias eternas”, la situación se reitera año tras año a punto tal que Felipe Medel (32), un berissense que trabaja como empleado en una casa de electrodomésticos, le dijo ayer a este diario que “el año pasado me hicieron la misma pregunta, si no fuese por la bronca que tengo sería cómico”.

“Terminan las clases y las frecuencias empeoran, porque son malas todo el año. Y nadie hace nada”

Felipe Medel (32), Vecino de Berisso

 

El joven de la ciudad ribereña secó su frente con la manga de la camisa y disparó: “Ayer vi en el noticiero una nota sobre el mismo problema, pero en Buenos Aires. Es que nadie hace nada. La pregunta es porqué”, dejó caer.

Felipe esperaba el 202 en avenida 7 casi 49. La sombra ya empezaba a ganar el lugar, pero lejos estaba de darle un respiro a quienes aguardaban el colectivo.

El 202 es uno de tantos que hacen escala en esa esquina desde que se reordenaron las paradas. “Ahora, acá paran veinte líneas”, exageró el vecino de Berisso y contó que “a veces el 202 queda quinto o sexto en la fila de micros y para subirte tenés que caminar hasta donde estaba la parada antes. Es una joda”, lanzó.

Jubilados, castigados

También sobre avenida 7, pero en plena Plaza San Martín, Ofelia Castellani (79) estaba debajo de un árbol que no daba sombra. Es que hace unos pocos días lo podaron -fuera de la época de poda- para que las luminarias puedan cumplir su función cuando cae la noche. “Los jubilados somos los últimos. Los últimos en todo. Tenemos que hacer colas para todo, con temperaturas que ya no podemos soportar. Para cobrar, para pagar, para tomar un micro”, dijo la mujer mientras esperaba un ramal de la Línea Oeste e intentaba, sin éxito alguno, calmar el calor con un diario doblado al medio.

“Terminaron las clases pero nosotros seguimos trabajando”, fue la idea que esbozó Marta (52), empleada de un ministerio.

En 51 entre 7 y 8, mientras llevaba 25 minutos esperando el colectivo que la llevaría de regreso a su casa, la mujer extendió la protesta al resto del año. “Los micros pasan cuando quieren siempre. Ahora, peor. Aunque las frecuencias son malas desde el 1º de enero hasta el 31 de diciembre”, graficó.

“Y los que hacen los cambios nunca deben usar el servicio, porque cada vez que tocan algo, lo empeoran”, acotó Marta en relación al reordenamiento de paradas que realizó la Comuna, en sintonía con la reflexión del vecino de Berisso, Felipe Medel.

Se sabe, desde siempre, que en verano las empresas reducen las frecuencias. Pero lo que destacan los pasajeros es que ese “esquema de verano” comienza ni bien terminan las clases o incluso una semana antes y que la reducción es mucho más pronunciada de lo que se anuncia (un 20%).

La peor parte, en cuanto al lapso de tiempo entre vehículos, comienza a la tarde-noche y se profundiza pasadas las 20. Y el esquema que los usuarios denominan “los micros pasan cuando quieren” se vuelve muy complejo con la llegada de las altas temperaturas.

La problemática se agiganta para quienes dependen de un único colectivo. “Como los berissenses del 202”, dijo Medel antes de, por fin, subirse al ramal Cx60.

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