Dólar, inflación, tarifas: mayor impacto anímico en los afectados por crisis previas
Edición Impresa | 13 de Mayo de 2018 | 03:30

OMAR GIMÉNEZ
ogimenez@eldia.com
Cada vez que la economía entra en zona de incertidumbre, la platense Silvia (67) se acuerda del Rodrigazo, aquella crisis histórica registrada en 1975, cuando el ministro de economía de Isabel Perón, Celestino Rodrigo, dispuso una devaluación del 160%, y los precios nominales subieron un 183% en apenas un año. No importa que la magnitud de la crisis no sea comparable, tampoco que su propia situación personal sea distinta. Para Silvia es un acto reflejo, que la lleva a rememorar esos días de mediados de los ´70 en que “había desabastecimiento, era necesario hacer colas larguísimas para comprar algo de pan y leche y tenía a mis nenas todavía chiquitas”, según relata.
Xavier Oñativia, decano de la facultad de Psicología de la Universidad de La Plata, apunta un dato en sintonía con este testimonio. Compara el efecto que la alteración de ciertos indicadores económicos - como el aumento del dólar en el marco de una corrida cambiaria- tiene en las personas que fueron seriamente afectadas por crisis económicas anteriores en el país, con la sensación de alarma que embarga a los platenses que se inundaron el 2 de abril de 2013 cuando se desata una tormenta de la que aún desconocen la intensidad.
Durante la última semana, la Argentina vivió días agitados en materia económica, signados por el aumento de un dólar que el viernes alcanzó los 23,72 pesos, la discusión por los aumentos de tarifas y el anuncio de que el país volvería a recurrir al FMI en busca de financiamiento.
En ese marco, psicólogos y psiquiatras consultados por este diaro indicaron que los escenarios de incertidumbre económica tienen un impacto psicológico variable en la población que dependen de múltiples factores. Entre ellos, la subjetividad de cada persona, su situación actual y -sobre todo- la experiencia atravesada en crisis anteriores. Para los más afectados en el pasado, el impacto será mayor, dicen los expertos.
Descartan, además, que la reiteración de las crisis mitigue sus efectos sobre la psiquis. Al contrario: puede favorecer una naturalización de estos episodios que no reduce la huella emocional que provocan.
Uno de los elementos característicos de estas coyunturas en el plano emocional es que el registro del impacto no es inmediato.
Para el decano de la facultad de Psicología, “en un contexto local y regional restrictivo, factores como el excesivo aumento de tarifas y la dificultad para afrontarlo y los cambios abruptos en la cotización del dólar con sus temidas consecuencias, constituyen elementos que complejizan la realidad cotidiana y son susceptibles de provocar una afectación psicológica. Dichos factores se complementan y pueden dar lugar a entornos disruptivos, caracterizados por la alteración de las reglas de juego habituales para una sociedad capaz de afectar tanto a la psiquis del sujeto como a su vida de relación”.
Frente al primero de estos elementos indica que “los aumentos implican un horizonte de vida más acotado, una reducción del poder adquisitivo que se traduce en pérdida de calidad de vida. Pero el registro de esa pérdida no es inmediato, lleva un tiempo de procesamiento. Hay una distancia, un tensión o contrapunto entre la representación mental de la situación dada y el criterio de realidad. Para que se registre como pérdida el criterio de realidad hace su trabajo, pero eso lleva un tiempo; un tiempo que es subjetivo”.
Con todo, aún cuando no haya un registro pleno ya puede aparecer un sentimiento de frustración asociado a las limitaciones de un ingreso que deja de alcanzar para mantener el nivel de vida acostumbrado. Si se suma la aparición de una factura de costo exorbitante, representa un golpe que desacomoda un esquema previsto.
Estas situaciones, tan aplicables para el aumento de las facturas como para los aumentos de precios por inflación, pueden sumar a la frustración la impotencia y sentimientos de abatimiento y desesperanza.
“Cuando los aumentos se comunican tratando de responsabilizar a las propia persona y a su vez se le dificulta cada vez más afrontarlos y sostener la calidad de vida, esta situación puede producir sentimientos de culpa y de ira. A pesar de que son causas externas las que provocan las subas, la persona puede vivirlo como un problema personal: cree que no trabaja la suficiente, que no ahorra lo suficiente o que consume demasiado y eso puede generar culpa, desesperanza y abatimiento”, dice Oñativia.
La corrida cambiaria también puede tener un impacto psicológico negativo. Va a depender, sobre todo, del grado de afección sufrida en episodios similares en el pasado.
“Si crisis anteriores se vivieron de manera traumática, una corrida cambiaria puede provocar sensación de temor y desamparo, sumando incertidumbre e inseguridad”, dice Oñativia.
Cuando se prolonga en contextos disruptivos esa sensación de inseguridad, pueden aparecer otros síntomas como la baja autoestima, depresión, angustia, irritabilidad e incluso adicciones o el alcoholismo.
También existe el riesgo de la somatización a través de problemas como gastritis, hipertensión, trastornos osteoarticulares y hasta metabólicos, según destaca el psiquiatra platense Pedro Gargoloff, quien entre otras afecciones posibles menciona al mayor riesgo de recaídas de enfermedades como depresión, fibromialgia y trastornos de ansiedad, incremento de la tasa de suicidios o mayor conflictividad interpersonal (ver aparte)
Con todo, la posible aparición de esos problemas va a depender de otros factores, como las características de cada persona, la fortaleza de su red vincular y su capacidad de poner sus sentimientos en palabras (ver aparte).
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