La enorme figura de un jugador de otro planeta

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Pasen y vean. No está Garrincha, ya en brazos del aguardiente y las mujeres. Llegaba el Pelé bicampeón mundial (58, 62) de dos cursos flojos para su leyenda, animal de circo explotado por el Santos, cosido a patadas (hasta ese México ’70 no habría tarjetas) y con los recuerdos de una Copa del Mundo de 1966 donde salió averiado. En un partido preparatorio en vísperas de México, Saldanha lo dejó en el banco frente a Bulgaria, 0-0 en Río (jugó unos minutos) y lo dejaba casi afuera aduciendo que Pelé “era miope y tenía problemas en la cadera”. Esas declaraciones precipitaron la salida del propio Joao Saldaña. Llegó el Lobo Zagallo, que además de convocar a cinco “dieces”, potenció el juego de una selección que dio cátedra, que desparramó el talento en su máxima versión y que consagró a un Pelé extraordinario, que con 30 años, hizo lo que quiso dentro de la cancha. México se rindió a sus pies. Y el mundo quedó entre sus manos.

 

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