Sigue el éxodo de miles de venezolanos por la crisis
Edición Impresa | 23 de Agosto de 2018 | 02:35

Tulcan, Ecuador
Daisy Santana (48) teme más regresar a una Venezuela en crisis que a la xenofobia. Como ella, miles de venezolanos atraviesan Colombia rumbo a Ecuador o Perú, sabiendo que están expuestos a eventuales rechazos o agresiones. “Tenemos temor, sí, pero más de volver”, cuenta con resignación.
El turbante improvisado protege a Daisy del penetrante frío de Tulcán, el municipio fronterizo que separa a Ecuador de Colombia y bisagra de los venezolanos que esperan reconstruir sus vidas en alguna nación del sur americano.
Acostumbrada al clima cálido de su país, a esta mujer le congelan más los huesos las noticias que llegan desde Brasil: el sábado una turba incendió las pocas pertenencias de algunos de sus compatriotas que, como ella, huyen de la crisis económica de Venezuela.
El ataque de Pacaraima, en la frontera norte del gigante sudamericano, fue la respuesta de la comunidad a un supuesto robo cometido por unos venezolanos. A la zona, al igual que Ipiales y Cúcuta, en el suroeste y noreste colombiano, llegan a diario miles de inmigrantes.
TRAVESÍA A PIE
Hace 17 días que Daisy, con un morral negro y una valija, salió de Venezuela caminando. Hace horas finalizó su periplo por Colombia y ahora espera el visto bueno de Ecuador, que pide pasaporte a los venezolanos, para continuar su odisea.
Las autoridades colombianas calculan que la mitad de los migrantes viajan sólo con cédula ante la escasez de papel en su país para imprimir el documento internacional.
Santana tampoco tiene pasaporte. “Nosotros mismos estamos buscando seguridad en otros sitios porque en nuestro país no podemos ni siquiera estar tranquilos”, afirma. “Estar en otro sitio es mejor que estar en Venezuela”.
Ella recorrió los 1.500 kilómetros que separan a Cúcuta de Tulcán “para empezar de cero” en Perú. La mayoría los recorrió en un vehículo, pero también tuvo que caminar por las serpenteantes vías colombianas.
Daisy no conoce a Roberto Farías (29). Ahora él está a unos metros cubierto con una franela. Dice sin alarmismo que tiene los pies “un poco lastimados”. Lo cierto es que están hinchados por caminar de noche y de día.
Como Daisy, Roberto también tiene un morral negro y una maleta. Y comparten una certeza -ambos van a Perú, donde desde el sábado empezarán a pedir pasaporte para ingresar- y una incertidumbre: ¿cómo serán recibidos en el sitio al que lleguen? “Siento un poco de temor y miedo. Esperemos que nos salga todo bien y no nos rechacen”, sostiene.
En medio de todo, ambos han tenido suerte. Los miles de venezolanos que cruzan a diario a Tulcán reconocen que docenas de desconocidos los abordan para darles comida o medicamentos, tan escasos en el país petrolero. (AFP)
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