Recuerdos de Hiroshima: el progreso, después de la destrucción
Edición Impresa | 6 de Agosto de 2018 | 02:03

RAÚL MARTÍNEZ FAZZALARI
De antemano sé que el relato no puede abarcar la intensidad de los gestos y sería insuficiente si se limitase solo a una descripción física de lugares o sensaciones. Llegar a Hiroshima y recorrer la ciudad es una experiencia diferente, sé que describirlo en una crónica conlleva de antemano la imposibilidad de hacerlo plenamente. Realizar un viaje y medirlo por la distancia, por el tiempo de viaje, incluso por el motivo del mismo, la rareza o el exotismo del destino, es simplificar una ciudad como esta.
El trayecto desde la segunda ciudad del Japón, Osaka, dura en el tren de alta velocidad no más de 3 horas. Se atraviesan decenas de túneles con una rapidez que solo se toma conciencia de ella, cuando el tren queda en paralelo con las autopistas y se toma referencia con el desplazamiento de los autos, los que dan la impresión de moverse en cámara lenta.
Conectado en el tren durante todo el trayecto a Internet releí lo dicho por el emperador Hirohito en su histórico discurso el 14 de agosto de 1945 cuando anunciaba la rendición del Japón. Dijo en esa oportunidad: “Continuad adelante como una sola familia, de generación en generación, confiando firmemente en la inmortalidad del Japón divino, conscientes del peso de las responsabilidades y del largo camino que os queda por delante. Dedicad todos vuestros esfuerzos para la construcción del futuro. Manteneos fieles a una firme moral, seguros de vuestro propósito, y trabajad duro aprovechando al máximo vuestras virtudes sin retrasaros de la línea de progreso del mundo”. Leí y releí esa frase mientras miraba por la ventanilla el paisaje montañoso, campos verdes y mientras pasaban una tras otra las pequeñas ciudades. Pensaba en ese extraño país para nosotros. También pensaba en su gente donde el lugar que ocupa la religión, el deber, el compromiso y el respeto al otro, forman parte de un entramado incomprensible para un occidental. ¿Cómo comprender el significado que puede tener para esa sociedad el deber moral y el compromiso?
Somos el conjunto total de nuestras decisiones. Y para un país ocurre lo mismo”
La ciudad es inmensa. En la actualidad posee 1.200.000 habitantes que dan una densidad de 1.200 personas por km2. Es interesante observar algunos datos demográficos más. En 1910 sus habitantes eran alrededor de 143.000, antes de la Segunda Guerra Mundial la población había crecido a 360.000 habitantes, alcanzando su punto máximo en 1942 con 420.000 habitantes. Después del año 1945 la población descendió a 140.000. Sin embargo y en tan sólo los 10 años posteriores, la población de la ciudad había vuelto a niveles de antes de la guerra. El resto de su asombroso crecimiento registrado en los últimos 70 años es solo comprensible y explicable con el calificativo de “milagroso”. No hay que ser un experto sociólogo para comprobar este fenómeno que se traduce y comprueba al observar el ritmo y vida de la misma. Similar a todas las ciudades importantes del Japón, miles de personas desplazándose, organización y coordinación con horarios precisos, cordialidad y buen trato, limpieza, tráfico, comercios abarrotados, centenares de puestos de comidas, consumo.
Haber visto y tener muy presentes las fotografías que quedaron en la historia y la destrucción de Hiroshima nada tienen que ver con lo que es en la actualidad; sería imposible luego de más de siete décadas de finalizada la guerra que la misma permanezca estanca.
En toda ella no he visto un sólo símbolo que recuerde la guerra y la destrucción del lugar. No hay placas conmemorativas, carteles que indiquen quien o quienes pudieron habitar o perecer. No vi hitos de casas, lugares emblemáticos, plazas del pasado. Era como si nada de lo acontecido hace 70 años quedara en la ciudad. Toda esa rememoración pareciera que estuviera exclusivamente concentrada en la Plaza de la Memoria de la Paz. Ahí hay espacios específicos para realizar varios recordatorios, para dejar ofrendas y efectuar ceremonias. Miles de jóvenes estudiantes venidos de todo el país se concentran diariamente para realizar oraciones y dejar ofrendas. Grupos de ellos se acercan a los miles de turistas y en un breve cuestionario en inglés y seguramente para algún trabajo exigido en las escuelas, consultan a los visitantes sobre dos o tres conceptos referidos a la paz, la guerra y el significado de lo que se está viendo. Lo anotan en sus cuadernos y al final de las preguntas regalan unas pequeñas grullas de papel realizadas por ellos mismos, agradeciendo las respuestas, las que prolijamente colocaban en un sobre de color.
Lo único que rememora el pasado es la plaza del centro de la memoria por la paz, ahí sí pude sentir el pasado. Una extensión enorme en el centro de la ciudad, en donde a la vista de todos se eleva la Cúpula Genbaku. Esa estructura, que fue construida a principios del siglo XX, quedó inexplicable y parcialmente destruida. Se la reconoce como el símbolo más distintivo de la destrucción. A la cúpula, por los trabajos de conservación y restauración, es posible visitarla por dentro. Es lo único que desde la calle puede ser visto por cualquier transeúnte, como un gigantesco monumento de la destrucción acontecida. Se puede dar una vuelta a su alrededor caminando y comprobar a simple vista al ver los hierros retorcidos e imaginar el colapso de las estructuras edilicias en aquel agosto de 1945. Luego es posible imaginarse ello multiplicado por miles de edificios similares por todos lados.
Recorrer Hiroshima es una experiencia que por su significado y lo acontecido resulta conmovedora, pero lo es más por su estado actual. Me preguntaba, ¿qué importancia le asignamos al pasado? ¿Cómo lograr que algo que puede convertirse en omnipresente lo hayan limitado a un espacio reducido y específico: a una plaza? En Hiroshima, han reducido el recuerdo de lo acontecido en su pasado a un lugar muy específico y limitado, incluso lo han ubicado en solo un espacio físico. Han optado a que la vida continúe al margen de un recuerdo constante de un hecho histórico, dramático y devastador. Tal vez esto sea así porque les importa más la representación que la cosa en sí y eso los define frente al futuro.
Pienso en la frase que citaba del Emperador y me lo imagino en su descanso eterno complacido y sonriente porque sus deseos fueron cumplidos holgadamente por sus leales súbditos. Sé que lo visto y relatado no es más que la observación de un visitante ocasional. Ya muy lejos de esos lugares, pienso en lo vivido, sentido o escuchado en esa increíble ciudad y tengo el sabor de aquellos viajes sin retorno; la nostalgia.
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