Sórdida y sensible
Edición Impresa | 21 de Noviembre de 2019 | 04:55

María Virginia
Bruno
vbruno@eldia.com
El inicio, un final, un plano secuencia y una sensación: “El Irlandés”, esperada producción de Netflix, nos llevará a pasear por un terreno borrascoso.
Una voz en off hilvana el relato que, desafiando la lógica del tiempo, se mueve entre pasado pasado, pasado reciente, pasado y presente. La cámara va y viene, desordenada, pero prolija, coherente y con ritmo durante 209 minutos.
Es interesante ver cómo los actores construyen las diferentes etapas de sus personajes, aunque hay algunos que salen mejor parados que otros. Esa construcción, ayudada gracias a la tecnología, rejuvenece sólo las facciones del rostro pero no los cuerpos, ni sus movimientos, y hay cuerpos disociados con la edad. Pero el filme, sin dudas, va por otro lado.
Tiene “El Irlandés” los elementos característicos de una película de gángsters.
Tiene sangre derramada que salpica paredes y mancha alfombras.
Tiene explosiones, balaceras y las benditas vendettas que oscurecieron varias épocas de la historia.
Tiene a Estados Unidos, su política, sus guerras, su corrupción.
Tiene música -hay jazz, blues, rock and roll y mambo- y, también, su elocuente ausencia.
Tiene humor (sobre todo en el personaje de Al Pacino, Jimmy Hoffa) en diálogos hilarantes pero también en escenas: la “masacre floral” es un verdadero festín para los ojos.
Tiene a la mafia italoamericana y sus códigos, ese submundo que funciona en paralelo y que le pisa los talones a las caras bonitas, de guantes blancos, que habitan “el mundo”.
Tiene al asesino a sueldo y la sangre fría: pulsos que no tiemblan cuando de cumplir una orden se trata porque “así son las cosas” y no hay más nada que hablar.
Pero la de Scorsese es mucho más que una película de gángsters.
Nos habla de cuestiones más profundas como la amistad, la lealtad, el respeto y la protección. Nos habla también de las decisiones que uno toma y de las que debe hacerse cargo o aceptar las consecuencias.
Nos habla de la familia: mujeres que miran para el costado, hijos que reclaman con miradas punzantes.
Hay un análisis, sensible y sórdido, de lo que queda cuando ya no queda nada ni nadie: nos habla de la soledad que parece doler más que un balazo.
Está la vejez, el geriátrico, el miedo, la muerte: un pantallazo sobre la etapa final de la vida en la que, muchas veces, se busca resolver aquellos pendientes porque quizás sí haya algo más allá y es mejor partir liviano.
Scorsese nos habla de la redención, de su intento, aún a pesar de que no haya remordimiento.
La puerta entreabierta.
El fundido a negro.
Y el festival de estrellas que enriquecen los créditos con el que Scorsese se dio uno de los ¿últimos? gustos de su vida cinematográfica, y el argumento final para explicarle al mundo -por si no quedó claro- por qué no le gustan las películas de superhéroes.
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