Haciéndose pasar por su hijo en el teléfono, le sacaron 350 mil pesos a una pareja de jubilados
Edición Impresa | 24 de Febrero de 2019 | 03:46

El hermano de Marta (75), “Chiquito” vive en Mar del Plata. Allí los esperaba el fin de semana, a ella y a José (80), su marido, para luego ir juntos a Santa Rosa a visitar a unos parientes.
“No nos vemos hace mucho y ahora con el WhatsApp hablamos todos los días y nos organizamos para vernos allá”, le dijo la jubilada a este medio en su departamento de 28 entre 65 y 66.
Un llamado por teléfono, el jueves a las 13.45, truncó todos los planes de la pareja. Se trató de un “cuento del tío” con una particularidad: los estafadores contaban con mucha información personal de las víctimas, un detalle que los hizo sospechar de “una entrega”.
Todavía enojada, triste y con algo de resignación por la situación vivida, la mujer recibió a EL DIA y relató los pormenores del hecho, en el que un sujeto y su cómplice se alzaron con 350 mil pesos.
“Habíamos terminado de comer y sonó el teléfono”, sostuvo la jubilada. Del otro lado del tubo, un sujeto la saludó: “Hola má, cómo andás. Cómo estás de tus dolores”.
Al escuchar la familiaridad y lo específico de la pregunta, Marta no dudó en ningún momento que se trataba de su hijo.
La respuesta de la víctima impulsó al delincuente a seguir la charla en esa tónica. El diálogo se desarrolló de la siguiente manera:
_Bien, me duele un poco la cadera, pero trato de andar despacito.
_Bueno, cuidate porque si tenés que viajar...
_Sí, la verdad que sí.
_Mirá mamá, te llamaba para decirte que tenés que cambiar todos los billetes, los de 100, los de 200, los de 500 y los de 1000, porque mañana se vencen. Chiquito ya hizo la transferencia ayer, él fue quien me avisó. Ahora va a ir un contador, un muchacho de confianza, entregale tranquila el dinero. Decile que yo lo espero en casa.
toda la plata
La mención de su hermano, disipó las dudas que Marta podía tener.
Juntó toda la plata que tenía en la casa y la que había separado para llevar en las vacaciones.
El “contador” -de pantalones de vestir negros y camisa blanca, estatura “normal” y de tez “más bien oscura”-, no perdió tiempo y arribó a los pocos minutos. Mientras tanto, el “hijo” al teléfono le pidió que no cortase hasta que termine la transacción.
Cuando tocó el timbre (entre otros once que hay en el edificio), el cómplice le dijo a la víctima que le pregunte si el apellido del recién llegado era “Gómez”, una forma de darle más verosimilitud al relato.
Una vez corroborada su identidad, juntaron todo el dinero que habían preparado en la cama en dos cajas de zapatos. En el teléfono, la voz apremiaba al hombre para que se marchara del lugar. “Decile que se apure, que nos cierra el banco”, le dijo a Marta.
En medio de todo ese revuelo, pidió hablar con el otro sujeto. La conversación duró unos segundos y el contenido de la misma es un misterio. Cuando la mujer volvió a tomar el aparato, su interlocutor la volvió a interpelar para que “Gómez se apure en terminar”.
Finalmente, el sujeto se marchó. José lo acompañó hasta la entrada y se quedó observándolo con algo de recelo.
“UN CUENTO DEL TÍO”
Lo vieron salir y cruzar la calle, con el paso rápido. Dobló en 65 y ya lo perdieron de vista. Desde la puerta, José se percató de que no había subido a ningún auto, a pesar de que en la cuadra “había lugar de sobra para estacionar”.
Entonces, ya convencido, pensó que habían sido víctimas de una estafa. “Nos cagaron. Un cuento del tío”, se dijo a sí mismo.
Subió las escaleras y le pidió a Marta que se comunique con su hermano. Él no atendió, pero el que sí lo hizo fue su hijo, que estaba en el trabajo. Y, ante la consulta de se madre, respondió lo que está no quería escuchar: “No mamá, yo no te llamé”.
Marta le contó lo que había sucedido y recibió algunos reproches por su proceder. Mas algo en toda la maniobra les hacía ruido.
Por eso, creen que alguien cercano los “entregó”.
“Nunca le dijimos dónde vivimos. Ya sabían muchas cosas, que yo andaba mal, que nos íbamos de viaje y que teníamos la plata en la casa”, refirió la damnificada.
Es toda información “muy personal”, que “un desconocido no podría haber sabido”, afirmó el matrimonio.
Por otro lado, para José “los tipos eran profesionales. Conocían muy bien el oficio. El que vino acá entró como a su casa, no se mostró nervioso en ningún momento. Hasta nos pidió agua, le dimos una botella y se la llevó, para no dejar huellas”, detalló.
Tras el incidente, debieron suspender el viaje y el reencuentro con sus familiares. Además de ahorros, les llevaron el dinero que tenían “para vivir este mes hasta cobrar la jubilación”.
“La verdad, nos dejaron en la lona”, lamentó Marta.
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