Premios Oscar Por qué “Roma” no ganó (o por qué triunfó “Green Book”)
Edición Impresa | 26 de Febrero de 2019 | 05:18

“Y el Oscar es para...”, dijo Julia Roberts, mientras abría el sobre que contenía el nombre de la cinta ganadora de la 91º edición de los Premios Oscar, y todo un país contenía la respiración: México se agazapaba, preparada para celebrar el triunfo de “Roma”, que hubiera significado la primera vez que una película de habla no inglesa se imponía en la gala más importante de la industria. Pero Julia dijo “Green Book”.
El triunfo de “Roma” parecía cantado, con apenas algún escéptico señalando que “Green Book” tenía opciones para, al menos, soñar con un batacazo. ¿Qué pasó entonces? Varios factores conspiraron contra la victoria de la película de Cuarón, aunque todo podría resumirse en una actitud conservadora por otro lado, de Hollywood.
La Academia, de hecho, ha sido en las últimas décadas un ámbito conservador: si bien después de la denuncia masiva de supremacía blanca (y masculina, y muy mayor de edad) entre los votantes, el organismo tomó algunas medidas para diversificar su línea de electores, falta aún para alcanzar la frescura deseada por unos premios que no solo se han vuelto dóciles y aburridos en cuanto a sus ceremonias mecánicas, sino también en cuanto a sus premios, habitualmente poco arriesgados.
¿Cómo incidió esto a la hora de votar a favor o en contra de “Roma”? La cinta mexicana, hablada en castellano y mixteco, se hubiera convertido en la primera película de habla hispana en ganar la estatuilla más codiciada, pero en el marco de una industria tan endogámica, tan acostumbrada a mirarse (y premiarse) el ombligo, un núcleo de votantes más tradicionales votó, incluso de manera inconsciente, contra esta “apertura” del premio.
Pero este voto en contra hubiera sido espontáneo, una reacción visceral contra las novedades; más organizado fue, en cambio, el voto del núcleo de productores, un colectivo que ya en su gala de premiación avisó que no iba a premiar a “Roma” (le dio su máximo galardón a “Green Book”) y que compone un importante porcentaje de los votantes de la Academia. ¿Por qué le dieron los productores la espalda a “Roma”? Porque la cinta llega desde Netflix, un jugador nuevo en una industria donde los mismos seis estudios gobiernan hace décadas, que amenaza con desbaratar su oligopolio y cambiar las reglas del juego.
El “factor Netflix” fue mencionado por varios especialistas en la previa, pero la victoria de “Roma” parecía tan anunciada que nadie quiso escuchar. Y otro factor amenazaba el seguro triunfo de la cinta de Alfonso Cuarón: la tendencia a dividir los premios de dirección y película en los últimos años. La Academia ha tomado esta costumbre anti-intuitiva para galardonar a la película visualmente impactante del año con la estatuilla a su director, y premiar a la película “importante” (es decir, al filme que roza temáticas urgentes y en boga) con su galardón principal: “12 años de esclavitud”, “Spotlight” y “Moonlight” cumplieron con esta regla, relegando a filmes como “Silver Lining’s Playbook”, “Gravedad”, “Dallas Buyer’s Club”, “El lobo de Wall Street”, “El renacido”, “Puente de espías”, “La La Land”, “La llegada” o “Manchester by the sea”.
¿Es “Green Book” más “importante” (en este sentido arbitrario, caprichoso, marketinero) que “Roma”? Es un debate profundo, pero parece evidente que para el cuerpo de votantes compuesto en un 72% por hombres la sutil sororidad de Cuarón no pudo con el mensaje pro-integración racial (un tema otra vez candente en la EE UU de Trump) machacado sin resquicios de duda por la bienpensante “Green Book”.
Ahora, la Academia tampoco es tan diversa como para que el voto negro haya consagrado a “Green Book”: apenas el 16% de sus votantes son negros. Pero, claro, “Green Book” no es una película de Spike Lee, una película de denuncia desde los márgenes raciales de la Estados Unidos profunda, sino una película sobre los prejuicios raciales escrita y dirigida por blancos, que, incluso, fue repudiada por la familia de Don Shirley, el personaje que interpreta Mahershala Ali.
Una película disfrutable, feliz, con grandes actuaciones, y “progre”, pero sin filo: y esa falta de filo, de hecho, resulta fundamental en su triunfo porque se adapta al sistema de votación de la Academia, que no premia a las cintas más votadas, sino al mayor consenso.
¿Cómo? Es así: cada votante debe colocar por orden de preferencia las películas en competencia pero, a menos que obtengan la mayoría absoluta de inmediato, no gana de forma automática la cinta que reúne el mayor número de primeros lugares, sino que se va eliminando, ronda a ronda, la película menos votada, y los votos restantes se reasignan de acuerdo con la “preferencia” más alta de la lista. El resultado es que la película que gana es la que acaba en segunda o tercera posición. La que menos divide aguas. El resultado de este sistema de votación impuesto en 2009 es el de unos Oscar conservadores, que premian el consenso, antes que las películas que generan rupturas. Y no es que “Roma” haya sido una película particularmente polémica o vanguardista, pero, está claro, varios de los elementos a su alrededor molestaban al status quo...
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