“La favorita”: el cineasta que amamos odiar y una perversa comedia que va por el Oscar

De la mano del polémico director griego Yorgos Lanthimos llega a las salas una de las candidatas al batacazo en los premios

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Por: Pedro Garay

pgaray@eldia.com

Yorgos Lanthimos es uno de esos cineastas que la crítica ama odiar. Y más ahora, que su cine ha alcanzado las mieles del reconocimiento global gracias a “La favorita”, que se estrena el jueves en la Ciudad, a dos semanas de competir por el Premio de la Academia de Hollywood a mejor película de la temporada.

Parte del colectivo de ciertos cineastas que han ganado su nombre de forma global con un cine grave, a menudo sentencioso (Haneke, von Trier, Ostlund), a Lanthimos le endilgan sus tendencias declamatorias, su insistencia con la noción sin matices de que el mundo fue y será una porquería y sus habitantes idiotas o malvados; lo acusan además de disfrazarse de intelectualidad con un par de presuntuosos gestos narrativos y formales: porque debajo de sus superficies suntuosas y sus alegorías abstractas, parte de un cine deliberadamente artificial, se escondería justamente eso, un mensaje lineal, declamatorio, misántropo sin concesiones.

Un cine, dicen sus detractores, revestido de una pátina de “importancia”, de “cine arte” recargada de simbolismos, para no decir demasiado. Pero a los gritos, porque su cine es además bastante sádico, manipulando a sus criaturas y a sus espectadores con malicia: Lanthimos organiza complejos juegos diseñados para torturar a sus personajes, y son esas torturas las que atrapan a la audiencia, vestidas de sordidez cool, en planos extraños que a menudo, antes que enrarecer la atmósfera como pretende, señalan más la mano del director.

Pero, sorpresivamente, una capa de liviandad viste su nueva película, y convierten el juego de intrigas, romances y torturas en un palacio británico del siglo XVIII entre la Reina Ana y sus dos pretendientes, Sarah y Abigail, en un acontecimiento por momentos irresistible. “La favorita” es una explosión retorcida de diversión despreciable, una briosa desviación del cine grave de Lanthimos que subvierte alegremente el decoro usual del drama de época para liberar a su poderoso trío de actrices, Olivia Colman, Emma Stone y Rachel Weisz, quienes, eximidas del tono mecánico, sin emoción, de los autómatas desesperados de buena parte del cine del griego, se hacen un festín con un guion bien picantón.

Y no es que estos personajes no estén desesperados. Pero, como en las grandes comedias, esbozan unas sonrisas tensas hechas de sudor nervioso para ocultar sus tribulaciones, estrategia clave para ganar en el juego de las caras de póquer que se disputa en el palacio.

La espectacular Colman es el emblema de esta comedia desesperada: su Ana es una ruina gloriosa de reina, una mujer afectada por el tiempo y la tristeza, sin interés en las tareas del reinado, dividida entre lo que la gente pretende y lo que susurran en su oído. Es a la vez la mujer más poderosa de una poderosa nación, y un cachorrito triste y solitario que se debate entre un amor adulador y falso, el de Abigail, o uno honesto, pero abusivo, el de Sarah (sí: “La favorita” es, de alguna forma, una película sobre el amor, sus perversiones, sus luchas de poder).

Pero más desesperada está aún Abigail, interpretada por Emma Stone, dispuesta a todo por escapar a una realidad opresiva hecha de barro, tareas torturantes y negro porvenir: abrazamos rápida y profundamente a esa trepadora porque se reconoce atrapada en un laberinto del que no parece haber modo de salir. No hay manera de tomar riendas del destino, somos tomos todos esclavos de un rey caprichoso.

Porque, al final, ¿de qué se mofa “La favorita” (y el cine de Lanthimos todo)? ¿Está riéndose de los ridículos hábitos de la realeza del siglo XVIII (y de toda sociedad)? ¿O acaso ponen en escena sus personajes una dialéctica del amo y el esclavo que es universal a todos, que resuena en la audiencia, incluso y a pesar de los excesos de ojo de pez y tomas que señalan el artificio, porque todos vivimos oprimidos por un sistema abstracto y ridículo? Esta última opción parece deslizar que, quizás, Lanthimos no sea el misántropo unidimensional que imaginamos y haya entregado en esta, su película más humanista. ¿Será?

 

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