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Emoticón y Emoji fueron elegidas como las palabras del año. Qué implica la irrupción de estos símbolos en nuestra habla cotidiana
Elegidos recientemente como la palabra del año, los emojis y los emoticones forman parte del universo de recursos expresivos que surgieron para aportar agilidad y matices al aluvión de comunicaciones cada vez más veloces. En tiempos de mensajería febril que insta a mantener conversaciones simultáneas con decenas de personas o grupos al mismo tiempo, nada mejor que un único símbolo para condensar un estado de ánimo que antes requería de un conjunto considerable de palabras articuladas por una sintaxis legible.
Aunque originalmente el emoticón alude a los símbolos creados con signos de puntuación que suelen leerse inclinando la cabeza y el emoji a las figuras en color con valor simbólico -como las caras que expresan miedo, fastidio o alegría- hoy es habitual aludir indistintamente a “emoticones” para referirse a cualquiera de estas dos variantes, que acaban de ser ungidas por la Fundación del Español Urgente (Fundeu) como “palabra del año”, el mismo lugar que antes ocuparon expresiones como escrache, selfi, refugiado, populismo o aporofobia.
“Puede que los emojis sean lo más cercano a un lenguaje universal que ha creado nunca la humanidad”, deslizaron desde Fundéu. ¿Los emoticones y emojis son un elemento distorsivo que precariza las formas de expresión o su irrupción aporta algún tipo de complejidad beneficiosa? “El emoji no solo agrega emocionalidad a las palabras, sino también la pista para entender que la conversación se lleva a cabo en un escenario distendido, un escenario amigable. Desde mi punto de vista, me parece que enriquecen la comunicación”, señala la lingüista Silvia Ramírez Gelbes.
“La escritura es un código distinto de la oralidad y, en ella, la emoción se manifiesta de modos que no tienen que ver con la entonación, por ejemplo. El discurso híbrido -que no otra cosa es el discurso en las pantallas de la computadora o de los móviles- repone la ausencia de entonación, de tono y, sobre todo de gesto que tiene la oralidad y los aplica a la escritura por distintos medios. Uno de esos medios es el emoji”, explica.
Para Ramírez Gelbes, el emoji “funciona para reparar esa ‘carencia’ de gestualidad paraverbal, pero también para resaltar un componente central de la comunicación, que es la función interaccional, la función de establecer el vínculo entre el emisor y el destinatario”.
José Luis Moure, por su parte, vicepresidente de la Academia Argentina de Letras, asegura que “los emoticones tienen una capacidad comunicativa restringida y puntual, y no me parece que alcancen la dimensión de elementos distorsivos. Tampoco que exhiban una complejidad considerable, salvo la que surge de la eventual ambigüedad de alguno de ellos en relación con el texto o la situación a la que se refieren”.
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Si es posible hablar de un empobrecimiento en el léxico de los hablantes -comparado con la “riqueza” léxica de hablantes de hace algunas décadas- Ramírez Gelbes sostiene que se trata de “una correlación (dos situaciones que se dan en simultáneo) y no una causalidad. No creo que el empobrecimiento léxico sea causa de la aparición de los emojis ni que la aparición de los emojis sea la causa del empobrecimiento léxico”.
En la última edición del Congreso de la Lengua realizada el año pasado en Córdoba, el escritor y periodista Martín Caparrós hizo una ponderación positiva de estos recursos bajo el argumento de que los emojis tienen la “ventaja” de la ambigüedad perfecta: “A mí cuando me mandan uno nunca entiendo qué coño me están queriendo decir. Y eso es buenísimo porque entonces puedo pensar que me están diciendo lo que yo quiero que me digan”, alegó por entonces el autor de “Valfierno” y “El hambre”.
“Más allá de la esperable boutade de Martín Caparrós -dice Moure-, y si bien la literatura (y la lingüística) saben desde hace mucho que el lenguaje conlleva en su esencia cierta ambigüedad, si en el marco de una comunicación por WhatsApp o Twitter, el receptor no entiende qué le quiere decir el emisor a través de un emoticón, hay un defecto más achacable a la situación, al conocimiento o a la intención de los protagonistas que al emoticón mismo”. Naturalmente, los emoticones carecen de otros recursos desambiguantes como los movimientos, gestos y tono. Pero la ambigüedad o la imprecisión pueden manifestarse igualmente en una charla entre conocidos, y a veces con deliberación. ¿Cuán unívoco es un “Sí, claro”, “Me alegro” o “¡Qué suerte!” en una conversación común? ¿Diríamos que se trata en estos casos de un problema del lenguaje…?”.
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