Cristian, de Los Hornos a salvar vidas en las playas de Mar de Ajó

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PEDRO GARAY

 

ENVIADO ESPECIAL A LA COSTA ATLÁNTICA

 

Cristian Carrizo nació en Los Hornos y desde hace ocho años, en época de vacaciones, viaja a la Costa a custodiar el mar: una vida que lo hace feliz, pero llena de sacrificios.

“No hay un solo guardavidas cuerdo”, lanza Cristian Carrizo, guardavidas platense que pasa sus veranos en la Costa, aunque no de vacaciones, sino custodiando las vidas de quienes se bañan en las aguas del norte de Mar de Ajó.

“Amamos la profesión. Pero tenés que amar la profesión”, se explaya, “porque perdemos muchas cosas, dejamos mucho para estar acá, arriesgamos mucho para ayudar a gente que no conocemos”.

Carrizo, habitante de Los Hornos e hincha de Boca, dialoga con EL DIA con la mirada siempre al horizonte: mientras es entrevistado, son sus colegas quienes custodian el mar desde una casilla un poco más elaborada que un mangrullo que construyeron desde el 27 de diciembre, cuando llegaron al balneario; pero el instinto lo lleva a Carrizo a seguir mirando hacia delante, buscando algún nadador al borde del naufragio sin saberlo, caminando hacia esos chuponcitos escondidos sin las herramientas para combatirlos.

Entonces, sonará el silbato, elemento clave para prevenir, antes que andar teniendo que curar, que rescatar.

“El que sabe, se va a meter, se va a divertir. Y donde vemos que alguien no está muy ducho, tocamos el silbato, hacemos la prevención, antes de terminar en el sobreesfuerzo de tener que ir a buscarlo”, cuenta el guardavidas platense.

Porque cada rescate “te lleva mucho, tenés que tener la cabeza arriba”, dice, concentrado en el agua, y comenta historias de colegas con más de una decena de rescates por día, en playas menos tranquilas que la que le toca custodiar, más familiera, con padres que ofician de “niñeros” y le ahorran trabajo, y menos poblada de esos “osados” adolescentes cargados de hormonas e imprudencia.

“Jamás tuve un año donde no tuviera un rescate”, revela. “Es que siempre hay riesgo, por ahí alguien se mete, está jugando y se lo lleva un chuponcito. Recién a un chiquito se lo estaba por llevar un chuponcito y el padre justo lo agarró: ya estábamos por salir”.

Pero “por suerte”, afirma, “hemos tenido muy pocos ahogamientos el año pasado, gracias a un gran trabajo de los guardavidas y a pesar de los recortes que hubo en todos lados y que sufrimos, que nos hicieron poner un poco más de esfuerzo”.

La adrenalina y el estrés del peligro inminente, vacaciones trabajando, vidas en la mano, recortes: esos gajes del oficio los define Carrizo como “un estilo de vida hermoso”, al que arrastró a su familia: “Tengo una nena de 15, un nene de 8, y mi señora, que me siguen. Hacemos todo durante el año para venirse dos meses acá, y que yo siga trabajando. Aunque trabajar es una forma de decir: cuando uno hace lo que le gusta, no trabaja”, explica .

Carrizo se metió en esta “locura” hace ya ocho años. “Tenía 30 años, pesaba 120 kilos y me llamó un amigo para una competencia”, relata su primer contacto con el salvataje. “Me gustó esa competencia y le pregunté a mi amigo que podía hacer, y me mandó a hacer el curso de guardavidas”.

Un curso que dura un año, de abril a abril, y del que ahora es instructor. Un curso exigente, con tres días por semana de natación y salvamento, más físico fuera del agua, más los teóricos: se estudia derecho, psicología, anatomía, entre otras asignaturas, “aunque esta profesión se aprende más a través de la experiencia que de la teoría”.

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