El platense que vino del espacio y quiso unir a pinchas y triperos
Edición Impresa | 1 de Noviembre de 2020 | 01:52

Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com
“El argentino del telescopio”, le decían en Monterrey donde lo encontró la muerte o él se dejó encontrar porque los dólares que amigos en La Plata le habían enviado para su tratamiento médico los usó para alquilarse una casa en la playa y empacharse de estrellas, imaginar amerizajes o ver como emergían de entre las olas naves submarinas que a lo mejor habían esperado durante milenios una señal para dejar los abismos.
Si hubo alguien que ejerció con absoluta contundencia su derecho a percibirse, fue Claudio Omar Rodríguez o el Comandante Clomro, primer oficial de una avanzada interestelar que después de lidiar con reptilianos y borgs trató de hacerle entender a la humanidad cuestiones tan sencillas que después de milenios sigue sin entender.
Podría decirse que la historia de Claudio Rodríguez se inscribe en aquellos años 80, tiempos en que La Plata acusaba recibo del fenómeno ovni, referenciado en aquel asunto de los Enanitos Verdes y de la secta que se formó en medio del inesperado crecimiento de la llamada ovniología o ufología. Pero cuando a la ciudad la sorprendieron aquellos supuestos seres verdes, al “Flaco” Rodríguez ya le habían pasado muchas otras cosas vinculadas a esos misterios estelares que en las noches parece que se nos ríen en la cara.
Para algunos estudiosos de la mente y del alma humanas, lo de Claudio Rodríguez podría haber sido un caso de “paciente restituyéndose en pleno acto delirante”, una definición que explica el comportamiento de una persona que un día se levanta y le dice al mundo que ya no es quién es. Y un día Rodríguez dijo que era “el comandante Clomro”.
A diferencia del taciturno “Hombre Mirando al Sudeste”, Claudio era de carne y hueso y tenía una vida rica en amistades, muchas de ellas vinculadas a su pasión por el cosmos, ámbitos donde lo entendían, querían y respetaban. Pero también en otros de la vida cotidiana, en una ciudad donde para pregonar las cosas en las que creía y decir que no era de este mundo, se tuvo que poner una capucha.
Un remador en dulce de leche que no obstante disfrutaba de asuntos terrenales como el fútbol, desde donde concibió un proyecto-libro que algunos calificaron de loco pero sobre el que bien que cerraron la boca cuando años después, de la política local saldría una idea parecida y en un marco polémico.
Hijo de un hogar de laburantes, Rodríguez nació en La Plata, un 28 de junio de 1962, quizá no por casualidad en la semana del Solsticio de Invierno en el hemisferio sur, el momento del Inti Raymi en el Cuzco y en todo el Imperio Inca. “El viaje del sol como salvador de la humanidad”, una de las primeras celebraciones que los conquistadores le prohibieron a sus conquistados, acaso por temor a que las profecías se les cumplieran y un día tuviesen que pagar por los crímenes cometidos en nombre de la civilización.
Uno de los platenses que más lo conoció y entendió cuenta que casi desde el preescolar Rodríguez ya era un apasionado del dibujo, las Ciencias Naturales, los dinosaurios y las colecciones de insectos y minerales. Y que se le daba por coleccionar desde cactus hasta piezas de artillería. Que empezó a fumar a los 11 pero que dejó a los 12 y en adelante la cuestión del humo no le movería el amperímetro, ni siquiera cuando ya en la juventud le acercarían marihuana. A los 14 ya devoraba libros sobre asuntos del espacio. No hay datos certeros sobre su familia. Amigos muy cercanos aseguran que Rodríguez evitaba hablar de ella.
Y en ese tiempo se topó con un material que lo cruzó de medio a medio: los trabajos de Erich Von Däniken, autor de un legendario bestseller tan enaltecido como defenestrado: “Recuerdos del Futuro”. El suizo Von Däniken planteaba, básicamente, que las religiones eran obra de extraterrestres como herramientas para regular a los salvajes habitantes de este planeta a los que además habían dejado algunos tips, como se dice ahora, para que al menos dejaran de comer carne cruda, arrancada a dentelladas de los animales que se dejaban morder y de algunos otros también. En Recuerdos del Futuro, editado en 1968 y muchos años después hecho documental de dos horas media que en La Plata se estrenaría en el Cine Rocha, a sala repleta como en las siguientes funciones en que se proyectó, Von Däniken abonaba con “pruebas” recogidas en los lugares más remotos del mundo la idea del llamado “paleocontacto” y mostraba dibujos milenarios de naves espaciales, herramientas de precisión imposibles y hasta pistas de aterrizaje ovni como las que no pocos aseguran que son las marcas en el Machu Pichu. Numerosos científicos y académicos de entonces y de ahora también, consideraban al suizo un reverendo chanta. Calificaban su trabajo como pseudo historia, pseudo arqueología y pseudo ciencia y como si tuviese algo que ver, regaban esas apreciaciones con datos del complicado pasado juvenil de Von Däniken que además había sido acusado de plagio por su obra “¿Carros de los Dioses?” donde había descripto una expedición a la Cueva de los Tayos, cuando se decía que en realidad nunca había salido del comedor de su casa.
Poco le importaba a Rodríguez todo aquello. A los 17 ya había terminado el secundario y se había anotado en Ciencias de la Comunicación Social en la UCALP. Se recibió a los 21 pero nunca ejerció el periodismo más allá de los temas de divulgación en un centro ufológico.
LA RADIO FM DE LOS EXTRATERRESTRES
En adelante escribiría ensayos, poemas, daría charlas y conferencias y hasta exposiciones de pintura sobre temas cósmicos. Nunca quedó claro si todo aquello le era económicamente exitoso. Pero si algo es seguro es que le permitía tener cada vez más y más seguidores y seguidoras. Entre ellas, “la oficial interplantearia Rodcla”, quien sería durante mucho tiempo su inseparable novia estelar.
Inspirado en Orson Wells y la Guerra de los Mundos, cuentan que a principios de los 90 tuvo en una radio FM de La Plata un programa nocturno donde hacía hablar a extraterrestres que podían sintonizar la frecuencia. Entre oyentes que creían en aquello y otros que llamaban para mandar saludos, el teléfono de la radio estaba siempre explotado. Cuentan que los dueños de esa FM, enclavada en un emblemático barrio platense, estaban chochos por la audiencia y la publicidad que generaba el programa y que Rodríguez no participaba de esas ganancias puesto que, decía, se conformaba sólo con poder salir al aire.
- “Hola, hace un año me contactaron los reptilianos, unos seres de Zeta-Reticuli. Me implantaron un chip que envía y recibe señales. Sé que es difícil de creer, pero me transmiten imágenes del futuro y en unos años Estudiantes se irá al descenso”.
- “No es difícil de creer. Los reptilianos tienen esa costumbre desde hace dos ó tres mileños. Gracias por comunicarte, pero evitemos polémicas futboleras”.
Así cuentan que eran algunos de los diálogos nocturnos entre Rodríguez-Clomro y sus oyentes que a veces también pedían un tema musical.
Poco a poco el Flaco Rodríguez empezó a cocinarse la idea de que los humanos eran seres cósmicos “circunstancialmente en la Tierra, procedentes de otros mundos”. Y cuando conoció a la tristemente célebre Secta LUS, terminó de convencerse.
La secta creada por la “Mamá de los Enanitos Verdes”, Valentina de Andrade le hizo una marca, una cicatriz profunda a Rodríguez. Los LUS, nacidos en los años de los Enanitos Verdes se mudarían a Brasil donde serían acusados por crímenes rituales. El Flaco logró esquivar todo aquello a fuerza de su propia percepción de las cosas y rápidamente se rebeló al sistema de aquellos “contactistas”, como se conoce a las sectas ovni, que entre otros procederes imponían largas purgas sexuales. En los años siguientes sería un denunciador de esa y otras sectas junto a otros investigadores del tema.
AMOR VíA MÉXICO
¿Fue el Claudio María Domínguez de La Plata, el mediático especializado en creencias modernas y pseudociencias, entre ellas la ufología?
El periodista e investigador Alejandro Agostinelli que además llegó a tener un trato entrañable con Rodríguez, sostiene con contundencia que no: “Claudio María Domínguez representa el costado más mercantilizado de la Nueva Era que emergió en los 90: no hace nada que no esté relacionado con su mini emprendimiento”.
Al insistir en que “nada que ver” con el platense Rodríguez, el investigador recuerda que “después de haber promocionado pederastas como el Maestro Amor, charlatanes como Alex Orbito o santones-ilusionistas como Sai Baba, el sustrato engañoso de la propuesta de Domínguez es lo natural en su discurso. En cambio Rodríguez se nutrió de su experiencia dentro de LUS, y se puede decir que la armó a partir de sus diferencias. Terminó alejándose porque quería improvisar formas alternativas”.
Autor de “Invasores – Historias reales de extraterrestres en la Argentina” (Sudamericana, 2009), Agostinelli sostiene que “Clomro fue un ‘mensajero altruista’ que nunca ganó dinero con su proyecto. Siempre fue un cuentapropista, se ganó la vida hablándole a la gente del cielo con su telescopio o vendiendo cristales de cuarzo. Nunca tuvo un público numeroso o demasiado fiel, y él tampoco se esforzaba mucho en reclutarlo. Su liderazgo como emergente del platillismo de los 90 fue casi sólo electrónico y underground. De hecho, cuando se enfermó, solo fue acompañado por un puñado de amigos que lo admiraba; no eran discípulos suyos ni nada que se le parezca”.
Si Rodríguez no fue nuestro Claudio María Domínguez quizá haya sido, en la vida real, nuestro Rantés, el Hombre Mirando al Sudeste de Eliseo Subiela que cuenta la historia de un paciente de un hospital psiquiátrico que dice ser un mensajero de otro planeta que vino a investigar la “estupidez humana”. Y con tanta solidez que termina haciendo dudar hasta a su propio psiquiatra.
En el 2000, cuando florecían las relaciones a distancia vía messenger, Claudio hizo contacto con una joven psicóloga de Aguascalientes, en el mexicano distrito de Zacatecas, que una noche entre chichoneos virtuales de diferentes voltajes, le confesó que ella recordaba haber vivido en las Pléyades, un cúmulo estelar de la constelación de Tauro y que, como él, había quedado varada en la Tierra. En menos de lo que suele ser posible hacerlo Rodríguez vendió todo lo que pudo, compró un pasaje de ida y se fue a México. El romance en vivo y en directo no prosperó, pero Rodríguez cambiaría ese amor carnal por otro: el de México, su gente, sus calles, sus peligros y sobre todo sus estrellas en un cielo que nunca había visto: el de más allá de la línea del Ecuador.
La cuestión es que “convertido” en el Comandante Clomro, Rodríguez recorrió los canales de televisión, dio entrevistas en radios y diarios, dio conferencias aquí y en Chile y otros países y hasta llegó a desarrollar grupos de cooperación en red desde los que hizo diversas contribuciones artísticas para los habitantes de Monterrey, en el Estado de Nueva León, su lugar en el mundo durante los últimos diez años de su vida.
En un sector de la plaza del barrio viejo de Monterrey, Rodríguez se instaló con un telescopio y a cambio de monedas “a voluntad”, mostraba las estrellas y contaba las historias que leía en esos ojos brillantes desde donde estaba convencido que lo espiaban. No tardó mucho en atraer la atención de la prensa y de otros seguidores. “El argentino del telescopio”, le decían.
“Mi imagen suele ser reciclada por programas de televisión que repiten mi aparición como ejemplo de la falta de seriedad en la era de los talk show, cuando saturaban la pantalla inventando personajes para compensar la falta de ideas. Había una diferencia: yo no era invento de nadie. En todo caso, me había inventado a mí mismo”, explicaría en una de sus apariciones televisivas en “Frente a Frente”, un programa del canal América que conducía el periodista Alejandro Rial. Llegó al canal con la cara cubierta con un pasamontañas verde oliva y enfundado en un traje de fajina, regalo de un ex combatiente de Malvinas.
“¿Por qué el pasamontañas? ¿De qué te ocultás?”, le preguntaban en los reportajes.
“La sociedad es prejuiciosa, nadie sabe cómo vas a ser tratado hoy si ayer dijiste ante tres millones de personas que eras extraterrestre. Vine a la Tierra sin nave y nada que me distinga del más común de los mortales”, expuso. “Quiero juntar humanos y humanos-extraterrestres para revolucionar la sociedad con focos rebeldes. Pero no para apedrear sucursales del City Bank o vidrieras de McDonalds sino para crear proyectos de unificación humana en comunidades, redes, sistemas alternativos de producción, distribución e intercambio de bienes y servicios”. Una especie de Red Solidaria, pero espacial”.
En México, Rodríguez evitaba el uniforme verde oliva y la capucha, habida cuenta de los riesgos de ser confundido con un guerrillero zapatista, causa de la que sin embargo se declaraba admirador.
¿Estaba loco? ¿Su caso fue un extremo en el derecho a percibirse como a uno le parezca?.
“No es lo mismo locura que psicosis y no es lo mismo ser una persona con una patología a ser un personaje. Esta persona parecía no sufrir, incluso haber encontrado cierta ubicación en el mundo. La pregunta sobre la percepción sin duda es bien de época por lo que significa como elemento fundante de la identidad. Desde el punto de vista del psicoanálisis no hay problema con eso, el tema es si la persona sufre o no. Eso es lo que se debe respetar y atender”, opina el psicoanalista platense Alejandro Ercoli quien admite que por su consultorio pasan diferentes casos cercanos al de Rodríguez y otros “no tan floridos” en los que se percibe que “pueden funcionar socialmente bien y hasta pueden hacer grandes aportes a la humanidad, como Dalí y como tantos ejemplos en el arte, la ciencia y otras disciplinas”.
Por lo visto, personas con delirio hay en todos lados pero la clave para diferenciarlas es si ese delirio los hace sufrir o no. Y tal parece no era el caso de Claudio Rodríguez que vivió su vida sin sufrir y, sobre todo, sin hacer sufrir a otros.
Antes de que la policía, alertada por un vecino, lo encontrara sin vida en su departamento de México, Rodríguez escribiría otro singular capítulo de su vida vinculado a la pasión futbolera de los platenses. Lo plasmó en un libro-proyecto que daría lugar, años después, a una rara paradoja.
Rodríguez era tripero y, como era lógico suponer, también lo era el comandante Clomro pero tal parece que el extraterrestre no estaba muy convencido y acaso de esa duda nació la idea de “licuar” a Estudiantes y a Gimnasia y crear un nuevo club que permitiera transformar aquella rivalidad en una fenomenal fuerza de armonía.
Su proyecto “Lobilión”, nombre que más tarde adoptaría una fábrica de chapas de zinc, básicamente consistía en crear con los dos clubes platenses uno solo que contuviese a “lobos y leones”.
Resultaría una obviedad decir que el proyecto no caminó. Pero algunos años después y salvando algunas distancias, la política como ejemplo del arte de lo posible o lo imposible, recorrería algunos de los pasos de Rodríguez. El Flaco decía que los clubes europeos eran fuertes porque tenían ciudades enteras detrás. Y que en La Plata tenía que pasar lo mismo: la creación de un equipo único, un “Club-Estado”.
Rodríguez era tripero y, como era lógico suponer, también lo era el comandante Clomro
Algo así pensaron los autores intelectuales de lo que se llamó La Plata Fútbol Club. El 19 de noviembre de 2000, fogoneado desde la intendencia platense y en un marco polémico que entre otras discusiones contenía el origen de los fondos y el reclutamiento de socios entre empleados y funcionarios comunales, nacía el embrión del “Club-Estado” con el que había soñado el comandante Clomro y con una camiseta algo parecida a la que había imaginado para su Lobilión: azul, blanca y roja. La idea era que pinchas y triperos, como así los platenses de otros cuadros, hincharan por “El Tigre”, como en un rapto de dudosa originalidad habían bautizado a La Plata Fútbol Club.
La idea de sus creadores políticos era avanzar en los torneos regionales hasta posicionarse en la primera división, como alguna vez hizo la empresaria Amalia Fortabat con su Social y Deportivo Loma Negra que en los años 80 haría 39 puntos en 28 partidos jugados en Primera y se convertiría en el equipo con mayor promedio de puntos por partidos en el profesionalismo, delante de los mal llamados “cinco grandes” y en tiempos de dos puntos por partido ganado.
Como a Loma Negra, a La Plata Fútbol Club le tocó un final parecido: cuando se terminaron los fondos, sobre todo después del cambio de gobierno municipal en 2007, el sueño de jugar en la Bombonera o el Monumental, se cayó a pedazos.
La loca idea de Claudio Rodríguez, dio algunos pasos en la realidad o en el terreno de la política. Ahí, donde todo parece ser posible, como la historia del platense que vino del espacio exterior.
Al decir del psicoanalista Ercoli, el comandante Clormo-Rodríguez quizá haya sido de aquellos que pueden vivir intensamente de la manera florida que eligen sin molestar vidas ajenas. Acaso viendo que cada vez hay más personas incapaces de hacer algo parecido, quizá el mundo esté pidiendo a gritos por más Claudios Rodríguez.
Y más Clomros.
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