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Séptimo Día |ENERO, TEMPORADA ALTA DE LA LECTURA

Los meses y la literatura

¿Hay épocas en el año más propicias para escribir y leer? El curioso caso de José Donoso y el relato aterrador de Stephen King. Borges y una relación con noviembre

Los meses y la literatura

Stephen King y aquella curiosa foto con un mate de Independiente / Twitter Independiente

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

8 de Noviembre de 2020 | 07:04
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Extraña relación la de los meses del año con la literatura. Algunos creen que hay épocas más propicias para escribir o leer. La mayoría opina que es indistinto, que da lo mismo con los textos literarios. Que se los puede escribir o leer en cualquier altura del año. Sin embargo, un conocido escritor y editor platense, que suscribe la teoría de que no hay estaciones para crear o soñar, expone una excepción exclusiva para lectores: “¿Usted quiere leer una novela de José Donoso? Hágalo en verano. El invierno no es el tiempo indicado para leer a Donoso…”.

Ajeno a este tipo de guías, el novelista estadounidense Stephen King (1947), autor de novelas de terror, de ficción, de misterio y de literatura fantástica –uno de los escritores más populares en el mundo, con obras que vendieron unos 350 millones de ejemplares en su mayoría adaptados al cine y la televisión, entre sus más de 200 relatos y 61 novelas- escribió “El ciclo del hombre lobo”.

Sucede que esta obra tiene una particularidad: está compuesta por doce capítulos y cada uno de ellos lleva el nombre los meses del año. Es decir, el lector empieza por enero y sigue por febrero, marzo, abril, mayo, junio, julio, agosto, septiembre, octubre y noviembre, hasta concluir, completamente aterrorizado, como leyendo de reojo, el capítulo final “Diciembre”.

“En algún lugar, muy alta en el cielo, debía brillar la luna y enviar sus rayos a la tierra, pero aquí, en Tarker’s Mills, una tormenta de enero había ocultado el cielo con la nevada. El viento soplaba con violencia por la desierta Center Avenue. Las máquinas quitanieves, pintadas de color butano, hacía ya mucho tiempo que decidieron dejar su inútil trabajo”, es el comienzo casi cervantino del capítulo “Enero”.

Se trata de la historia tenebrosa de un hombre lobo –una especie de centauro monstruoso- que aparece en el tranquilo (hasta entonces) pueblo de Tarker´s Mills y que en cada mes, en cada capítulo, ataca, desgarra y virtualmente se devora a sus habitantes. En enero la primera víctima es un modesto ferroviario, que es atacado una noche de luna llena. En febrero será una pobre mujer que vive sola, también asaltada por “algo” que gruñe, que da alaridos y que va enhebrando una sucesión de horribles muertes.

El libro es breve y no resulta ser el mejor de King. Pero algunos críticos se preguntan si el mensaje que quiere dejar el autor no será, acaso, que el espanto y la soledad son el contexto que mejor acompaña a la fatigosa aventura humana de vivir los doce meses del año.

ANTES Y DESPUÉS

El primer calendario fue el romano y constaba de diez meses, cuatro de 31 días y seis de 30, hasta llegar a un total de 304 días. Pero además, el año empezaba el 1º de marzo, ya que no existían enero ni febrero.

Los nombres de los meses en el calendario romano aludían a dioses los primeros cuatro. Esos nombres poblaron la literatura de la Antigüedad y fueron uno de los primeros anclajes temáticos de la literatura con la realidad.

Los meses de aquel calendario fueron Martivs: en honor a Marte, padre de los fundadores de Roma, Rómulo y Remo (hoy marzo); Aprilis (abril), consagrado a Venus (Apru en etrusco); Maivs (mayo), dedicado a la diosa Maya o a venerar a los antepasados, los “Maiores”; Ivnivs (Junio), consagrado a Juno.

Los meses aparecieron aquí y allá, dispersos en obras universales

 

Después seguían los meses nombrados por su número de orden: Qvintilis (julio): llamado así por ser el quinto mes y, a la muerte de Julio César, pasó a llamarse Ivlivs en su honor, por ser el mes de su nacimiento; Sextilis (agosto): mes sexto. Se dedicó posteriormente a Octavio Augusto y recibió el nombre de Avgvstvs; September (septiembre): mes séptimo; October (octubre): mes octavo; November (noviembre): mes noveno y December (diciembre): mes décimo.

Más de un milenio después el papa Gregorio XIII implantó el calendario gregoriano, que buscó corregir cómputos inexactos del número de días y que incorporó los meses de enero (en homenaje a Januarius por Jano, Dios romano protector de las puertas, por el hecho de que abre las puertas del año y febrero, que viene de “febra orum” (fiestas de las ofrendas).

Los meses aparecieron aquí y allá, dispersos en obras universales como la de Benito Pérez Galdós (1843-1920) que publicó su novela històrica “7 de Julio” en 1876, al tomar como leitmotiv esa fecha, que es cuando se produjo en España un levantamiento militar.

En el hemisferio norte abril y mayo son meses primaverales. Sobre el primero de ellos escribió Antonio Machado un poema que –antes de la TV, antes de internet, antes de la pletórica y dominante realidad digital de nuestra época- recitaban de memoria nuestros abuelos: “Abril florecía/ frente a mi ventana./ Entre los jazmines/ y las rosas blancas/ de un balcón florido,/ vi las dos hermanas/ La menor cosía,/la mayor hilaba/ Entre los jazmines/ y las rosas blancas,/ la más pequeñita,/ risueña y rosada”.

Sobre mayo y también julio la literatura argentina tuvo a su Homero en el oriental Baltasar Hidalgo que, con sus memorables cielitos dedicados al 25 de Mayo, a la Independencia o a la batalla de Maipú dejó constancias básicas de nuestra historia.

El peso de la historia gravitó, por sobre otra influencia, en la obra del cantor uruguayo.

“Ellos dirán: Viva el Rey/ nosotros: la Yndependencia/ Y quiénes son más corajudos/ Ya lo dirá la experiencia”. Y en otra copla: “No queremos españoles/ que nos vengan a mandar/ Tenemos americanos/ Que nos sepan gobernar”. Allí agregó: “No se necesitan Reyes,/ Para gobernar los hombres/ Sino benéficas leyes. / Libre y muy libre ha de ser/ Nuestro jefe, y no tirano;/ Este es el sagrado voto/ De todo buen ciudadano. / Cielito, y otra vez cielo,/ Bajo de esta inteligencia,/ Reconozca, amigo Rey,/Nuestra augusta Yndependencia”.

LOS MESES Y LAS LETRAS

Desde luego que, más allá de que el acto de creación viene de lo profundo de la condición humana –del “río mío de mi huir/ salido son de mis venas”, del que habló Juan Ramón Jiménez-, está claro que el tiempo, como realidad exterior, influye y mucho sobre la vida literaria. ¿Qué pasaría, para la visión literaria, si el curso de los meses dejara de viajar?

¿Qué ocurriría con los lectores si el dios Cronos detuviera su maquinaria? Ojalá fuera en nuestro enero que, según informa el librero platense Federico Navamuel “es tradicionalmente la temporada alta de lectura”. Mucha gente, dice, compra en diciembre preparándose para el receso veraniego, que es cuando habrá tiempo para leer.

Lo que sucedió este año, agregó, es que la pandemia y la cuarentena subsiguiente convirtieron a todos los meses que vienen peregrinando desde marzo en una suerte de “verano literario”. Según Navamuel “en los primeros días de la cuarentena la gente estuvo desorientada, sin saber qué hacer con el tiempo libre. Luego se organizó y fueron muchos los que acudieron a los libros…Sí, la cuarentena alteró la rutina de años anteriores y lo cierto es que se leyeron muchos libros este año”.

NOVIEMBRE

En la historia de la literatura el mes de noviembre no resulta digno de especiales ponderaciones, aún cuando en distintos noviembres nacieron autores de nota como Albert Camús, Fedeor Dostoievsky, Homero Manzi o José Saramago. Y también en otros noviembres murieron Bernard Shaw, Luis Cernuda o Aldous Huxley, entre otros muchos escritores que completan ambas nóminas.

La cuarentena convirtió a todos los meses en una suerte de “verano literario”

 

Sin embargo, según pudo verificarse en estos días, este mes podría adquirir un rango singular ya que ese nombre –“noviembre”- aparece en la última frase de un cuento inédito que escribió Jorge Luis Borges, poco tiempo antes de su fallecimiento.

Se trata de un relato titulado “Silvano Acosta”, que fue descubierto hace escasas jornadas entre sus papeles extraviados –y ahora recuperado por María Kodama- que el diario La Nación publicó en su edición del domingo pasado (“Historia de una página perdida”).

El cuento trata sobre la vida de un hombre, Silvano Acosta, que fue reclutado por el abuelo de Borges para que combatiera contra la montonera jordanista que asediaba a Paraná, luego del asesinato de Urquiza. (ver reseña en página 3)

En su relato Borges duda sobre el motivo por el que Acosta decidió pasarse de la tropa regular a los rebeldes montoneros. Días después lo detienen: “Alguien reconoció al pobre Acosta. Era un desertor y un traidor. El coronel Francisco Borges, mi abuelo, firmó la sentencia de muerte con la buena caligrafía de la época. Cuatro tiradores la ejecutaron”.

Y finaliza el relato, de no más de una página: “Yo nací treinta años después. Un vago sentimiento de culpa me ata a ese muerto. Sé que le debo una reparación que no le llegará. Dicto esta inútil página el diecinueve de noviembre de 1985”.

Ese mes, Borges completó la última hoja inédita de una vasta obra que no tendrá olvido.

 

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